Por
Antonio Caponnetto
Desde
siempre –para decirlo de un modo algo hiperbólico- cada vez que en nuestra
patria hay elecciones, se repiten indefectiblemente los mismos planteos, los
mismos interrogantes, cuestionamientos, proyectos o debates.
No
nos referimos a ninguna de estas categorías en el orden nacional o universal.
Si no a algo muchísimo más acotado y doméstico; esto es, al alboroto que se
arma entre las filas católicas, más o menos nacionalistas o tradicionalistas,
acerca de si hay que votar, a quién votar, porqué partido apostar o qué partido
inventar, cuál es el mal menor, el bien posible, y un largo, difícil cuanto
delicado etcétera.
Le
he dedicado a esta cuestión algún esfuerzo sistemático de años, fruto del cual
-amén de una serie nutrida de notas periodísticas- debo hacer mención de tres
obras densas y (si se me permite calificarlas así) exhaustivas. A saber:”La
perversión democrática” (Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2007) y los volúmenes
I y II de “La democracia, un debate pendiente”, publicados ambos en Buenos
Aires, por la Editorial Katejon ,
en los años 2014 y 2016 respectivamente. Se encuentra en prensa incluso un
cuarto volumen titulado “Democracia y Providismo” (Buenos Aires, Bella Vista
Ediciones, 2019).
Como
aquel ignoto lugar de la Mancha
al que alude Cervantes al principiar su Quijote, ya ni quiero acordarme de los
nombres de los principales destinatarios de estas reyertas. La nadidad
argumentativa que han demostrado al respecto los ha vuelto olvidables.
Pero
las obras están. Los que tengan interés en estudiarlas, analizarlas,
considerarlas o evaluarlas honestamente, podrán hacerlas materia de
dilucidación. Haberlas escrito con esa cierta exhaustividad que antes mentaba,
confieso que me quita remordimientos y reproches. De mi parte, al menos, hice
cuanto pude para no dejar nada substancial en el tintero, y a fe mía creo poder
decir que lo he logrado. Empezando por aclarar en lo posible los errores de
bienintencionados legos, siguiendo por refutar las maledicencias de sedicentes
doctos, continuando por ignorar los rebuznos de los comentaristas de baja
estofa, hasta responder a la fatídica y legítima pregunta: “¿Qué hacer”? Sobre
todo esto último.
Sin
embargo,y como decíamos arriba, cada vez que hay elecciones, los malabaristas
de la casuística, los peritos en restricciones mentales, los especialistas en
tranquilizar conciencias con bizantinos protocolos morales, los cuadriculadores
de escrúpulos y los mensuradores de los permitidos en la dieta de la corrección
política, vuelven a repetir por enésima vez los mismos argumentos que ya fueron
refutados, explicados, evaluados críticamente y desechados.
Como
el público se renueva, como los jóvenes no están formados, como muchos adultos
defeccionan y hasta varios ancianos les dan el mal ejemplo de no comunicarles
la verdad recibida de sus mayores,la confusión se vuelve total. Ergo, nos vemos
obligados al doliente hartazgo de volver a publicar, siquiera
fragmentariamente, lo que ya explicamos en otras muchas circunstancias
similares.
En
esta ocasión copiaré lo que escribí hacia el año 2007 sobre la doctrina moral
de la cooperación con el mal. Está tomado de mi libro “La perversión
democrática”(Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2007).Me resulta imprescindible
aclarar: a) que he omitido intencionalmente el nombre del eventual impugnador
al que respondía entonces con estas líneas. Sencillamente porque ya no tiene
sentido ni me interesa tenerlo por interlocutor válido; b) que estas líneas son
sólo un fragmento motivador. Quien tenga interés en ahondar deberá ir, ya no,
si así lo quiere, a mi libro, sino a las fuentes doctrinales a las que remito;
c)que los destinatarios naturales de estos fragmentos no son los
especialistas,sino los jóvenes con vocación política, con la esperanza de que
puedan prestarle algún servicio.
