sábado, 4 de junio de 2022

La Vigilia de Pentecostés Pre 1955 y la de Francisco

 1) Vigilia de Pentecostés "Papal y contemporánea"


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2) Vigilia de Pentecostés tradicional (pre-1955)


En la Reforma Bugnini del 55-56, además de alterar la Semana Santa, todos los ritos de la Vigilia de Pentecostés se suprimieron, excepto la misa. Esta supresión precipitada tiene todas las marcas de que se hicieron en el último momento. Pentecostés siempre tuvo una vigilia similar a la de Pascua en sus ceremonias. Sin embargo la reforma, no fue capaz de hacer frente a Pentecostés. Pero de nuevo, los reformadores no podían dejar sin tocar dos ritos que, con cincuenta días de diferencia, habrían sido, en el primer caso, una versión reformada y, en el otro, una versión tradicional. En su prisa decidieron suprimir el que no tenían tiempo para reformar; el hacha cayó en la vigilia de Pentecostés. Tal precipitación imprevisora ​​resultó en una edición rápida de los ritos de la vigilia de Pentecostés, de manera que los textos de la misa que siguieron tradicionalmente esos ritos ya no armonizaban con ellos. En consecuencia, en el rito violentamente mutilado, permanecen frases que son incongruentes con las palabras del celebrante durante el Canon. El Canon presume que la misa es precedida por los ritos del bautismo, que sin embargo han sido suprimidos. Como resultado, gracias a esta reforma, el celebrante recita durante el especial «Hanc igitur» las palabras relacionados con el “Pro his quoque, quos  regenerare dignatus es ex aqua et Spiritu Sancto, tribuens eis remissionem peccatorum” [«para estos, también, a quien te has dignado a regenerar con agua y el Espíritu Santo, concediéndoles la remisión de sus pecados»]. Sin embargo ya no hay rastro de este rito. La Comisión, en su prisa por suprimir, tal vez no se dio cuenta... Y vemos cuáles son los frutos en en los que terminó degenerando. 

miércoles, 25 de mayo de 2022

VIGANÒ, POR RICHARD WILLIAMSON

Por el bien de los hombres, el Buen Señor debe castigar. Si no, nunca verán a través de Sus ojos

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Oh, ¡si tan sólo la Madre Iglesia tuviera algunos líderes más como el Arzobispo Viganò! Solía tener muchos de ellos, pero su amplitud y claridad de mente, junto con su valor de la fe, se han convertido en una rara combinación entre los eclesiásticos católicos, desde que permitieron que la podredumbre mental del mundo moderno los infectara en el Vaticano II (1962–1965). A continuación se resume, como es habitual, una entrevista que concedió para el canal de televisión italiano Canale Italia en abril de este año. Una traducción al inglés de la entrevista completa se puede encontrar en lifesitenews.com. ¡Que Dios bendiga a LifeSite news! 

El arzobispo Lefebvre fue uno de los pocos prelados que quiso denunciar la revolución conciliar, comprendiendo su carácter subversivo. Entre los que vieron el peligro, casi nadie supo denunciarlo abiertamente. Hoy comprendemos el mérito histórico del arzobispo Lefebvre al haberse rebelado contra la línea dictada por el politburó conciliar, y haber creado las premisas para un retorno de la Iglesia a la doctrina y a la Santa Misa de siempre. Nos enfrentamos a un golpe global que implica tanto a la sociedad civil como a la Iglesia. Ambas están infiltradas y controladas por personajes que utilizan su poder y la autoridad que de él se deriva, no para los fines de las instituciones que gobiernan, sino para destruirlas. Esta crisis de autoridad debe ser denunciada, porque la acción de quienes han llegado a los más altos niveles de dirección tanto de las naciones como de la Iglesia es una serie de actos subversivos y criminales. 

Por un lado, la parte corrupta de la jerarquía -para ser breves, llamémosla «Iglesia profunda», ya que está al servicio de Satanás- odia a la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y pretende matarla. Los que sirven al diablo llevan a cabo una operación asesina, aunque sea descabellada y condenada al fracaso. Pero así como Cristo ha resucitado, también su Cuerpo Místico resucitará después de su Pasión. 

Por otro lado, la parte sana de la jerarquía está compuesta en su mayoría por obispos y clérigos que, sin embargo, aceptan las premisas ideológicas de la actual apostasía, ya que aceptan el Concilio y la nueva liturgia que transmite sus errores a las masas. No quieren que la Iglesia sucumba, pero se engañan a sí mismos, contra toda evidencia y tras sesenta años de fracasos, pensando que el Concilio ha sido simplemente mal interpretado, que la nueva misa se celebra mal pero que podemos volver a una cierta dignidad en la liturgia. Si no entienden que fue el Concilio el que causó este desastre, y que para remediarlo es necesario volver a la fe, la moral y la liturgia que existían antes del Concilio, forman parte, sin saberlo, del problema. 

Hoy bajo el Papa Bergoglio, su traición, consciente o inconsciente, se ha consumado con el apoyo a la ideología globalista, el migracionismo, el neomaltusianismo, el Nuevo Orden Mundial y la Religión de la Humanidad. La «Iglesia profunda» ha sido incluso cómplice del fraude pandémico y de la vacunación masiva, a pesar de la presencia de líneas celulares abortivas en los sueros y del debilitamiento irreversible del sistema inmunitario que provoca; hoy se sitúa hipócritamente al lado del Sistema, apoyando al títere de Schwab, Zelensky en Ucrania, contra el presidente Putin, que es el único jefe de Estado que se opone a la globalización impía y a los principios criminales que la inspiran. 

El Señor nos ayudará con su gracia, pero nos pide que hagamos nuestra parte. Si luchamos con Cristo, con Cristo celebraremos la victoria. Si seguimos sin tomar partido o peor, si nos ponemos del lado de Satanás, con Satanás habremos caído en el abismo. 

Kyrie eleison 

domingo, 22 de mayo de 2022

LA FE DE LOS SENCILLOS

 
Cuando los pastores enseñan y practican "su fe"

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Cuando los más sencillos confiesan la Fe verdadera, a pesar de los pastores.

SIEMPRE CASTELLANI

Entrevista "descontracturada" a Sebastián Randle acerca del Padre Castellani para "La última página"


Visto en Castellaniana

martes, 10 de mayo de 2022

Francisco y un nuevo gesto a los LGTB

Francisco escribió una nueva carta al controvertido jesuita estadounidense James Martin, conocido por su "ministerio" dedicado a quienes llama “católicos LGTB”.

Martin le envió tres preguntas en español a Francisco. Las respuestas llegaron tres días después, a saber:

¿Qué es lo más importante que las personas LGBT deben saber acerca de Dios?

Dios es Padre y no niega a ninguno de sus hijos. Y el estilo de Dios es la cercanía, la misericordia y la ternura. Por este camino encontrarás a Dios.

¿Qué te gustaría que las personas LGBT supieran sobre la Iglesia?

Me gustaría que leyeran el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí encontraréis la imagen de la Iglesia viva.

¿Qué le puedes decir a un católico LGBT que ha sido rechazado por la Iglesia? 

Me gustaría que lo vieran no como 'el rechazo de la Iglesia', sino como 'gente de la Iglesia'. La Iglesia es madre y llama a todos sus hijos. Tomemos como ejemplo la parábola de los invitados a la fiesta: los justos, los pecadores, los ricos y los pobres, etc. Una Iglesia selectiva, de “pura sangre”, no es la Santa Madre Iglesia, sino una secta.

Comentario del editor: Como puede verse, ninguna invitación a la castidad, ninguna condenación de los actos homosexuales como prácticas inmorales, condenadas por la Sagrada Escritura. Francisco habla como si no hubiera Revelación Divina, dogma o moral.

Fratres In Unum (adaptación)

Monseñor Viganò y la reforma de la Semana Santa de 1955

En la pasada Semana Santa publicamos día a día los cambios que sobre cada una de las santas jornadas lamentablemente se hicieron en 1955 para los ritos de la Iglesia desde el Domingo de Ramos a la Vigilia Pascual. Y conjuntamente presentamos videos sobre liturgias contemporáneas celebradas con todo el esplendor de los ritos anteriores a 1955. A todo esto puede accederse clickeando AQUÍ
Abajo presentamos una carta reciente del Arz. Carlo Maria Viganò (vista en Adelante la Fe) que trata el tema de la reforma de la Semana Santa  del 55´ de modo excepcional, de la Liturgia en general (habla de que no hay 2 ritos romanos), la FSSPX y de la aplicación de todo lo dicho en la actualidad.  

