Desde luego estamos en un momento crucial, un momento que es a la vez triste y lógico. Estamos llegando a un punto que era predecible. Es verdad que la Fraternidad San Pío X no se ve directamente afectada por el motu proprio Traditionis custodes por las razones que ustedes conocen, pero, de hecho, debido a la nueva situación que se ha creado, nunca como hoy la postura de la Fraternidad San Pío X se presenta como la única viable y que resiste la prueba.
No soy la persona más adecuada para decirlo, pero hay hechos que son objetivos y obvios.
¿Por qué? Porque los institutos Ecclesia Dei, que se ven directamente afectados por este motu proprio, no son la Fraternidad San Pío X, es verdad; pero ellos existen porque existe la Fraternidad San Pío X. Desde un punto de vista general, su origen, está vinculado de una manera u otra a la historia de la Fraternidad, y dependen de ella, al menos indirectamente. Hoy esta nueva situación subraya aún más el alcance del papel de la Fraternidad y su misión. Y también, inevitablemente, la necesidad de una tradición integral.
La tradición es un todo, porque la fe es un todo. Ahora nos damos cuenta más que nunca de la necesidad de que la profesión de esta fe sea libre. La verdadera libertad de los hijos de Dios es en primer lugar la libertad de profesar la fe.
La oposición del Papa Francisco
Aquí abro un paréntesis. Inevitablemente vamos a hablar de los institutos Ecclesia Dei, y quiero dejar claro que, a nivel personal, no tengo nada en contra de las personas que pertenecen a estos institutos, ya se trate de fieles o de miembros. Estamos completamente fuera de esta perspectiva de oposición personal. A nivel humano, en todas partes hay gente amable y gente insoportable. Esto es algo que se aplica a toda la humanidad y también de alguna manera a nosotros. Quiero hacer esa observación porque me permitirá ser más libre en mi exposición.
El problema no es que la Fraternidad San Pío X podría “atacar los institutos Ecclesia Dei”. En el momento actual, es el propio Papa Francisco quien parece estar cansado de los institutos Ecclesia Dei, y más en general de todos los sacerdotes que están unidos a la Misa Tridentina. Y esto nos ofrece precisamente una oportunidad para retroceder en el tiempo y repasar el comienzo de Ecclesia Dei. Aquel texto del 2 de julio de 1988 [1] contiene la condena de la Fraternidad San Pío X y de Mons. Lefebvre, y se acerca a los institutos Ecclesia Dei.
A pesar de que es un texto muy conocido, vale la pena que leamos algunos fragmentos para comentarlo a la luz de los últimos acontecimientos.
El motu proprio Ecclesia Dei adflicta
En primer lugar, trae la razón teológica por la que fueron condenados Mons. Lefebvre y la Fraternidad: “La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que –como enseña claramente el Concilio Vaticano II– arranca originariamente de los Apóstoles, “va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”.
“Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie pude permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia”.
Ese es el problema.
Aquel acto de Mons. Lefebvre en 1988 –como toda la historia de la Fraternidad San Pío X–, constituye un acto de fidelidad a la Iglesia; y un acto de fidelidad al Papa, a la jerarquía y a las almas. Independientemente de lo que las autoridades romanas puedan o no decir, pensar o no pensar.
Por otro lado, ¿a dónde se llega con la noción de Tradición viva? En 1988 era difícil predecirlo. Pero ahora llegamos a Amoris Laetitia, al culto de la Tierra y a la Pachamama. Y hay otras consecuencias que aún no conocemos, porque con esta noción evolutiva de tradición, noción dinámica, se puede llegar a cualquier resultado. Se trata de otra dimensión; es aislarse de la Tradición que se arraiga en los Apóstoles y en el Apocalipsis, y que es en sí misma una fuente de Revelación.
Un poco más adelante, en el mismo texto, encontramos la mano tendida por el Sumo Pontífice Juan Pablo II a los que se convertirían en la “Ecclesia Dei”:
“Deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia.