Dicho
lo cual, vayamos al esquema:
Se ha dicho, citando a Bernhard Häring ,que en materia de “cooperación en los pecados ajenos”, hay que
distinguir entre “la cooperación formal –que constituye siempre un pecado por
contribuir al pecado del otro- y la cooperación material. Es lícita la
cooperación material, siempre que con una acción se defienda un bien superior o
se impida un mal mayor. Una actitud rigorista que impida hacer cualquier cosa de
la que otro pueda aprovecharse para el mal, haría imposible toda acción
política”.
Nuestro autor dice esto porque no se le escapa que una de las objeciones
que pesa sobre la ejecución del mal menor, y específicamente sobre el voto dado
al mal menor, es la de estar cooperando al pecado ajeno. Y por supuesto,
partidario explícito del malminorismo, como es, quiere disipar de la conciencia
de los que así obren la culpa de estar cooperando al pecado ajeno. Pero también
aquí se imponen sucesivas distinciones, que no han sido hechas.
Puede aceptarse sin sobresaltos
la distinción tradicional entre lo formal y lo material en el orden de los
males o de cooperación con los mismos. Por cooperación formal se entiende la que realiza quien actúa o interviene
consintiendo el pecado mismo. La material en cambio, tiene lugar cuando sin querer la acción pecaminosa, se
participa de algún modo en hacerla posible. Si la primera nunca es lícito
prestarla por razones obvias, la segunda tampoco puede ser propuesta como
regla. Es una excepción atenuante que obra como tal bajo ciertas condiciones. La primera de ellas es que tal
cooperación material se nos imponga ante un caso de real necesidad, y que
estemos definitivamente seguros de que no nos queda otro camino.
Hablar genéricamente, sin
precisar las imprescindibles distinciones, de la ilicitud de cooperar
formalmente y de la licitud de cooperar materialmente, puede fomentar todavía
más la conciencia laxa en el ya relajado mundo que vivimos. De lo primero que
debe hablar un buen cristiano, no es de la posibilidad de cooperar al mal
pecando lo menos posible, sino del deber de ser cooperador de Dios para
restablecer su Reino sobre la tierra y batallar contra los enemigos de su
divina realeza. “Ha de
tenerse presente” –dice precisamente Häring- que, por más que la culpa de los diversos cooperadores difiera en grados, no
difiere en cuanto a la especie[…] Del hecho de que
sean muchos los que contribuyen a una acción pecaminosa, no se sigue que
disminuya la culpa objetiva de cada uno; más bien aumenta, pues con la
colaboración se peca también contra la caridad, corroborando la maldad de los
demás, o facilitando su acción pecaminosa”[1].
Un axioma seguro y más que aconsejable sería el de cooperar activamente al bien posible, rechazar rotundamente toda
cooperación formal o sospechosa de tal, y usar de la prudencia para evitar en
lo posible la cooperación material.
No obstante la aparente sencillez y tranquilidad moral que arroja esta
división de las cooperaciones, en la práctica las cosas son algo más complejas.
Porque puede darse el caso de un acto intrínsecamente malo en el que se
coopere, sin intención de consentir el pecado de un tercero. Como por ejemplo,
vender anticonceptivos. Por la naturaleza del acto al que coopero mi mal sería formal, por la ausencia de intenciones
cooperadoras del mal, sólo se trataría de una cooperación material. Por eso es que algunos moralistas prefieren reservar la cooperación material para los casos
en que el acto con que se coopera sea bueno o indiferente por su objeto, y
subdividir después entre cooperación
formal subjetiva y objetiva, siendo la primera la tradicionalmente llamada
formal, y la segunda la que hemos descripto por vía casuística[2].
Con independencia de estas sutilezas nada desdeñables, parece evidente
concluir en que mayor será la culpabilidad del cooperador cuanto más se acerque
a una cooperación formal. Y que hay
cooperación formal tanto cuando se aprueba per se el pecado del otro, como
cuando se presta concurso voluntario para que el otro lo ejecute.
Paralelamente, habrá sólo cooperación material, si la acción ejecutada es buena o indiferente, si no existe
intención alguna de provocar con ella males ulteriores, aunque se sepa que tal
posibilidad existe. Por eso aclara el precitado Häring: “para que la acción del
cooperador material merezca una condenación moral, es preciso que haya previsto
o debido prever con seguridad, o por lo menos con probabilidad, el abuso que de
ella se había de hacer.