 Estimado señor:

Le agradezco que me haya planteado la pregunta  del  padre… a propósito de la reforma de la Semana Santa.

Estoy de acuerdo en que puede considerarse una especie de globo sonda mediante el que los artífices de la sucesiva reforma conciliar introdujeron una serie de modificaciones –a mi juicio totalmente discutibles y arbitrarias– al Ordo Maioris Hebdomadæ hasta entonces vigente.

Es más. Yo diría que estas modificaciones pueden parecer casi inocuas, aunque extravagantes, porque la mente que las concibió todavía no se había manifestado ni con la reforma de Juan XXIII ni con la mucho más devastadora inaugurada por la constitución Sacrosanctum Concilium y más tarde agravada por Consilium ad exsequemdam. Claro que aunque a un párroco de 1956 le podía parecer una simplificación dictada por las exigencias de adaptar la complejidad de los ritos de la Semana Santa al ritmo de la modernidad –y probablemente fue presentada como tal al propio Pío XII sin revelarle su potencia destructora–, cobra a nuestros ojos un sentido muy diferente, porque ante todo vemos en ella en acción la desenvuelta mentalidad rupturista de los modernistas y los discípulos de la nunca suficientemente reprobada  renovación litúrgica. Y en segundo lugar porque reconocemos en la elección de la supuesta simplificación de las ceremonias la misma ideología de las más osadas innovaciones del Novus Ordo. Por último, entre los personajes que  se asoman  en la mencionada reforma aparecen los protagonistas de la reforma conciliar, promovidos a los más altos cargos precisamente por su notoria aversión a la solemnidad del culto; cuesta pensar que todo lo que pusieron en marcha entre 1951 y 1955 no fuera concebido como un primer paso hacia los trastornos que habrían de venir menos de veinte años después.

Cierto es que el aire que se respira en ciertas partes del rito de Pío XII –por ejemplo, el Padrenuestro recitado a la vez por el celebrante y por los fieles– es el mismo que encontramos en el Novus Ordo: se percibe algo extraño, forzado, típico de las obras que no son inspiradas por el Señor sino que son patentemente humanas, imbuidas de un racionalismo que no tiene nada que sea verdaderamente litúrgico, sino que hiede a aquella presunción gnóstica que justamente condenó Pío XII en su inmortal encíclica Mediator Dei. Causa estupor que los mismos errores que fueron providencialmente condenados en 1947 resurjan precisamente en la reforma que él promulgó; pero no olvidemos que el Pontífice ya tenía una edad muy avanzada y estaba bastante afectado física y anímicamente por el reciente conflicto mundial. Incluir por tanto a Pío XII entre los demoledores sería injusto a más no poder.

Planteada esta premisa, hay que evaluar si al rito que promulgó Pío XII mediante el decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria del 16 de noviembre de 1955 se le pueden aplicar las mismas excepciones que al Novus Ordo Missae promulgado por Pablo VI con la constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969. O mejor aún: considerando que el motu proprio Summorum Pontificum reconoce a los católicos el derecho de hacer uso del rito anterior por su especificidad ritual, doctrinal y espiritual; y considerando que el motu proprio no examina la ortodoxia del Novus Ordo y se ciñe a una cuestión, por así decirlo, de gusto litúrgico, ¿podríamos extender ese principio a los ritos anteriores al motu proprio Rubricarum instructum de Juan XXIII y el propio decreto Maxima Redemptione nostrae mysteria, manifestando nuestra preferencia por el rito llamado de San Pío X?

En realidad, no se trata de una provocación. En primer lugar porque no estoy de acuerdo con la coexistencia simultánea de dos formas del mismo rito en la Iglesia de rito romano. Y en segundo lugar porque considero el rito reformado gravemente deficiente y sin duda alguna favens haeresim (que favorece la herejía), y me uno tanto a la denuncia de los cardenales Ottaviani y Bacci como a la de monseñor Marcel Lefebvre; estoy convencido además de que el Novus Ordo debe sencillamente ser abrogado y prohibido, en tanto que el tradicional debería ser declarado único rito romano en vigor. De hecho, sostengo que sólo desde esta perspectiva es posible impugnar también canónicamente el Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus. Y, si nos ponemos quisquillosos, también el motu proprio Rubricarum instructum, sobre todo en vista de su coherencia con la línea del Novus Ordo y su evidente ruptura con la del Misal Romano anterior.

Ahora bien, teniendo en cuenta el vacío legal en que nos encontramos, creo que si la FSSPX considera legítimo remitirse al misal de Juan XXIII porque reconoce la misma mentalidad dolosa en todas las reformas sucesivas que condujeron al de Pablo VI –de naturaleza ante todo prudencial–, podría aplicarse el mismo principio a la reforma de la Semana Santa, aunque en ésta –como en el Misal de Juan XXIII– no hay nada heterodoxo ni que tienda remotamente a la herejía.

A mí me parece que fue ese el motivo por el que monseñor Lefebvre escogió precisamente el rito de 1962. Por otra parte, teniendo como tenía mentalidad jurídica gracias a su sólida formación, era consciente de que no sería posible aplicar una especie de libre examen a la liturgia, ya que ello habría autorizado a cualquiera a adoptar el rito que se le antojase. Al mismo tiempo, no dejaba de ver –como tampoco dejamos de verlo nosotros hoy– la naturaleza subversiva de la reforma conciliar, declaradamente abierta a derogaciones y experimentos, permitiendo aplicar infinidad variedades a voluntad del celebrante so pretexto de recuperar una presunta pureza original al cabo de siglos de sedimentación ritual. Precisamente por eso monseñor Lefebvre decidió volver al rito menos arriesgado, o sea el de 1962, sin entender tal vez algunos aspectos polémicos de las reformas de Pacelli y de Roncalli que sólo un experto en liturgia podía captar, sobre todo en los turbulentos años setenta. No olvidemos tampoco que la renovación litúrgica se produjo en Francia mucho antes que en Italia, así como que muchas innovaciones que más tarde se convirtieron en norma de la Iglesia universal se experimentaron en diócesis francesas ya a partir de los años veinte, empezando por el uso de la casulla gótica y el altar orientado versus populum. Todo en nombre de aquel arqueologismo que se proponía borrar de un plumazo un milenio entero de vida de la Iglesia. Supongo que a un prelado italiano celebrar coram populo con una casulla de estilo medieval le parecería una extravagancia, mientras que para un arzobispo francés ya era una costumbre adquirida y en ciertos aspectos ya se promovía.

Es necesario comprender además –y creo que ya lo he expresado ampliamente– que la intencionalidad de la reforma que se inició a nivel local mucho antes de Pío XII y que poco a poco se fue difundiendo por el orbe católico es totalmente antijurídica; sus artífices abusaron de su autoridad como legisladores para imponer con fuerza de ley un rito que había ser todo menos una aplicación al pie de la letra del texto litúrgico, una especie de esbozo que permitiese las peores excentricidades e introducir progresivamente en la Iglesia una inexorable pérdida del sentido de lo sagrado. Eso todavía no se observa en el Ordo Hebdomadae Sancte instauratus ni en el Misal de Juan XXIII; pero ya se había abierto el camino hacia el carácter perpetuamente mudable del rito y su descarado aggiornamento, unido a la errónea idea de que se había corrompido con el paso de los siglos y era necesario por tanto podarlo de añadidos innecesarios, cuando lo cierto es que era fruto de un desarrollo armónico fruto de las circunstancias, del tiempo y de los lugares. Y desde luego la alteración del Canon Romano por parte de Roncalli al insertar el nombre de San José iba por el mismo camino, afectando de paso a la oración más antigua y sagrada del Santo Sacrificio.

Para finalizar, señalaré que muchas comunidades que se benefician del motu proprio Summorum Pontificum celebran los ritos de la Semana Santa según el Misal anterior a la reforma pacelliana; la propia Comisión Ecclessia Dei concedió esa excepción al considerar legítimas las motivaciones de quienes la solicitaban. Por eso, no entiendo por qué la Fraternidad, que en lo que se refiere a la custodia de la Misa Tradicional estuvo a la vanguardia en tiempos bien difíciles, no puede hacer otro tanto. Ciertamente, cuando la Iglesia se reencuentre a sí misma, todo habrá de reconducirse por cauces legales; con leyes, esperamos, que tengan prudentemente en cuenta las críticas que se han hecho.