A todos esos fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina, deseo también manifestar mi voluntad –a la que pido que se asocie la voluntad de los obispos y de todos los que desarrollan el ministerio pastoral en la Iglesia– de facilitar su vuelta a la comunión eclesial a través de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones”.
Aquí vemos el problema: la unidad se hace en la fe. Y la unidad no se puede lograr con un indulto, un privilegio que apunta para unos a una cosa y para otros a lo contrario. Para unos, sacerdotes y fieles que quieren de alguna manera mantener la Misa Tridentina y la Tradición; pero para las autoridades romanas –que ahora lo admiten abiertamente– es una forma de hacerlos llegar gradual y completamente a la “Iglesia conciliar”, a la forma de pensar propia de la Iglesia de hoy. Todo esto fue establecido y se prometió a la luz del protocolo firmado el 5 de mayo de 1988 [2] por el cardenal Ratzinger y Mons. Lefebvre. Pero volvamos a la sabiduría del Mons. Lefebvre.
Este protocolo Mons. Lefebvre lo firmó y lo mantuvo, digamos, durante unas horas. Luego de pasar la noche en oración, entendió en la plegaria y la soledad lo que Dios esperaba de él. Quien tenía que tomar una decisión de tanta importancia frente a la historia, frente a la Iglesia y frente a las almas, entendió en la soledad y en pocas horas lo que incluso los “Ecclesia Dei” pueden entender ahora, después de más de treinta años.
“La experiencia de Benedicto XVI”
Una palabra es importante, y aunque ya se haya mencionado esta mañana, es importante volver a lo que, para simplificar, yo llamo la “experiencia de Benedicto XVI”: Summorum Pontificum [3], que ha de entenderse bien a la luz de la “hermenéutica de la continuidad”, el eje principal del pontificado de Benedicto XVI.
A la Misa Tridentina se le concedió entonces un derecho mucho más amplio, y esto permitió que muchos sacerdotes la descubrieran, y al celebrarla –hay que reconocerlo– muchos de ellos comenzaron a replantearse su sacerdocio y a preguntarse sobre el Concilio y la nueva Misa. Es precisamente este proceso el que ha asustado al Vaticano. Pero la perspectiva de aquel motu proprio, que se mantuvo tambaleante, se basaba en un error: dos formas de un mismo rito y, sobre todo, añadiría yo, la ilusión de mejorar algo en la crisis actual sin cuestionar las causas de la crisis. Tal fue el error de Benedicto XVI y el límite de aquel motu proprio: no podía funcionar. Podría funcionar por un tiempo, pero tarde o temprano tenía que conducir a lo que ha pasado.
Los errores no pueden corregirse si no se los reconoce como tales y si no se los rechaza. Esto es crucial. La hermenéutica de la continuidad ha tratado de “superar” y de cortocircuitar estos problemas. La Iglesia tiene aquí una lección para el futuro.
¿Cuántas veces también nosotros nos planteamos la pregunta de cuándo se corregirá el Concilio? ¿Habrá que rechazar el Concilio? ¿Se lo podrá olvidar? ¿Se podrá salvar todo lo que es bueno en el Concilio? Porque el Concilio no contiene solamente errores... Aquí tenemos que ser realistas. Es verdad que el Concilio no contiene sólo errores, pues es metafísicamente imposible. El error siempre se mezcla con la verdad. Pero seamos honestos y realistas. Lo que hizo el Concilio y lo que constituye la columna vertebral del Concilio –el verdadero Concilio– es el Concilio de la nueva Misa, el Concilio del ecumenismo, el Concilio de la dignidad humana y el Concilio de la libertad religiosa. Estos elementos y errores son los que han cambiado a la Iglesia. ¡Tal es el verdadero Concilio real que ha trastocado a la Iglesia!