Pero esta previsión no ha de radicar en la acción considerada en sí
misma, que de suyo no se encamina al pecado del agente principal (pues de lo
contrario habría cooperación formal). Dicha presunción o conocimiento se
desprende de las circunstancias
especiales, de las tristes experiencias pasadas, de la participación de
otras, en fin, de la directa manifestación de las malas intenciones del agente
principal”[3].
Este énfasis puesto en las circunstancias, a los efectos de precisar si
cabe o no una condenación moral, no debe ser minimizado ni desatendido. Pues
cuando el objeto y la intención de un acto pueden ofrecer vacilaciones para
determinar con rigor su carácter moral o no, el análisis de las circunstancias
sabe inclinar la balanza hacia un lado u otro de lo legítimo o ilegítimo. Aquí y ahora, en concreto, las
circunstancias me han de dar la garantía de no estar contribuyendo a un pecado
visible.
Si dadas determinadas circunstancias de tiempo y espacio se nos pide que
arreglemos un consultorio médico con trabajos de albañilería, no se podrá
calificar al acto más que de bueno o neutro. Pero si quien nos encarga la tarea
es un cirujano plástico dedicado a medrar inescrupulosa e irresponsablemente
con la moda del rejuvenecimiento, las mismas circunstancias de tiempo y espacio
descalifican moralmente nuestra tarea.
Una cosa es poder desinvolucrarse
de las ulterioridades maliciosas de un acto, porque desconozco el abuso que
pueda hacer del mismo aquel con quien estoy cooperando. Y otra cosa es que el
acto que llevo a cabo ya me ofrezca la constancia, actual y presente, de que
servirá para consumar un pecado o una inconducta. No es ocioso al respecto
prestar atención a esta recomendación pontificia: “en tales colaboraciones [la de los católicos en el ejercicio de sus
actividades económicas o socisles] procuren ante
todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no aceptar jamás compromisos que
puedan dañar la integridad de la religión o de la moral"[4]
Ahora sí, salvedades hechas, podemos decir que la cooperación material
sólo podría ser legítima en defensa de un bien superior o como obstáculo a un
mal mayor, pero respetando a rajatabla el principio de que el fin no justifica
los medios; y por lo tanto, no procurando jamás un buen efecto valiéndose de
otros malos. Asimismo, al aplicar este principio, deberemos ser cuidadosos de
no estar procurando una ventaja privada, ni de resultar movidos por el temor o
por el oportunismo.
Pues bien,no somos expertos en teología moral. Quede dicho. No queremos
parecernos ni a ciertos ultramontanistas ni a ciertos angelistas, sea que por vía
de un rigor extremo los unos, o de una desencarnada visión los otros, llamen
pecado a todo o se desentiendan del pecar, sencillamente porque se desentienden
de vivir en la tierra. No es la nuestra una actitud escrupulosa que “impida
hacer cualquier cosa de la que otro pueda aprovecharse para el mal”. Es sí, una
actitud coherente que impide llamar bueno a lo que es malo porque lo hacemos
nosotros, como impide hacer lo que de un modo implícito o explícito entre en
colisión con la recta doctrina y el obrar concorde.
Pero es el caso de aplicar todo lo antedicho a nuestro tema específico,
y la siguiente es nuestra breve conclusión:
a)Quien participa del sufragio universal se involucra en una mentira de
funestas repercusiones para el Orden Social, pecando contra el Octavo
Mandamiento. Se trata de una actuación o intervención consintiendo el pecado mismo,cual es el de la mentira dañosa.
Agrava el daño la proyección que el mismo tiene sobre el bien común nacional,
con lo que queda comprometida la virtud de la piedad, ligada al Cuarto
Mandamiento. El acto de mentir es
intrínsecamente malo; luego, la cooperación sería formal y no material.
b)La acción de sufragar, mediante la mentira universal del sufragio
universal, no es moralmente buena o
indiferente; es participar de un fraude, de una subversión, de una colosal
estafa política, de una rebelión contra la recta escala de los bienes. Es fácil
colegir además, que dadas las
circunstancias que rodean al candidato, antes y después de las elecciones;
concretamente la circunstancia de estar inserto en el sistema democrático
frente al que tiene que rendir cuentas, el abuso que pueda hacer de mi concurso
es inevitable. El acto de sufragar ya lleva ínsito la constancia de que
contribuirá al mantenimiento de la perversión democrática. Luego,
la cooperación no sería meramente material sino formal.
c)El liberalismo es pecado. “La democracia moderna es la democracia
clásica en estado de pecado mortal”[5].