Espero que estas consideraciones hayan sido útiles al reverendo padre…

Aprovecho la ocasión para impartir a todos, queridos amigos, mi bendición paternal.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

sábado, 7 de mayo de 2022

LEON XIII Y LA COCAÍNA

El admirado Specola publicó esta mañana que León XIII tomaba una bebida que contenía cocaína. Vamos a tratar de poner en contexto el asunto. La cocaína fue en sus orígenes una sustancia a la que se le atribuía una infinidad de propiedades terapéuticas. Cuando en 1860 fue aislada por el químico Albert Nieman de Göttingen, una corte interminable de farmacéuticos, curanderos y vendehumos se lanzó a proclamar los beneficios de la cocaína. Uno de ellos fue Angelo Mariani, que en 1863 creó una bebida que contenía, sobre todo, vino y extractos de hoja de coca. No podía imaginar su inventor que la Vin Mariani iba a causar furor entre algunos de los intelectuales, científicos y líderes más importantes de finales del siglo XIX.

El extravagante químico de Córcega Ange-François Mariani desarrolló esta bebida tónica, realizada con vino de Burdeos y extracto de hojas de coca (luego simplemente con cocaína), inspirado a su vez por el «elixir de coca Lorini».

La mezcla que contenía la bebida producía un efecto estimulador del sistema nervioso central similar al de la cocaína sola, pero que además se veía potenciado por un tercer compuesto llamado etilencoca, producto de la reacción entre un metabolito de la cocaína y el etanol. Su creador sostenía que prevenía la malaria, la gripe y «otras enfermedades devastadoras», y que, gracias al alcohol, se neutralizaban los efectos más agresivos de la cocaína.

«Puede alargar la vida humana cien veces»

El Vin Mariani gozó de un éxito casi instantáneo desde que se puso a la venta, especialmente entre los intelectuales, que agradecían sus propiedades analgésicas, estimulantes y antidepresivas. Se tiene constancia de que fue consumido por personajes de la talla de Julio Verne, Conan Doyle, William McKinley, Émile Zola, Ulises S. Grant P., el zar Alejandro II, Louis Blériot, José Martí, Paul Verlaine, Sigmund Freud, Thomas Edison, los hermanos Lumière, la Reina Victoria y, lo que resulta más llamativo, por el Papa León XIII.

El gran León XIII fue elegido Papa cuando tenía 68 años. El pontífice, sin embargo, se encontraba mal de salud y, según  la revista La Repubblica, estaba acostumbrado a «una dieta rara». León XIII,  tomaba para el desayuno «caldo y yemas de huevo con Marsala». En el almuerzo le servían «un ala de pollo» y en la cena siempre comía «media pechuga de pollo». En esta extraña dieta, su médico  Giuseppe Lapponi, estaba convencido de que las dolencias del Papa podían aliviarse con el consumo de una «cerveza Pilsener sin filtrar elaborada en Praga», llamada en el Vaticano la “cerveza bendita”. No contento con esto, también hacía beber a León XIII «tres dosis de vino tónico Mariani»,  que contenía un11 por ciento de alcohol y 6,5 miligramos de cocaína. Todo esto no parece muy recomendable, pero sus resultados fueron (por gracia divina) que León XIII, reinó durante 25 años, conservando una excelente memoria y una vista perfecta,  escribió 86 encíclicas y compuso  oraciones y poemas latinos.

El Pontífice recordado por ser uno de los más longevos, viviendo hasta los 93 años, se reveló uno de los principales valedores de una bebida que podía contener en cada vaso de 35 a 70 miligramos de cocaína, el equivalente a una «raya» actual. Además de prestar su imagen para la etiqueta y varios carteles promocionales, León XIII concedió una medalla de oro al inventor, en reconocimiento a la capacidad de esa bebida para «apoyar el ascético retiro de Su Santidad».

En este sentido, el presidente de EE.UU. Ulises S. Grant bebía –por recomendación del escritor Mark Twain– una cucharadita de vino de coca con leche cada mañana para mantener a raya el cáncer de garganta que padeció en sus últimos años de vida. Pues, según Julio Verne, esa bebida «puede alargar la vida humana cien veces».

Hay que decir que en aquella época la cocaína (cuyas propiedades estimulantes se conocen hace siglos pero no así sus contraindicaciones) no tenía las connotaciones negativas que tiene hoy en día, y su consumo estaba bastante extendido. Incluso era recomendado por profesionales médicos y estaba bien visto. 

Fuentes: Libero Quotidiano - Specola - Varios

viernes, 6 de mayo de 2022

LA TRADICIÓN SEGÚN LA FSSP Y LA FSSPX

 La benevolencia mostrada por el Santo Padre a la Fraternidad San Pedro (FSSP), por el indulto concedido en relación a Traditionis custodes, ¿da la razón a quienes quisieron "mantener la Misa tradicional dentro del perímetro visible de la Iglesia"? ¿Y el hecho de que la Fraternidad San Pío X (FSSPX-HSSPX) siga celebrando esta Misa fuera de este "perímetro visible" constituye un cisma?

1. El sitio Claves.org es el órgano oficial de la Fraternidad San Pedro, el equivalente de La Porte Latine para el Distrito de Francia de la Fraternidad San Pío X. En la sección titulada "Teología", el Padre Louis-Marie de Blignières, de la Fraternidad San Vicente Ferrer, publicó recientemente una serie de "Entrevistas sobre el verano de 1988". La tercera entrevista, publicada en la página, el 28 de abril de 2022, se titula "¿Por qué no seguimos las consagraciones?"

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2. Toda la explicación del Padre dominico se basa en un solo presupuesto: seguir las consagraciones, es decir, aprobar el acto realizado por Monseñor Lefebvre el 30 de junio de 1988, equivaldría a no mantener la comunión jerárquica con la Santa Sede de Roma. Concedido esto, todo lo demás se sostiene. 

Si las consagraciones episcopales del verano de 1988 representan un acto de carácter cismático, está claro que los sacerdotes y los fieles del movimiento conocido como "Ecclesia Dei" tienen razón.

Los otros aspectos del planteamiento que los condujo a intentar obtener de Roma un régimen favorable a la Tradición, sus intenciones personales, sus preocupaciones y sus dolores, son evidentemente secundarios y accidentales con respecto a este supuesto principal.

Y, desde luego, tampoco es sobre estos aspectos secundarios, sino más bien sobre este presupuesto principal, que se sustenta la evaluación crítica de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y la razón precisa de su profunda divergencia con dicho movimiento. Cualquier otra cosa sería solo un malentendido.

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3. El Padre de Blignières demuestra inmediatamente su premisa. "Lo que queríamos", escribe, "era claro y difícil: mantener la Misa tradicional dentro del perímetro visible de la Iglesia, para usar una expresión de Jean Madiran, es decir, en comunión jerárquica".

Todo sucedió entonces –al menos en la mente del Padre– como si, por sí solas, las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988 hubieran socavado esta comunión y excluido a Monseñor Lefebvre y a sus fieles del perímetro visible de la Iglesia.

Sin embargo, en el n° 1 del motu proprio Ecclesia Dei afflicta, por el que el Papa Juan Pablo II valora oficialmente el significado de estas consagraciones, estas últimas son presentadas por la Santa Sede como motivo de tristeza para la Iglesia, porque consagran el fracaso de todos los esfuerzos realizados hasta ahora por el Papa "para asegurar la plena comunión de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con la Iglesia".

Por lo tanto, está claro que, según la opinión de Juan Pablo II, no fueron las consagraciones del 30 de junio de 1988 las que socavaron la comunión de la Fraternidad con la Iglesia. El problema de la "plena comunión" había surgido desde antes -"hasta ahora"- y no fueron las consagraciones realizadas por Monseñor Lefebvre las que suscitaron esta dificultad de larga data.

Los números siguientes, 3 y 4, establecen una distinción entre el alcance del acto consagratorio, tomado en sí mismo (en el n° 3) y las razones mucho más profundas que constituyen el origen de la disputa que opone a la Fraternidad y a la Santa Sede (en el n° 4). Porque, según dice este número 4, "la raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición".