Todo lo demás en los documentos conciliares –simplificando un poco–, todas las citas de los Padres de la Iglesia y las citas de concilios anteriores son más bien un encuadre –en los bordes– de todos estos elementos que son los centrales. Hemos de ser honestos: hay que rechazar este Concilio real. La Iglesia no puede regenerarse si no rechazamos esto. Ya tenemos la experiencia de Benedicto XVI, que no puede tener éxito: poner la verdad junto al error, poner las dos Misas una al lado de la otra para que una pueda “fertilizar” a la otra, “la reforma de la reforma en continuidad” ... Se trata de una ilusión.
Lo sabemos. Conocemos estos principios teórica y especulativamente, y tenemos aquí una prueba concreta extremadamente útil para el futuro.
El error y la verdad no pueden andar juntos
La Pontificia Comisión Ecclesia Dei, responsable de supervisar y guiar los institutos Ecclesia Dei, quedó abolida hace exactamente tres años, en enero de 2019. Cito la carta del Papa comunicando esta decisión:
“Considerando que en la actualidad han cambiado las condiciones que llevaron al Santo Pontífice Juan Pablo II al establecimiento de la Comisión pontificia Ecclesia Dei; constatando que los Institutos y las comunidades religiosas que normalmente celebran en forma extraordinaria han encontrado hoy su propia estabilidad de número y de vida”.
En otras palabras, los institutos Ecclesia Dei han sido suficientemente reintegrados, y por esta razón queda abolida la Comisión que se supone que debe protegerlos.
Suele citarse a menudo a Mons. Arthur Roche [4], prefecto de la Congregación para el Culto Divino, porque nunca antes una autoridad oficial había sido tan explícita y clara. En su respuesta al Cardenal Vincent Nichols [5], Arzobispo de Westminster, Inglaterra, el Arzobispo Roche le escribió :
“La mala interpretación y promoción del uso de estos textos [litúrgicos tradicionales], como resultado de concesiones puramente limitadas que otorgaron los anteriores pontífices, se ha utilizado para alentar una liturgia que se aparta de la reforma conciliar (y que, de hecho, fue abrogada por el Papa Pablo VI), y una eclesiología que no forma parte del Magisterio de la Iglesia. [...] Está claro que el comentario principal sobre la nueva ley que rige la posibilidad de conceder el uso de textos litúrgicos anteriores, a modo de concesión excepcional, y no a modo de promoción, está constituido por la carta del Papa Francisco a los obispos. También es obvio que estas concesiones excepcionales deben concederse sólo a quienes aceptan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices. Todo el contenido de la nueva ley está orientado hacia el retorno y la estabilización de la liturgia tal como lo decretó el Concilio Vaticano II”. – Nos queda bastante claro.
Volvamos un poquito atrás. Recuerdo que, en 2016, el obispo encargado por Roma de negociar con la Fraternidad San Pío X había dicho: “No veo por qué se les debe imponer a ustedes el Concilio. Finalmente, a los fieles que van a Misa en la parroquia no se les pregunta si aceptan el Concilio. ¿Por qué tienen que imponérselo a ustedes?” Mons. Roche ahora dice todo lo contrario. Y, de hecho, durante una negociación, sucede que podemos escuchar cosas que no se corresponden perfectamente con la realidad, o al menos promesas que no se pueden cumplir.
¿Cuál es el punto central de todo lo que se ha dicho y destacado hoy? ¿Cuál es la intuición principal de Traditionis custodes? Se puede resumir todo en el siguiente principio: la Misa Tridentina no puede celebrarse como la expresión de la verdadera Iglesia y de la verdadera fe. Y podemos añadir: se puede conceder su celebración siempre y cuando no se celebre por lo que es en realidad. Veamos la paradoja, pues todo el problema está ahí.
Para los institutos Ecclesia Dei volvemos a la situación de 1988. Podemos decir que ahora se enfrentan a la siguiente elección. Incluso más que antes, se trata de una elección urgente entre dos opciones:
- se mantiene la libertad incondicional de profesar la fe en su totalidad, y se toman los medios proporcionados dejando que la Providencia gestione las consecuencias; tal es la elección que ha hecho la Fraternidad San Pío X con Mons. Lefebvre;
- se somete esta posibilidad [de celebrar la Misa tridentina] a la voluntad de una autoridad que va en la dirección opuesta. Y que además lo dice y lo confiesa.