Ser católico y ser liberal es, además, sumar al pecado del liberalismo el de la
incongruencia. Los principios que acepto al aceptar las reglas de juego del
sistema liberal conspiran gravemente contra la concepción católica de la
polìtica, y consuman el destronamiento intencional y demoníaco de Jesucristo.
El abrazar o fundar un partido que públicamente no reniegue y efectivamente no
haga rechazo de los principios del liberalismo –como la soberanía del pueblo,
el derecho nuevo, el constitucionalismo moderno, el sufragio universal, el
laicismo integral,etc- equivale a aprobar, patrocinar o impulsar dichos
principios. Luego, la cooperación sería
formal.
La solución es elegir no votar,
para no votar pecando. Elegir abstenerse de ser partícipe del sufragio
universal y de cuanta impostura teórico-práctica el mismo conlleva. Elegir,
contra todas las formas de pragmatismo oportunista, la coherencia extrema.
Preguntamos sin retórica a los malminoristas y católicos regiminosos: cuándo
Paulo VI dijo que “el cristiano que quiere vivir su
fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse ,sin contradecirse a sí mismo, a sistemas
ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la
ideología marxista [pero]tampoco la ideología liberal”[6]. Preguntamos
sin retórica, decíamos, cuándo se nos pide ser coherentes en política, y se nos
recuerda que no es coherente ser liberal y ser marxista, ¿por qué seríamos
coherentes y no pecaríamos contra esta clara advertencia moral, aceptando el
sufragio universal, la soberanía del pueblo y todos aquellos principìos
ideológicos pregonados en común por liberales y marxistas? ¿Por qué
si aceptamos lo sustancial de la
Revolución no nos convertimos en revolucionarios?
[1]
Bernhard Häring, La ley de Cristo,
Barcelona, Herder, 1961, Libro II, II, Sección Segunda, III. Hay versióndigitalhttp://www.mercaba.org/Haring/II/102135_pecados_contra_amor_projimo.htm
[2] Cfr. Foro de Teología Moral San Alfonso María de
Ligorio, Recensión a Fernando Cuervo, Principios
morales de uso más frecuente. Enseñanzas de encíclica Veritatis Splendor,
Madrid, Rialp, 1995, http://www.foromoral.com.ar/respuesta.asp?id=78
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ResponderEliminarEdición completa del día
Imagen de la Virgen de Guadalupe - Buzón
LLEGAN CARTAS
Imagen de la Virgen de Guadalupe
Aldo Esteban Domingo Ducrano
El 16 de Enero de 2019 hice un reclamo por mí mismo y por muchos otros, relacionado a lo que más abajo se lee. Hasta la fecha no he recibido ninguna respuesta de nadie, ni de la Municipalidad ni de la Provincia de Santa Fe, -la “cordial” y la “invencible”-...
La imagen que se encontraba -bastante deteriorada- en Blas Parera y Gorriti, esquina noreste del Hospital Dr. J. B. Iturraspe, ha sido retirada, -de raíz-, ¿será restaurada y colocada nuevamente, o será negada su veneración como fue negada la construcción de una Capilla dentro del mismo nosocomio...?
Nos quitan los símbolos religiosos porque les ofenden a las durezas de sus corazones; ¿hasta dónde pretenden llegar?, ¿hasta dónde les permitimos llegar?; duros tiempos se avecinan para defender la Verdad y sentirse plenamente argentinos... pero, ahora que estamos en tiempo de elecciones, sería bueno que aunque sea por cumplimiento, respeten el sentimiento del Pueblo.
Que la misma Madre de Guadalupe, les ayude a discernir, comprender y a actuar a favor de aquellos a quienes tienen que gobernar poniendo como primera obligación el Bien Común. Somos un Pueblo que desde la misma Constitución Nacional se proclama cristiano, que a nadie ofende ni desprecia con sus símbolos de Fe, y, si alguien se siente ofendido por ellos, se debe “igualar hacia arriba”, no destruyendo lo habido y aceptado, sino acompañando con los demás signos: la Estrella de David, la Media Luna, el puño y la rosa Socialista, la hoz y el martillo Comunista, el escudo Justicialista, etc.