En ese verano del año de gracia de 1988, son, por tanto, dos concepciones opuestas de la Tradición –y por tanto del bien común de la Iglesia– las que se enfrentan.

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4. Todo depende, pues, no de las consagraciones, sino del Concilio Vaticano II, es decir, del ecumenismo, la colegialidad y la libertad religiosa. Monseñor Lefebvre lo explicó suficientemente, en muchas ocasiones y especialmente en la homilía del 30 de junio de 1988, donde ya respondía al reproche que le sería lanzado dos días después.

"Me parece oír, mis queridos hermanos, me parece oír las voces de todos estos Papas desde Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, diciéndonos: desde el Concilio, lo que hemos condenado es lo que ahora las autoridades romanas adoptan y profesan. ¿Cómo es posible esto? 

"Hemos condenado el liberalismo, el comunismo, el socialismo, el modernismo, el sillonismo. Todos estos errores que hemos condenado resulta que ahora son profesados, adoptados, sostenidos por las autoridades de la Iglesia. ¿Es posible esto?" 

La "noción contradictoria de la Tradición" es, por lo tanto, atribuible a la Roma actual, a esta llamada Roma "conciliar" por el hecho mismo de que se convirtió en la representante del Concilio Vaticano II, cuyas enseñanzas son contrarias a la Tradición de la Iglesia.

Y si esta noción "contradictoria" de la Tradición es la raíz profunda del cisma, este último está actualmente en Roma, en esa Roma de hoy que rompe con la Roma de siempre. El cisma no puede estar en Ecône, que se desmarca de esta Roma actual permaneciendo fiel a la Roma de siempre.

Juan Pablo II bien puede decir que "nadie puede permanecer fiel a la Tradición rompiendo el lazo eclesial con aquel a quien Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia": este reproche fue lanzado contra Monseñor Lefebvre por el mismo que rompió primero el famoso lazo eclesial, al liberarse de las enseñanzas de sus predecesores.

¿Cómo podía Juan Pablo II pretender permanecer en comunión con los Papas León XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII realizando dos veces (1986 y 2002) la escandalosa ceremonia de Asís? El principio mismo de este enfoque ecuménico e interreligioso es condenado explícitamente por la encíclica Mortalium animos del 6 de enero de 1928, apenas sesenta años antes de las consagraciones de Ecône.

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5. Por tanto, es fácil disipar el otro aspecto de la culpa en la que aparentemente incurrió Monseñor Lefebvre. Se dice que su noción de la Tradición es "incompleta" porque no tiene suficientemente en cuenta "el carácter vivo de la Tradición". En realidad, esta Tradición viva no existe. Es una contradicción en los términos y es una de las invenciones del Concilio Vaticano II, rompiendo con todo el Magisterio anterior de la Iglesia.

El motu proprio cree poder justificar esta idea distorsionada de una Tradición viva apoyándose en el famoso n° 8 de la constitución Dei Verbum, que establece la confusión entre la Tradición, que es la transmisión de las verdades reveladas por Dios, realizada por la Magisterio, y la percepción de estas mismas verdades por parte de los fieles que las reciben de la predicación del Magisterio.

Una cosa es la transmisión, y otra la percepción de lo que se transmite. La percepción tiene lugar, y cada vez mejor; progresa, con eficacia y, sobre todo, gracias a la predicación del Papa y de los obispos.

Pero la transmisión no avanza en el sentido de que la Iglesia no posee todavía definitivamente la plenitud de la verdad. Con esta concepción evolutiva de la Tradición viva, el Concilio abrió la puerta a "la hermenéutica de la reforma", de la que Benedicto XVI se convirtió en teórico en su Discurso del 22 de diciembre de 2005 [1].

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6. Esta es la razón profunda por la que la Santa Sede condenó a Monseñor Lefebvre y su obra, y por la que el Padre de Blignières y sus discípulos se negaron a seguir las consagraciones: la definición de la Tradición y del Magisterio.

El n° 5 del motu proprio que fundó la Pontificia Comisión del mismo nombre declara que "las amplias y profundas enseñanzas del Concilio Vaticano II requieren un nuevo empeño de profundización, en el que se clarifique plenamente la continuidad del Concilio con la Tradición, sobre todo en los puntos doctrinales que, quizá por su novedad, aún no han sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia".

Por tanto, es la idea de Tradición viva, aplicada en Vaticano II, en todas sus consecuencias, la que impide "seguir las consagraciones" y la que exige la adhesión de los fieles y de los sacerdotes en cuyo beneficio el Papa instituye esta nueva Comisión.

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7. Esta idea conciliar y modernista de la Tradición viva es la causa fundamental de la división que aún se vive entre los católicos de la Tradición. Y, en definitiva, la verdadera razón por la cual el Padre de Blignières y sus amigos no quisieron seguir las consagraciones, es que no comprendieron toda la nocividad de este nuevo concepto, y prefirieron "mantener la Misa tradicional" dentro del perímetro visible de una obediencia muy mal entendida.


Padre Jean-Michel Gleize


El Padre Jean-Michel Gleize es profesor de apologética, eclesiología y dogma en el seminario San Pío X de Ecône. Es el principal colaborador del Courrier de Rome. Participó en las discusiones doctrinales entre Roma y la FSSPX entre 2009 y 2011.

[1] Cf. el artículo "Magisterio o Tradición Viva" del Courrier de Rome de febrero de 2012.

Fuente: La Porte Latine - FSSPX.Actualités

viernes, 29 de abril de 2022

LOS DEICIDAS

Repost 

 «Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de vosotros”. Y TODO el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”». (San Mateo, XXVII: 24-25) 


«Cuando un inocente es condenado, no hay límites al castigo; sino que lo dejan en manos de sus enemigos, para que puedan hacerlo sufrir y morir como les plazca. ¡Pobres judíos! Vosotros atrajisteis una terrible maldición sobre vuestras cabezas al decir: “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, y esa maldición, raza miserable, la lleváis hasta el día de hoy, y al Final de los Tiempos recibiréis el castigo de esa sangre inocente. ¡Oh, Jesús mío! Ten misericordia de mí, que por mis pecados he sido también la causa de tu muerte. Yo no seré obstinado como los judíos; sino que lloraré el mal trato que Te he dado. ¡Yo te amaré, por siempre, por siempre, por siempre!». (La Pasión y Muerte de Jesucristo, Meditación octava, parte II, San Alfonso María de Ligorio). 

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El Vaticano 2, queriendo extender su idea ecuménica a todas las religiones, e incluso al judaísmo, ha rechazado toda la Tradición eclesiástica.

Pero para poder hacerlo, ha falsificado la Sagrada Escritura.

En lo referente a los judíos, la falsificación de la Revelación y el rechazo de la Tradición se refieren a tres puntos esenciales: la alianza, el deicidio y el llamado antisemitismo.

Para poder comprender bien lo que se ha hecho, conviene ante todo hacer una distinción respecto al pueblo judío.

“Israel” puede entenderse en dos sentidos:

1) el Israel Espiritual, pueblo de Dios del Antiguo Testamento hasta el tiempo de Nuestro Señor Jesucristo. Su misión era preparar la venida del Mesías, en quien hallaría su perfeccionamiento.

De éste Israel, es continuación la Iglesia de Jesucristo, única heredera legítima y exclusiva de su patrimonio y misión sagrados.

 2) el Israel Carnal, que materializó, carnalizó, la promesa de Dios y la noción misma del Mesías y que, por lo tanto, prevaricó, rechazándolo en su primera Venida.

En éste Israel carnal podemos distinguir, a su vez, otras dos realidades:

a – El pueblo judío a partir de Cristo, pueblo llamado a la conversión, al bautismo, como todos los demás pueblos, pero con más urgencia y con una dilección particular a causa de su patrimonio único, y con mayor cuidado a causa de su rebelión y patrimonio actual.

b – El judaismo talmúdico: la religión actual de los judíos, aquella que no sólo ha rechazado al Mesías y cometido el deicidio, sino que persigue a su Cuerpo Místico, la Iglesia, como usurpadora de su patrimonio sagrado.

Los judíos talmúdicos siguen el Talmud: interpretación rabínica de la Ley Mosaica y código civil judío.