Esta última opción es un callejón sin salida. Es imposible avanzar sin la unión de voluntades. No se pueden juntar dos entidades cuyas voluntades van en dos direcciones opuestas. Tarde o temprano se llega a la situación de la crisis actual. Se otorga un privilegio y se concede un indulto, creando una situación especial y tambaleante; y luego se espera la duración de una generación, por ejemplo, los últimos 30 años. Pero lo que se ha concedido, para los unos tiene un significado y apunta a un objetivo en particular; y para los otros apunta a un objetivo opuesto. No se puede querer al mismo tiempo el bien de las almas a través de la Tradición y una nueva Iglesia sin Tradición.
La historia es el alma de la vida
La historia es la maestra de la vida y de la prudencia, y los institutos Ecclesia Dei se enfrentan hoy a esta elección. Sin embargo, tienen una ventaja, y esa es la retrospectiva que Mons. Lefebvre no tenía en aquel momento. Trancurridos cincuenta años, las personas de buena voluntad cuentan con elementos adicionales para evaluar lo que está sucediendo en la Iglesia y para evaluar incluso a largo plazo las consecuencias de los principios que se han establecido.
Aquí, no podemos dejar de dedicar unas palabras a esta elección y decisión que Mons. Lefebvre tomó hace más de treinta años, en 1988, en el momento más crucial de la historia de la Fraternidad San Pío X.
No podemos explicar humanamente –con la experiencia, la sabiduría de la vida, la cultura y el conocimiento de los hombres– no podemos explicar, digo, la sabiduría de la decisión que tomó en 1988. Eso no basta. Se trata de un signo infalible de santidad, de la capacidad de ser movido por el Espíritu Santo y de ver las cosas con claridad, cuando se podrían concebir y se podrían haber tomado en consideración aún muchas otras interpretaciones.
Tener el valor de tomar tal decisión que condicionaría para siempre a la Fraternidad, a su persona y, en cierto modo, a la Iglesia y a la Tradición en la Iglesia; haber tomado aquella decisión, solo ante Dios en la oración, ¡una decisión cuya relevancia, precisión y profundidad de visión se pueden ver más de treinta años después! Todo esto no puede explicarse si no recurrimos a este don del Espíritu Santo, que es el don de consejo, mediante el cual un alma es dócil en la medida en que es santa y en que es pura. La historia, maestra de la vida, es la que nos da la respuesta.
Confiar en la exigencia de la fe
Volvamos a los institutos Ecclesia Dei. Tras la duración de una generación, como hemos dicho, ahora tienen una visión retrospectiva más que suficiente y se enfrentan a esta elección que no es entre Summorum Pontificum y Traditionis custodes. Hemos de salir de esta lógica artificial. Ahora se ha destacado una continuidad de trasfondo entre estas diferentes medidas; incluso si materialmente son muy diferentes, tienen un trasfondo común. La elección no es entre Summorum Pontificum y Traditionis custodes, entre un indulto A o un indulto B o un privilegio C. Tenemos que salir de esa perspectiva.
Se trata de elegir entre la declaración de 1974 [6]–declaración de adhesión y de fidelidad incondicional y libre a la Roma eterna– y esta concesión de un indulto particular que ya conocemos y cuyas consecuencias también conocemos todos. Aquí está el peligro de un callejón sin salida definitivo para los institutos Ecclesia Dei. No hay que apoyarse en los derechos adquiridos, sino en la exigencia de la fe.
¿Por qué? Porque se puede tener un derecho especial, un privilegio [7], se puede tener un “carisma” en la propia congregación; pero Roma puede cambiar las constituciones, y aún más, puede suprimir congregaciones: suprimió los jesuitas y suprimió la Fraternidad San Pío X, y puede suprimir sin problema –que no nombro, por respeto– otras congregaciones y otros institutos. Roma puede hacerlo. Y aunque se haya luchado durante décadas, confiando únicamente en privilegios particulares relacionados con congregaciones particulares, todo esto puede ser suprimido.