¿O será que nuestros gobernantes tienen miedo o temor al mirar la Cruz o a María Madre del Redentor? Por quienes nuestros fundantes de la nación, la provincia y la ciudad plantaron la piedra basal de y en cada lugar.
En definitiva, con mi propio derecho ciudadano, solicito se reponga uno de los signos religiosos que me corresponden como cristiano y católico.
https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2019/08/01/udopina/BUZON-02.html
" no destruyendo lo habido y aceptado, sino acompañando con los demás signos: la Estrella de David, la Media Luna, el puño y la rosa Socialista, la hoz y el martillo Comunista, el escudo Justicialista, etc....."
¡Por Dios! ¿se creerán que asi defienden la Fe??
Ducrano es diácono de los posconciliares que se ordenan ya casados.
Tiene buen corazón pero la inteligencia cooptada por el modernismo.
¿qué hacer? si no hay alguien potable a quien votar como a un Cosme Beccar Varela o a un Solanet o a un Caponnetto se pone rompe un voto y queda un voto anulado.
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EliminarEl destronamiento de Jesucristo lo impuso jp2 y su camarilla.
ResponderEliminar¿Y PVI y JXXIII?
EliminarLos tres chifletes payasos demoledores de todo lo santo. Si quiere le copio y pego todo el material que tienen en católicos alerta sobre los usurpadores de turno.
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=cR3AncxFIuo
ResponderEliminarjaja
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ResponderEliminarCoincido en que en principio no hay que votar, y nunca obviamente besar coranes; lo cual Caponnetto sabe y obra en consecuencia, así que...
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EliminarEl que usa argumentos de ese traidor insulta, no yo mandándolo a paseo.
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EliminarEn el AT se consideraba el error como un adulterio.
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ResponderEliminarOtro sitio más que no les conviene decir la verdad completa ya me parecía raro que se hayan animado a publicar lo que no les conviene. Chantas igual que todos.
ResponderEliminarNo puedo dejarle pasar 1) insultos a cualquiera 2) tratar mal a invitados del blog que gentilmente nos escriben como el Dr Caponnetto. Lo llamo a argumentar tranquilo.
EliminarErnesto Gorosito
ResponderEliminarHace 1 hora
Sabés que no fue esa fecha. Hubo una que nadie estudió, y fue el 16 de febrero de 1990, cuando se firmó el Tratado de Madrid (tratado con Gran Bretaña) mediante el cual nuestro pais firmaba la rendicion incondicional de Malvinas. A traves de ese tratado que tiene rango constitucional (ya desde antes de la reforma de 1994) nuestro pais entregaba las riquezas mineras a los britanicos, cedía la libre navegacion en los mares del Atltantico Sur a los britanicos, y se firmaba el terrible Plan Brady mediante el cual no solo se regalaba las empresas publicas, sino que eran a traves de bonos. Es decir que encima que las regalamos, SE CONVIRTIERON EN DEUDA, cuestion que se verificó en 2001. Cuando se produjo el levantamiento de 3/12/90 ya nuestra suerte como país estaba echada.
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Ernesto Gorosito
Ernesto Gorosito
Hace 1 hora
@marioroberto Que inocencia la tuya. Si vamos al caso, CFK es lobbista de los intereses britanicos, desde la primera hora. Solamente te cuento que tanto el megacanje de 2005 como el 2010 fueron realizados con el Barclays Bank (gran bretaña) de la cual tanto CFK como Nestor eran lobbistas. Y ni te cuento el tema de Malvinas, cuya desposesion definitiva se produjo en 2013, al no repudiar en tiempo y forma el tratado de Lisboa de 2007.
Ese razonomiento infantil, derivado del lenguaje futbolero (river o boca) llevado a la politica, en este caso macri versus cfk, es la que nos está arrastrando al desastre. Tu comentario me delata tu pensamiento infantil.
https://www.youtube.com/watch?v=bWh2IyxBkmQ