 La Iglesia honra al Israel espiritual, puesto que le continúa y es su heredera.

La Iglesia ama al Israel carnal llamado a la conversión, busca a los hijos de ese pueblo como a sus hijos mayores, rebeldes pero aún amados.

La Iglesia defiende su propia razón de ser y sus derechos contra las pretensiones del judaismo talmúdico, contra su odio y sus persecuciones.

El Concilio quiere a todo precio, reconciliar a la Iglesia con el judaismo talmúdico. Para esto, camufló esta reconciliación asimilándola a la conversión del pueblo judío y fundamentándola sobre el reconocimiento de la herencia común con el Israel espiritual.

En otras palabras, el Concilio, sin hacer las debidas distinciones entre Israel espiritual e Israel carnal, y entre pueblo judío a convertir y judaismo farisaico y talmúdico, identifica estos dos últimos y les atribuye los beneficios espirituales del pueblo elegido (Israel espiritual), heredados por la Iglesia Católica.

De este modo, busca la unidad sobre una base religiosa común que supone aun existente, pero que de hecho, debido a la prevaricación de Israel, ya no existe.

Para ello, debe desmentir, silenciar o condenar todo aquello que niegue o se oponga a tal pretendida base religiosa común.

Juan Pablo II en su visita del 13 de abril a la sinagoga de Roma, reafirmó esta intención: los tres puntos que quiso destacar, del n.4 del documento Nostra Aetate, señalan la falsificación de la Revelación y el abandono de la Tradición respecto a la Alianza, al deicidio y al antisemitismo.

Allí dijo:

“La religión judía no nos es extrínseca, sino que en cierto modo es intrínseca a nuestra religión. Por lo tanto, sois nuestros hermanos predilectos, y en cierto modo, se podría decir, nuestros hermanos mayores.“

Más adelante:

“A los judíos, como pueblo, no se les puede imputar culpa alguna atávica o colectiva por lo que se hizo en la Pasión de Jesús…”

“Por lo tanto, resulta inconsistente toda pretendida justificación teológica de medidas discriminatorias o, peor todavía, persecutorias.”

De donde se sigue como consecuencia:

“No es lícito decir que los judíos son reprobos o malditos… “, sino que, más aun, hay que decir, citando a San Pablo, “que los judíos permanecen muy queridos por Dios, que los ha llamado a una vocación irrevocable.”

 Lo que compromete todo este hermoso andamiaje del Concilio Vaticano II es la Cruz. Importuna, comprometedora Cruz de Cristo, escándalo para los judíos.

El Concilio ha trabajado mucho para evacuarla. En su prurito de amistad judaica, ha tratado de establecer la inocencia del judaismo en este negocio.

La redacción de 1964 del documento Nostra Aetate prohibía decir que los judíos son culpables de deicidio.

Las palabras fueron retiradas de la redacción definitiva.

Ahora bien, en virtud de la unión hipostática, Aquel que ha sido crucificado en su naturaleza humana, es una Persona divina.

Hubo por lo tanto deicidio.

Entonces, hay que demostrar que no fueron los judíos.

El Concilio los lava de esta acusación en tres movimientos:

Primero, sólo algunos de entre ellos estuvieron en el Gólgota.

Segundo, no lo hicieron expresamente ni perfectamente conscientes.

Tercero, son nuestros pecados, los pecados de todos los hombres, los que han causado la muerte de Cristo, y no los judíos.

La falsificación del evento y de su misterio es increíble.

Leamos lo que dice el mismo Concilio:

“Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y si bien la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.”

Juan Pablo II dijo:

“A los judíos como pueblo no se les puede imputar culpa alguna atávica o colectiva por lo que se hizo en la Pasión de Jesús… Ni indistintamente a los judíos de aquel tiempo, ni a los que han venido después, ni a los de ahora…”

“Ni indistintamente”, es decir, no sin distinción.

Es claro que no se puede atribuir la muerte de Cristo indistintamente a todos los judíos.

Pero, ¿por qué el Concilio y el Papa no hacen las distinciones necesarias y señalan cuáles son los judíos culpables?

Por otra parte, el “indistintamente”, ¿recae también sobre los “judíos de hoy”?

Evidentemente que no. De haber querido decir eso el Concilio y Juan Pablo II tendrían que haberse expresado así: “… lo que en su pasión se hizo no puede ser indistintamente imputado ni a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy”.

Entonces, para el Concilio y para Juan Pablo II los judíos de hoy no son para nada culpables del deicidio.

Ya veremos que no puede ser sostenida tal doctrina.

 Una vez más, se rechaza toda la Escritura y la Tradición.

Juan Pablo II reafirmó esta mala doctrina en su discurso en la Sinagoga. Ellos lo quieren y así lo afirman; rechazan toda la enseñanza formal del Evangelio de San Juan y de las Actas de los Apóstoles.

La Sagrada Escritura atestigua bien el endurecimiento de todo este pueblo, que permanece solidario a sus autoridades que condenaron a Jesús y a la turba que aplaudía su muerte.


Lejos de arrepentirse, los judíos de ese tiempo, y todos los judíos de todos los tiempos, excepto los convertidos, han suscripto a este evento en la medida de su conocimiento.

He aquí la única distinción, ¡que el Concilio y Juan Pablo II no hacen!

Imputarles pues el deicidio, es confesar el hecho.

Veamos lo que nos dice el Evangelio de San Juan para que pueda servir como material de estudio en este tema: V, 15-18; VII, 1, 19, 25-26, 30, 44; VIII, 37, 39-40, 44, 59; X, 31-33, 39; XI, 49-50, 53; XII, 9-10; XVIII, 3, 12-14, 28, 31-32, 35; XIX, 6-7, 14-16.

Podemos ver también San Mateo XXVII, 20-26; San Lucas XXIII, 20-25; Act II, 22-23, 36; III, 13-15; IV, 8-12; V 28-32; VII, 51-53; XII, 26-29.

Leamos los textos más importantes:

Jn.XIX, 6-7:

“Luego que los pontífices y sus ministros le vieron, alzaron el grito, diciendo: Crucifícale, crucifícale. Diceles Pilato: Tomadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo en El crimen. Respondiéronle los judíos: Nosotros tenemos una ley, y según esta ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.”

 
Mt. XXVII, 20-26:

“Entre tanto, los principes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron al pueblo a que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Volvió a preguntarles el presidente: ¿A quién de los dos queréis que suelte? Respondieron ellos: A Barrabás. Replicoles Pilato: Pues, ¿qué mal ha hecho? Mas ellos comenzaron a gritar más, diciendo: Sea crucificado. Al ver Pilato que nada adelantaba, antes bien que cada vez crecía el tumulto, mandó traer agua agua y se lavó las manos a la vista del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de éste justo; allá os lo veáis vosotros. A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, le entregó en sus manos para que fuese crucificado.”


Lc XXII, 20-25:

“Hablóles nuevamente Pilato, con deseo de libertar a Jesús. Pero ellos se pusieron a gritar, diciendo: Crucifícale, crucifícale. El, no obstante, por tercera vez les dijo: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Yo no hallo en El delito ninguno de muerte; asi que, después de castigarle, le daré por libre. Más ellos insistían con grandes clamores pidiendo que fuese crucificado; y se aumentaba la gritería. Al fin Piloto se resolvió a acceder a su demanda. En consecuencia dio libertad, como ellos pedían, al que por causa de homicidio y sedición había sido encarcelado, y a Jesús le abandonó al arbitrio de ellos.”


Jn.XIX, 14-16:

“Era entonces la Preparación de Pascua, cerca de la hora sexta, y dijo a los judíos: Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos, empero, gritaban: Quita, quítale de en medio, crucifícale. Díceles Piloto: ¿A vuestro rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino el César. Entonces se los entregó para que le crucificasen. Apoderáronse, pues, de Jesús, y le sacaron fuera.”

 
Act. II, 22-23, 36:

“¡Oh hijos de Israel! Escuchadme ahora: A Jesús de Nazareth, hombre autorizado por Dios a vuestros ojos con los milagros, maravillas y prodigios que Dios por medio de El ha hecho entre vosotros, como como todos sabéis, a este Jesús, dejado a vuestro arbitrio por una orden expresa de la voluntad de Dios y decreto de su presciencia, vosotros le habéis hecho morir, clavándole en la cruz por mano de los impíos…” “Persuádase, pues, certisimamente toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor y Cristo a éste mismo Jesús al cual vosotros habéis crucificado.”