¿Qué es eterno y hace que nuestra lucha sea invencible? La fe. Verbum Domini manet in æternum (1 Ped 1, 25).
La fe es el fundamento necesario para la lucha actual, o sea, la lucha por la Tradición; y no un privilegio.
El uso instrumental de la Misa de San Pío V
Hay otro aspecto en Traditionis custodes que merece subrayarse. Es la acusación de usar instrumentalmente el misal tradicional: “Ustedes usan este misal como la bandera de otra Iglesia y de otra fe, a la que denominan la verdadera fe”. Es la acusación que está haciendo el Papa Francisco. Pero, ¿quién está haciendo un uso instrumental de este misal?
Como hemos visto esta mañana, la Misa Tridentina en sí misma, intrínsecamente, expresa otra concepción de la Iglesia, otra concepción de la vida espiritual y otra concepción del sacerdocio. Es inevitable. Precisamente por eso tuvo que ser reemplazada por otra misa, que pudiera corresponder a una nueva concepción de la Iglesia, de la vida espiritual y del sacerdocio. El uso de este misal tradicional en la Iglesia no era instrumental, sino el uso normal de la Misa, que alimenta la concepción católica de la vida cristiana.
En cambio, las autoridades romanas han hecho un uso instrumental del misal de San Pío V, sirviéndose de él para lograr sus propósitos y para dar cabida a los católicos conservadores. Pero con el misal no se juega. Con los sacramentos no se juega. No podemos decir: sí, les habíamos concedido a ustedes este misal durante treinta o cuarenta años, para hacerlos pasar gradualmente a la concepción de la corriente dominante en la Iglesia... y ahora este tiempo de viaje se ha acabado.
No se puede utilizar la Misa de esta manera. Iba a decir que es un uso homeopático, o más bien un abuso homeopático. El principio de la homeopatía es curar el mal con el principio mismo del mal, provocando en el sistema inmunológico una reacción gradual al mal que se quiere curar. Las autoridades romanas han hecho lo mismo con el misal de San Pío V, y lo reconocen. Pero no se puede jugar con esto, y no se puede usar la Misa, considerada un problema, para curar este problema entre los fieles. Se trata de un uso que se puede decir que es verdaderamente instrumental, y esto resulta inaceptable.
Sólo hay una redención
Ya podemos concluir. ¿Cómo transmitir la Tradición? ¿Cómo conservarla? ¿Cuál es el papel de la Fraternidad San Pío X?
Humanamente no somos mejores que los demás. Humanamente no merecemos más que los demás. Pero nuestra fuerza, que no está en nuestras cualidades, sino en otra parte. Nuestra fuerza está en aquello a lo que no podemos renunciar. Nuestra fuerza está en la fe y en la Tradición. Nuestra fuerza está en la Misa, y en la Misa como bandera y como estandarte de esta fe y Tradición.
En su motu proprio, el Papa Francisco dice algo que es verdad, dejando de lado otras cosas. Es verdad que la Iglesia tiene una sola Misa y es cierto que la Iglesia tiene un solo culto. Pero este culto único en la Iglesia no es la nueva Misa. Ése es el problema.
Este culto único en la Iglesia está en la Misa de siempre. ¿Por qué? Porque sólo hay una redención.
Vemos cómo, en el Antiguo Testamento, todo converge hacia la Cruz y hacia el Calvario. Toda la multitud de diferentes sacrificios que los ofrecían judíos, de una manera u otra, representa el sacrificio de la Cruz que, en su perfección única, los resume a todos. Toda la vida de nuestro Señor tiende hacia la Cruz y apunta a la Pasión: por eso tiene esta extraordinaria unidad. Si así puede decirse, toda la vida de nuestro Señor se basó enteramente alrededor de una idea: llegar a la Cruz. Y este sacrificio de la Cruz es tan perfecto que nuestro Señor lo ofrece una sola vez.
