sábado, 23 de mayo de 2020

Breve sermón de sábado

Sabbato infra Octavam Ascensionis

Sermón de San León, Papa.

Sermón 2 de la Ascensión del Señor.



Lo que fue visible en nuestro divino Redentor, ha pasado a ser un misterio. Y para que la fe fuese más excelente y firme, la vista ha sido sustituida por una enseñanza, cuya autoridad, iluminada con resplandores celestiales, han aceptado los fieles. Esta fe, confirmada por la Ascensión del Señor, y fortificada por los dones del Espíritu Santo, no fueron capaces de hacerla vacilar mediante el terror, ni las cadenas, ni las cárceles, ni los destierros, ni el hambre, ni el fuego, ni las fieras, ni la exquisita crueldad de los perseguidores. Por esta fe pelearon en todo el mundo hasta derramar la sangre los hombres y mujeres; los mancebos y las tiernas vírgenes. Esta fe arrojó a los demonios, ahuyentó las enfermedades y resucitó a los muertos.

Así los mismos apóstoles, que confirmados con tantos milagros e ilustrados con tantos discursos, no obstante se atemorizaron ante la atrocidad de la pasión del Señor, y que en medio de vacilaciones habían creído en la resurrección, se aprovecharon tanto de la Ascensión del Señor, que todo cuanto antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. Desde aquel momento elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra del Padre. La misma visión de su cuerpo en nada impedía el ejercicio de su inteligencia que, iluminada por la fe, ya creía que Cristo ni descendiendo se había apartado del Padre, ni con su ascensión se había separado de sus discípulos. Por tanto, amadísimos, el Hijo del Hombre se mostró Hijo de Dios de manera más excelente y misteriosa, cuando fue recibido en la gloria de la majestad paterna; y comenzó, de modo inefable, a ser más presente por su divinidad al alejarse más su humanidad.

Entonces fue cuando la fe, más ilustrada, aprendió a elevarse con una ascensión espiritual hasta el Hijo igual al Padre, y no necesitó ya del contacto de la sustancia corporal de Cristo, en la cual es menor que el Padre, ya que permaneciendo la misma sustancia del cuerpo glorificado, la fe de los creyentes es dirigida allá donde, no con mano terrena sino con espiritual inteligencia, alcanzase al Unigénito igual al que le había engendrado. Por esto después de su resurrección el Señor dice a María Magdalena, que representaba la persona de la Iglesia, al acercársele para tocarle: “No me toques, pues aún no he subido a mi Padre”. Es decir, no quiero que busquéis mi presencia corporal, ni que me reconozcáis con los sentidos carnales. Por mi ausencia, os invito a cosas más altas, os preparo cosas mayores. Cuando subiere al Padre, entonces me tocaréis más perfecta y verdaderamente, debiendo alcanzar lo que no se toca y creer lo que no se ve.

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