La ignorancia no excusa a los judíos del deicidio. Santo Tomás de Aquino ya respondió a esta objeción hace más de 700 años (cfr. Suma Teológica, parte III, cuestión 47, art. 5, ad3)

Los judíos son deicidas, pero ¿qué judíos y en qué proporción?

En la exactitud y claridad con que sea resuelto este interrogante, se halla toda la verdad del tema que estamos analizando.

Justamente cuando se ha querido introducir el equívoco, es preciso iluminar el error con la verdad.


Para responder con precisión, hay que atender a la presencia y vinculación del pueblo de Israel con la causa condenatoria de Jesús.

En cuanto a la presencia, son responsables los jefes, los Pontífices, como instigadores morales, y el pueblo como nación, considerado no en cuanto a su totalidad numérica pero sí en su totalidad global y solidariamente comprometida en la iniquidad de sus jefes. (Jn XVIII, 35, XIX, 15; Mt XXVII, 25).


Esas mismas frases indican, además, una solidaridad nacional no sólo entre el pueblo de Israel presente y actor de los hechos, sino también con el ausente y posterior a ellos. Entre uno y otro hay una relación de continuidad moral voluntariamente aceptada, cuyo vínculo de unión es la ley de Moisés.

En virtud de la obediencia y sujeción a la Ley, todo aquel pueblo judío de entonces, representado jurídicamente por sus autoridades, estuvo moralmente unido e implicado en la responsabilidad del deicidio.

Del mismo modo, todo el pueblo judío actual que se considera unido y formando un todo con aquel en virtud de la Ley, queda comprometido en idéntica responsabilidad moral: “Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir.”

Para no caer bajo esa acusación y culpa, deben desligarse positivamente del vínculo de la Ley y repudiar lo que en virtud de ella hicieron sus mayores al condenar a muerte a Jesús.

Si el pueblo de Israel actual acata todavía esa ley (en virtud de la cual Cristo fue condenado a muerte como blasfemo), lógicamente tiene que admitir también su aplicación particular al caso de Nuestro Señor Jesucristo.

Con lo cual todos los que se consideran sujetos a la Ley son, en alguna manera, voluntariamente deicidas, aunque en muy diversa proporción (depende del conocimiento y del consentimiento).

Otra forma de ver esta vinculación nacional en el hecho del deicidio, es a través de la solidarización que se hace del pueblo judío en todo lo que puede contribuir a engrandecerle y magnificarle a los ojos del mundo. Si la revelación, la fe, la elección, la adopción, la gloria y las promesas se aplican y convienen al pueblo a quien Dios hizo la promesa, es preciso no olvidar que, por lo mismo que ha renegado de Cristo (objeto de la promesa), está sujeto a la maldición de la Ley (Gal III, 7-10) y a las maldiciones del mismo Jesús (Mt XI, 10-24; Mt XXIII, 1-36; Lc XI, 37-52).

Así como la bendición y la gloria corresponden al pueblo que se mantuvo fiel a la promesa, así la maldición y la condenación se aplican al que, todavía después de casi dos mil años, sigue aferrado a la perfidia de sus mayores.

De su error el Concilio concluye:

“Los judíos no deben ser presentados como reprobados por Dios y malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura.”

La Iglesia siempre ha recordado que ninguna persona es maldita o reprobada aquí abajo, sino que está llamada a convertirse y entrar en la Iglesia por el bautismo.

Pero aquello que el Concilio quiere sugerir y hacer creer como la justa interpretación de las Escrituras, es otra cosa: que el judaísmo oficial y colectivo, la nación judía, la Sinagoga, ha podido cometer el crimen de deicidio, ha podido condenar a muerte a su Mesías y Dios y, sin embargo, persistir a través de los siglos en ésta perfidia sin ser objeto de reprobación y maldición, sin ser culpable de deicidio.

Esto es confundir los términos y, en este caso, mentir.

Los judíos que, por la fe en la promesa, reconocen a Cristo como Mesías y Dios, siguen siendo herederos de Abraham y verdadero pueblo de Dios.

Pero los infieles y prevaricadores, los que positiva y obstinadamente lo rechazan, como sus padres lo rechazaron, esos no son ni serán “pueblo de Dios” mientras dure su infidelidad; y, mientras tanto, son réprobos y malditos, lo cual no implica que lo sean eternamente.
 

Primera parte visto en Miles Christi - Segunda parte del padre Juan Carlos Ceriani en Radio Cristiandad

martes, 26 de abril de 2022

Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano

Repost 

26 de abril  

A poca distancia de Roma se encuentra la Basílica de Nuestra Señora del Buen Consejo, imagen que en el siglo XV se trasladó allí milagrosamente desde Scútari, Albania, huyendo de la invasión turca y en respuesta a una fervorosa oración de dos piadosos albaneses


La ciudad de Genazzano (60 km al sur de Roma), remonta al tiempo del Imperio romano. En ella los patricios y la corte imperial establecieron sus mansiones o “villas” junto a templos, anfiteatros, circos y termas, cuyas ruinas atestiguan hasta hoy su antiguo fausto. Este lugar era escenario de fiestas en honra de los dioses, algunas de las cuales eran mero pretexto para orgías paganas. Una de esas celebraciones se realizaba el día 25 de abril, en honor de la diosa Flora.

Después que Constantino el Grande diera libertad a la Iglesia, bajo el pontificado del Papa San Silvestre (336) desaparecieron en Genazzano todos los trazos de paganismo en las costumbres, y se edificó allí una primera iglesia dedicada a María Santísima, bajo la tierna invocación de Madre del Buen Consejo. Posteriormente los Agustinos levantaron en un extremo de la ciudad un modesto convento.

Con el paso de los siglos la importancia de ese primitivo templo fue decayendo, hasta que, ya bastante deteriorado, de su antigua preeminencia sólo le restaban el nombre, un bonito bajorrelieve en mármol representando a la Virgen Madre del Buen Consejo, y el privilegio de ser punto de afluencia de peregrinos que venían a pedir gracias, que María Santísima continuaba prodigándoles maternalmente.

A mediados del siglo XIV, se confió el cuidado del antiguo templo a la Orden de los Eremitas de San Agustín, a fin de asegurar la asistencia pastoral a los fieles y la conservación del venerable edificio. El trabajo de los frailes produjo una notable elevación moral y religiosa de toda la ciudad, y muchos fieles de ambos sexos ingresaron en la Orden Tercera de San Agustín.

No obstante, las dificultades financieras seguían impidiendo la tan urgente y ansiada reforma del templo de la Madre del Buen Consejo.

Un alma piadosa prepara el camino a esta nueva devoción

Pero esta gran Señora tenía prevista para esa dificultad extrema una solución providencial y maravillosa, que los hombres eran incapaces de imaginar. Ella quiso valerse de una simple terciaria agustina para realizar un prodigio único en la Historia de la Iglesia, que traería como consecuencia no sólo la restauración del templo, sino un nuevo e incomparable esplendor de aquel recinto sagrado.

Petruccia de Nocera, viuda desde 1436 y sin hijos, dedicaba la mayor parte de su tiempo a la oración y a ejecutar pequeños servicios en la iglesia de la Madonna del Buen Consejo. Le dolía ver el estado del templo, y rezaba con fervor para que pudiese ser restaurado. Por fin, decidió asumir ella misma la iniciativa. Con licencia de los frailes, entregó todo su patrimonio para el costeo de las obras de restauración y ordenó iniciarlas, contando con la ulterior ayuda de los fieles para llevarlas a buen término.

El plan había sido bien estudiado, se ampliarían todas las dimensiones de la vieja iglesia, reedificando su estructura. Pero a la mitad de las obras, Petruccia, que ya contaba 80 años de edad, constató que el monto que había ofrecido no alcanzaba para continuar los trabajos, y que nadie se había presentado para auxiliarla. Así, al momento de agotarse sus recursos las nuevas paredes se elevaban irónicamente a poco más de un metro del suelo... Entonces, algunos conocidos de la pobre terciaria comenzaron a enrostrarle la imprudencia que había cometido; otros se burlaban de ella, y hasta hubo quienes la reprendiesen severamente en público. A todos ella se contentaba en decirles: “No deis, hijos míos, tanta importancia a esta infelicidad aparente, pues os aseguro que antes de mi muerte la Santísima Virgen y nuestro Santo Padre Agustín terminarán la iglesia comenzada por mí”.