Ahora bien, la vida de la Iglesia, como la vida de cada alma en particular, no es más que la extensión de esta idea central que lo unifica todo. La vida de la Iglesia y de las almas redimidas es una por la unidad misma de la Cruz y de la redención. Sólo hay un Cristo y una Cruz a través de la cual podemos adorar a Dios y ser santificados. Por lo tanto, necesariamente encontramos esta misma unidad en la Misa, que es la aplicación de la redención a la vida de la Iglesia y a la vida de las almas. Debido a que sólo hay una redención, y que es perfecta, por eso sólo hay una manera de perpetuar esta redención y de actualizarla en el tiempo para aplicarla a las almas: sólo hay una Misa católica. No dos. Esta extensión de nuestra redención es una porque sencillamente perpetúa la intención única y central que brotaba del alma de nuestro Señor y unificaba toda su vida.
Entonces, ¿qué es lo que queremos nosotros? ¿Qué quiere la Fraternidad San Pío X? Queremos la Cruz. Queremos la Cruz de nuestro Señor. Queremos celebrar esta Cruz, y queremos entrar en el misterio de esta Cruz. Queremos hacer nuestra esta Cruz. No puede haber dos cruces, y no puede haber dos redenciones o dos misas.
¿Cuál es la alternativa a esta posible vida cristiana? La inútil y frustrante adaptación a una naturaleza humana, que en realidad es siempre la misma. En otras palabras, esta idea moderna de que hay que adaptarse a una naturaleza humana que cambia y que siempre necesita algo más. Pero esta idea es errónea. ¿Para qué? Porque las fuentes del pecado son siempre las mismas, y siempre pueden remediarse únicamente de la misma manera.
Esta mentira –porque es una mentira– de que hay que abordar y curar al hombre moderno de hoy de una manera diferente, produce frutos de mentira. Produce la desintegración de la vida de la Iglesia. Sin esta aplicación de la redención, la vida de la Iglesia pierde su principio de unidad.
En este sentido, la Misa es realmente nuestra bandera y nuestro estandarte. Y en una batalla, el estandarte es lo último que se suelta.
Hay una última cosa en que la Fraternidad ha de contribuir. Y se trata de algo crucial. Queremos esta Misa no sólo para nosotros, sino para la Iglesia universal. No queremos un altar lateral. No queremos el derecho a entrar con nuestro estandarte en un anfiteatro donde todo está permitido. ¡No!
Queremos esta Misa para nosotros y al mismo tiempo para todos. No es un privilegio lo que queremos, sino un derecho para nosotros y para todas las almas, sin distinción. Así es como la Fraternidad San Pío X sigue y seguirá siendo una obra de Iglesia. Porque tiene como objetivo el bien de la Iglesia y no un privilegio particular. Dios escogerá el momento, la modalidad, la gradualidad y las circunstancias. Pero en la medida en que depende de nosotros, queremos esta Misa ahora, incondicionalmente y para todos.
Sin entrar en una perspectiva excesivamente humana que busca un privilegio particular. Sin entrar en una negociación donde empecemos a tratar: concediéndonos una iglesia, un horario, el uso del manípulo, el bonete, la Semana Santa de San Pío X... ¡No! No queremos entrar en esa lógica.
Sólo queremos dos cosas: la fe y la Misa. La doctrina y la Cruz que nutren en el alma la vida espiritual y la vida moral. Las queremos ahora, incondicionalmente y para todos. Y si mantenemos esta perspectiva, la Fraternidad San Pío X será siempre y perfectamente una obra de Iglesia, que actúa en el corazón mismo de la Iglesia, y que no tiene otro propósito que proporcionar la salvación de las almas en la Iglesia y para la Iglesia.
Para preservar el carácter de esta conferencia, hemos mantenido el estilo oral.
*
[1] Carta apostólica Ecclesia Dei adflicta del Sumo Pontífice Juan Pablo II en forma de motu proprio dado en Roma el 2 de julio de 1988.