Nadie podía imaginar entonces hasta qué punto ese anuncio de Petruccia era profético.

La Santísima Virgen tomó posesión de la iglesia

La Santa Iglesia había cambiado el contenido del festejo realizado en Genazzano el 25 de abril. El pueblo que en tiempos de paganismo se reunía para entregarse al desenfreno, ya convertido pasó a festejar en la misma fecha al patrono de la ciudad, San Marcos. En la mañana de ese día, en la Iglesia de la Madre del Buen Consejo comenzaban las celebraciones con una Misa solemne, en presencia de las autoridades eclesiásticas y civiles e incontables fieles venidos de toda la región del Lacio. Había después una gran feria montada en la Plaza frente al templo, llena de pintorescas barracas de toda clase de productos, y se armaban estrados de diversiones para entretener sanamente al gentío durante el resto del día.

La imagen sale de Albania, seguida por Giorgio y De Sclavis

El 25 de abril del año 1467 era sábado. La fiesta en honor de la Madre del Buen Consejo transcurría normalmente, con gran concurso de pueblo. La incansable Petruccia iba de aquí para allá, siempre muy servicial en los oficios que le cabían, y respondiendo con paciencia a los que la interpelaban acerca de su “pretencioso” proyecto. Cuando de repente, a eso de las 4 de la tarde, se dejaron oír los acordes de una melodía agradabilísima, que parecía venir del Cielo. Todos se pusieron a escudriñar de dónde podían venir esos sones maravillosos. Entonces, por encima de los tejados y de las torres de las iglesias, en el cielo primaveral y poético del Lacio, se dejó ver una pequeña nube blanca que desprendía rayos luminosos y venía bajando al son de una melodía excepcionalmente bella. Poco a poco la nube de luz bajó hasta la misma iglesia de la Madre del Buen Consejo, donde quedó suspendida junto a la pared del fondo de la capilla inconclusa. Al mismo tiempo las campanas de la vieja torre se pusieron a repicar por sí mismas, seguidas de inmediato, en un unísono milagroso, por todos los campanarios de Genazzano. En pocos segundos la capilla quedó repleta de gente que, asombrada, acudía a admirar aquel fenómeno celestial. La nubecita se fue disipando y dejó ver un objeto bellísimo, una pintura que representa a Nuestra Señora trayendo tiernamente a su Divino Hijo en los brazos.

En el local de la aparición ya se oían vivas desbordantes de alegría a la madre de Dios, al lado de gritos: “¡Milagro! ¡Milagro!” Los que ya habían partido hacia sus ciudades volvían atrás rápidamente, pues el repique inesperado de campanas les había llamado la atención y de lejos habían podido ver la misteriosa nube luminosa que bajaba sobre Genazzano.

Muchas personas enfermas o probadas se sintieron inspiradas a pedir cura y consuelo a la imagen llegada milagrosamente, y de inmediato comenzaron a ser atendidas, como consta en documentos emitidos por las autoridades eclesiásticas locales.

Dios premió el acto de confianza


La noticia se esparció por el Lacio y después a toda Italia. Multitudes fervorosas comenzaron a acudir para venerar aquella imagen, milagrosamente suspendida en el aire. Comenzaron a llover las limosnas, como una respuesta providencial a la confianza inquebrantable de la buena Petruccia. Sus esperanzas se veían ahora realizadas. La Madonna del Paradiso, como fue llamada la imagen en el primer momento, logró así que las obras de la iglesia fuesen retomadas y en poco tiempo ésta adquiriera un aspecto majestuoso. Artistas y artesanos unieron sus talentos para construir un rico y solemne altar en la pared junto a la cual se mantenía suspenso el fresco maravilloso. Se fundieron veinte lámparas de plata que ardían en honor de la Virgen Santísima.

Para Petruccia, su misión estaba cumplida: ya podía decir, como el anciano Simeón, “Ahora puedes llevar a tu siervo”. Colmadas sus esperanzas por María, sólo le quedaba cerrar los ojos a esta vida para contemplar los de su dulcísima Abogada y Madre. Cuando falleció, los Agustinos depositaron sus restos en la iglesia, bien próximos de la sagrada imagen. Junto al altar fijaron una lápida recordando algunos trazos de su santa vida. Y desde entonces el pueblo la llamó “Beata”.

De Scutari a Genazzano


Pasado algún tiempo de la aparición, la Madonna del Paradiso quiso dar a conocer el origen del maravilloso fresco, relacionado con la penosa situación que vivía la Iglesia al otro lado del mar Adriático.

Entre los peregrinos llegados a Genazzano había dos personajes que provocaban extrañeza por sus ropas y por los trazos fisonómicos que los identificaban como extranjeros. Uno de ellos era aún joven, y el otro ya adulto. Venidos a Roma desde Albania a comienzos del año, contaron una singular historia a la cual inicialmente nadie quería dar crédito.

En enero de ese año de 1467 había muerto el último y gran monarca de los albaneses Jorge Castriota, más conocido como Scanderbeg. Él había dado altas pruebas de fidelidad heroica a la Iglesia en la lucha contra los turcos que amenazaban aplastar la pequeña nación cristiana. Desde su juventud había tomado parte en combates contra los musulmanes; en uno de ellos, en Croja, entonces capital de Albania, derrotó fragorosamente al propio sultán Amurat II. A lo largo de una serie de campañas victoriosas, en las cuales había derrotado numerosas hordas turcas que durante años hostilizaban a sus compatriotas, Scanderbeg ocupó varias fortalezas en toda Albania. Después, con su pequeño ejército de soldados montañeses bien adiestrados, quedó a la espera de nuevas embestidas turcas. Éstas no se hicieron esperar y un número incontable de infieles asoló nuevamente el territorio cristiano.

Lamentablemente el pueblo albanés sufría desde hacía tiempo la influencia del cisma bizantino, y oscilaba entre la adhesión y el rechazo a la Santa Sede. Así, a la muerte del fiel Scanderbeg Albania pagó las consecuencias de su prolongada inconstancia y tibieza. Los ejércitos turcos, viéndose libres del que llamaban “fulminante león de la guerra”, embistieron contra Albania y la ocuparon casi totalmente.

Solamente Scútari, una pequeña plaza al norte del país, aún no había sido conquistada, porque contaba con una guarnición veneciana que el mismo Scanderbeg había llamado poco antes de su muerte. Pero su caída era sólo cuestión de tiempo. Comenzó entonces el éxodo de los que no querían poner en riesgo su fe y tradiciones hacia países vecinos donde pudiesen mantener la fidelidad a la Santa Sede. Entre ellos estaban Giorgio y De Sclavis, los dos protagonistas de esta historia. Ellos también pensaban emigrar, pero algo los retenía todavía en Scútari.

Se trataba de una pequeña iglesia donde se veneraba una imagen de Nuestra Señora, misteriosamente descendida del cielo hacía doscientos años. Se decía que había venido del Oriente, y por las gracias que concedía, su santuario se había hecho el principal centro de peregrinación de Albania. El propio príncipe Scanderbeg lo había visitado varias veces con sus soldados victoriosos.

Jorge Castriota, Scanderbeg

Pero la devoción a la imagen venía menguando junto con la adhesión a Roma. Sin esto no se comprende la catástrofe albanesa. Según la expresiva lamentación de un cronista de la época, “los jóvenes y las muchachas ya no tomaban gusto en florecer el altar de María en Scútari”, y el santuario parecía ahora destinado a una inevitable destrucción.

Ésta era la gran aflicción de Giorgio y De Sclavis: dejar la patria en el infortunio, abandonando con ella aquel don celestial, el gran tesoro de Albania. Con lágrimas fueron un día al viejo templo para rogar a aquella santa Madre, en su dolorosa perplejidad, que Ella les diese el buen consejo que necesitaban. Pues les parecía que debían preservarla de la furia mahometana, pero al mismo tiempo buscar en el exilio la seguridad para sus propias almas.

Esa misma noche la Santísima Virgen les hizo saber, en sueños, lo que esperaba de ellos. Les mandó que preparasen todo lo necesario para dejar aquel país ingrato, al que nunca más verían. Agregó que el milagroso fresco iba a retirarse de Scútari para escapar a la profanación, y que iría a otro país para continuar allí derramando sus gracias. Por fin, les ordenó que siguiesen a la imagen adonde ésta fuese.

Caminaban sobre las olas como lo hiciera el Divino Maestro


A la mañana siguiente los dos amigos ya estaban listos y fueron al santuario. Aún sin saber el rumbo que los hechos tomarían, se arrodillaron ante la bienamada pintura. De repente vieron, con indescriptible emoción, que ésta comenzaba a desprenderse de la pared donde se había apoyado desde su misteriosa venida de Oriente, y habiendo dejado su nicho, quedó un momento suspendida en el aire, hasta ser envuelta por una nube blanca. Sin embargo continuaba visible para ellos a través de esta nube. Después, saliendo del templo la imagen comenzó a apartarse de Scútari, desplazándose por los aires a buena altura del suelo.

Fue avanzando hacia el Mar Adriático, a una velocidad que permitía a los dos amigos seguirla. Así anduvieron cerca de 40 km. hasta llegar a la costa. Sin detener su curso, la imagen abandonó la tierra y avanzó sobre el mar, llevando detrás suyo a los fieles Giorgio y De Sclavis, que ahora caminaban sobre las olas como lo hiciera su Divino Maestro en el lago de Genezaret.

A la noche, la nube misteriosa que de día los preservaba de los ardores del sol con su sombra benéfica, los guiaba con su luz. Así llegaron a las costas de Italia, y continuaron siguiendo la nube atravesando montañas, ríos y valles, hasta que días después avistaron las torres y las cúpulas de Roma. Pero, llegados a las puertas de la ciudad, de repente la nube desapareció...

Entonces Giorgio y De Sclavis comenzaron a deambular por la ciudad, afligidos, preguntando de iglesia en iglesia y en las calles, si allí había posado una imagen venida del Cielo. Pero no obtenían ninguna información que los pudiese reconfortar.

Éste es el extraño relato que aquellos singulares personajes insistían en hacer, despertando desconfianza y la sospecha de que estuviesen delirando...

Nunca más los dos albaneses perdieron de vista la Imagen


Fue entonces que corrió por toda Roma la asombrosa noticia de que una imagen de Nuestra Señora había aparecido en los cielos de Genazzano, en las circunstancias ya descritas. Para Giorgio y De Sclavis se encendió una luz de esperanza, y hacia allí fueron, ansiosos por saber si sería la misma Santa Madre de Scútari.

¡Cuál no fue su alegría cuando, llegados al local donde reposaba ahora la pintura milagrosa, constataron que era exactamente la misma imagen! Postrados en señal de profunda veneración e intenso afecto, alabaron y agradecieron a la Virgen el inmenso favor que les había concedido.

En poco tiempo se comprobó que la extraordinaria historia de los dos albaneses era absolutamente cierta. Los dos peregrinos fijaron su residencia definitiva en la ciudad y nunca más se apartaron de su Señora. Allí se casaron, colocando sus vidas y su descendencia bajo la protección de la Madre del Buen Consejo.

Fue así que María Santísima, con la humilde participación de una piadosa terciaria agustina y dos fieles albaneses, trasladó su maravillosa efigie de la infeliz Albania a una pequeña ciudad próxima al centro de la Cristiandad. Y desde su nuevo santuario derrama sobre el mundo un nuevo caudal de gracias, bajo la invocación de Madre del Buen Consejo.     



* Tomado de Catolicismo, nº 208-209, abril-mayo de 1968, São Paulo. (ici)

domingo, 17 de abril de 2022

SANTA PASCUA 2022 - DISCURSO DE PIO IX

 En este momento histórico, que nos ve a todos marcados por duras pruebas, ¡nuestra única ayuda está en el Señor Resucitado!

SANTA Y FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

Laudáte Dóminum, omnes gentes : et collaudáte eum, omnes pópuli.

Quóniam confirmáta est super nos misericórdia eius : et véritas Dómini manet in ætérnum.

Alabad al Señor todas las naciones, alabadlo todos los pueblos. 

Porque su misericordia sobre nosotros dura por siempre, y la verdad del Señor permanece para siempre.

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Discurso de Pío IX para el Domingo de Resurrección

El 27 de marzo, coincidiendo con el Sábado Santo, el Sumo Pontífice recibió en audiencia a numerosos extranjeros, entre ellos no pocos protestantes. El Santo Padre les dirigió el siguiente discurso:

Antes de separarnos, hijos míos, quiero deciros una palabra, que quedará como recuerdo de la peregrinación que habéis hecho a Roma, para recibir la bendición de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

¿Qué os puedo decir, hijos míos? Sólo una cosa, lo que la Iglesia nos dice hoy: Cristo ha resucitado.

La resurrección es la prueba más grande, más evidente, más gloriosa de la divinidad de la Iglesia Católica, y esta prueba constituye nuestra confianza y nuestra fuerza. Si Jesucristo no hubiera resucitado, nuestra fe sería vana e infructuosa: pero gracias a Dios, Jesucristo ha resucitado.

Ahora está en el cielo rodeado de millones de ángeles y santos, de mártires que le presentan sus triunfos, de confesores que le ofrecen sus penitencias, de vírgenes que finalmente depositan sus coronas a sus pies. Y en las alturas del cielo se acuerda de los nombres de todos los que estáis aquí, los nombres de los que vivieron y los nombres de los que nacerán. Los mira, los presenta a su Padre, defiende la causa de tantos pecadores, porque, oh hijos míos, todos somos pecadores y todos necesitamos un abogado ante el Padre Eterno, un abogado como Nuestro Señor Jesucristo, que él nos llama y nos espera en el cielo. Allí no habrá más dolores, ni dolores, ni lágrimas, sino paz, alegría, felicidad eterna: allí seremos todos benditos en Jesús y por Jesús.

Pero para obtener esta gracia suprema, ¡ah! hijos míos, tenéis que merecerlo. Todos somos cristianos, pero bueno, muchas veces no vivimos como cristianos. En efecto, muchos, entre los que se llaman católicos, no viven ni como cristianos ni como católicos, cuando se alejan del espíritu de la Iglesia, cuando no respetan a sus ministros y descuidan sus sacramentos.

A usted, señor, ya que veo muchas mujeres aquí, le diré que ore: que desde entonces, usted fue elegido para dar fe de la resurrección de Nuestro Señor. Fuiste el primero en visitar la tumba; tú fuiste el primero en llevar aromas a la tumba de Jesucristo. Ha resucitado, y tú fuiste el primero en difundir la noticia. Vosotras, mujeres, tenéis la tarea más hermosa, la de llevar aromas a Jesucristo. ¿Y cuáles son estos aromas? son buenas obras, buenas oraciones. ¿Qué serías sin buenas obras y oraciones? La gracia es engañosa, la belleza es vana, y solo la mujer que teme a Dios vive eternamente. Trabaja duro, por lo tanto, para aumentar tus méritos. Deja que Dios mire tu vida: y al llegar la muerte, Dios te extenderá sus brazos y te transportará a su paraíso, cerca de Nuestro Señor Jesucristo.

A los hombres que me escuchen les diré: sean cristianos, vivan como cristianos, para que su alma pueda alabar y bendecir a Dios por toda la eternidad. Oren, oren; Rezo con vosotros, y doy mi bendición a todos: la doy a vuestras familias, a vuestros amigos, a toda la sociedad. ¡Ay! oremos juntos, oremos por la sociedad humana tan agitada y estremecida, que busca la paz y no la encuentra, ni la puede encontrar sino en el seno de Dios, esta sociedad atribulada necesita oraciones, y a ella, como a vosotros os imparto mi bendición en el nombre de Dios por el tiempo y por la eternidad.

Una correspondencia, aludiendo a este discurso, decía que «no sólo los católicos, sino los mismos protestantes quedaron profundamente conmovidos. 

Fuente: La Palabra de Pío IX, es decir, una colección de discursos y dichos de Su Santidad desde el inicio de su pontificado hasta nuestros días para la Soc. Antonio Marcone , Segunda Serie, Génova, Dirección de las Letras Católicas, 1871, pp. 116-118.

Fuentes: aquí - aquí