“Se constituye una Comisión, con la tarea de colaborar con los obispos, con los dicasterios de la Curia Romana y con los ambientes interesados, para facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, que hasta ahora estaban ligados de distintas formas a la Fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre y que deseen permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia católica, conservando sus tradiciones espirituales y litúrgicas, según el protocolo firmado el pasado 5 de mayo por el cardenal Ratzinger y por el arzobispo Lefebvre” (Ecclesia Dei adflicta, N°6 a).
[2] Entre el 15 de abril y el 5 de mayo 1988, Mons. Lefebvre creía que había logrado un buen acuerdo y asegurado la estabilidad y sostenibilidad de su trabajo. Por ello, el 4 de mayo participó en un coloquio final en Albano, y firmó el 5 de mayo en Roma la declaración del Protocolo de acuerdo, en la fiesta de San Pío V. El protocolo de acuerdo que Mons. Lefebvre aceptó firmar establece que “por razones prácticas y psicológicas, aparece la utilidad de la consagración de un obispo que sea miembro de la Fraternidad” (n°5, 2). No se preveía ninguna fecha. Y, en el momento de la firma del protocolo, el cardenal Ratzinger le entregó a Mons. Lefebvre una carta, fechada el 28 de abril de 1988, que sembró problemas y decepciones en la mente del hombre de Iglesia.
Al día siguiente, 6 de mayo, Mons. Lefebvre le escribió al cardenal Ratzinger las siguientes líneas: “Ayer, con verdadera satisfacción, firmé el protocolo redactado en los días anteriores. Pero usted mismo pudo comprobar la profunda decepción al leer la carta que usted me entregó con la respuesta del Santo Padre sobre el tema de la consagración episcopal. Prácticamente se me pide que posponga la consagración a una fecha posterior que aún no se ha fijado. Esta sería la cuarta vez que pospongo la fecha de la consagración. La fecha del 30 de junio estaba bien indicada en una de mis cartas anteriores como último plazo. Le he entregado a usted un primer expediente de los candidatos. Y aún quedan casi dos meses para establecer el mandato. Dadas las circunstancias particulares de estas propuestas, el Santo Padre puede aligerar fácilmente el procedimiento para que el mandato se nos comunique a mediados de junio. Si la respuesta fuera negativa, en conciencia me vería obligado a proceder a la consagración, contando con la aprobación otorgada por la Santa Sede en el protocolo para la consagración de un obispo
[3] Carta Apostólica Summorum pontificum del Sumo Pontífice Benedicto XVI en forma de motu proprio dado en Roma el 7 de julio de 2007.
[4] Tras la dimisión del cardenal Robert Sarah por razones de edad el 20 de febrero de 2021, el cargo de prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. El 27 de mayo de 2021, el papa Francisco nombró como nuevo prefecto al entonces secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Mons. Arthur Roche. Nacido en 1950, se formó principalmente en España antes de su ordenación sacerdotal en 1975 para la diócesis de Leeds (Liverpool, Inglaterra). De 1991 a 1996 vivió en Roma, estudiando en la Gregoriana y ejerciendo como director espiritual en el Colegio Inglés. En 1996 fue nombrado Secretario General de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales.
[5] En una carta del 28 de julio de 2021, el cardenal Vincent Nichols pidió aclaraciones sobre la aplicación de la Traditionis custodes, en seis preguntas principales. Esta carta fue publicada por el sitio web Gloria.tv el 5 de noviembre de 2021, seguida de la respuesta de Mons. Roche en una carta del 4 de agosto. El intercambio de cartas fue confirmado por el cardenal Nichols a la Catholic News Agency el 8 de noviembre de 2021.
[6] La declaración de Mons. Lefebvre del 21 de noviembre de 1974, que comienza con las palabras: “Nos adherimos con todo nuestro corazón y nuestra alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de la sabiduría y de la verdad”. Cf.:
https://fsspx.org/es/declaración-del-21-de-noviembre-de-1974
[7] En latín, un lex privada, un derecho privado.
(Sources : CdR/MG - FSSPX.Actualités)