MONSEÑOR OJEA PERO NO VE
Por Antonio Caponnetto
“Li diritti occhi torse allora in biechi...
cadde con essa a par de li altri ciechi”
Dante, Infierno, VI, 93.
El pasado Miércoles de Ceniza, el Obispo de San
Isidro (provincia de Buenos Aires), Monseñor Oscar Ojea, pronunció una Homilía
dedicada a los educadores, con motivo del inicio de la XII Jornada de
Capacitación Docente 2021. La noticia dice expresamente que la tal homilía fue
comunicada “virtualmente” y que “la Eucaristía fue transmitida a través de las
redes sociales”. O sea que, lo que tuvo realmente lugar, fue una de esas
tantísimas y prolongas parodias litúrgicas que, por una mezcla de cobardía,
indoctez y ausencia de Fe, los pastores vienen ejecutando en complicidad con
los poderes políticos, para aplicar la horribilísima “neonormalidad” impuesta
por el Nuevo Orden Mundial.
Ojea,
invocando a Bergoglio pide “un pacto educativo global”, aclarando que “para
educar a una persona se necesita una aldea”. Está claro que la idea aldeana a
la que aquí se remite, no es la noble comarca rural de los siglos medievales y
aún de los tiempos actuales que han sabido conservar aquél espíritu. No es la
recuperación católica de ese vivir a escala humana, que pedía el Magisterio en
mejores tiempos, rehabilitando los lazos religiosos y jerárquicos que se dan
naturalmente en las aldehuelas, regiones o caseríos tradicionales. No es “la
opción benedictina” de Rod Dreher (aunque la sabemos pasible de distintas
objeciones válidas). Es la opción masónica de Mac Luhan. Su significado no ha
de buscarse en la bucólicas virgilianas ni en los horizontes monásticos, sino
en el planetarismo gnóstico de la Unesco.
En esa aldea
mundialista, “el pacto” al que se someten sus protagonistas es al del
relativismo, el irenismo, el sincretismo y el ecumenismo más disgregador y
disolvente. Lo que “pactan”, en suma, es dejar de creer y de afirmar que la
Verdad es una sola. Porque la democracia a la que idolatran les impide superar
la perversión de que todas las creencias valen lo mismo y que deben ser
homogeneamente respetadas.
Da vergüenza
ajena escucharlo a Ojea repetir con Bergoglio las muletillas gastadas de
oponernos a la “cultura del descarte” y de convertirnos en “agentes
contraculturales”. Los cuales deberían ser los mismos docentes que, según se afirma,
tendrían que tener en cuenta, críticamente, que “hay
una cantidad de elementos de pensamiento, de sentimientos que respiramos en el
mundo en que vivimos, que no son ya cristianos”.
¿Sabe
el obispo que en la iglesia bergogliana, la primera “descartada” es la Verdad?
¿Que esa cantidad de elementos no cristianos que respiramos proceden
principalmente de la Roma apóstata que preside el porteño? ¿Es consciente de la
cantidad de heterodoxias gravísimas, y aún de sacrilegios, blasfemias, actos de
idolatría y vulgares disparates que se han consumado bajo este singular
pontificado? ¿Está interiorizado Ojea de los programas de estudio de la Fundación
Pontificia Scholas Occurrentes? ¿Conoce que en esos ámbitos, supuestamente
nacidos desde la cumbre de la autoridad eclesiástica, se enseña a mansalva el
error, la confusión, la ignorancia y la mentira?
Otros
interrogantes nos asaltan, aunque (no teman) sólo exteriorizaremos unos pocos: ¿Los
agentes contraculturales que deberían combatir este mundo descristianizado son
los que ya se han hecho legumbres?, ¿los que aprobaron el examen de concubinato
propuesto en <Amoris laetitia>?; ¿o acaso los que han entronizado en sus
templos una imagen del santón marxista Angelelli, del heresiarca Lutero y de la
ridícula Pachamama?
Pero
seamos equitativos. El obispo también tiene sus preguntas; o al menos una, que
parece central. Se formula entonces este crucial interrogante: ¿Cómo
sembrar esperanza? ¿Cómo hacer una auténtica siembra de esperanza?”. La
respuesta que se le ocurre emparda al “De Magistro” del Aquinate y empaña sin
duda el “De catechizandis rudibus” de San Agustín. El educador, dice el
bergóglico prete, debe “desarrollar la paciencia, el respeto, la escucha, el
diálogo”. O sea; debe ser un católico aflanado, amerengado y mistongo, como
decía Castellani. Un malabarista del opinionismo, un pusilánime incapaz de
cortar el nudo gordiano con un tajo viril. Un imbécil más, atestado de respetos
humanos, de prudencias carnales y de diálogos inconducentes, por ausencia de
logos.
“Sin
miedo”; eso sí, agrega Ojea, masculinamente parapetado al frente de su “zoom”,
mouse en ristre y pasword afilado y enhiesto. Aunque haya “espacios que sean
conflictivos y difíciles”, agrega. Y teniendo muy en cuenta el mal enorme que
se cierne sobre nosotros. Ese mal es que “hoy ya no hay debates, hay guerra,
guerra para aniquilar al otro. Lo vemos todos los días. Lo importante es ganar,
terminar y aniquilar”.
Vea
Monseñor; no queremos ser muy cruel con usted, porque al fin de cuentas sus
sandeces son módicas, mediocres y acotadas a una diócesis, cuyos habitantes
tienen la sana costumbre de que aquello que les digan sus obispos dura menos
que un suspiro. Pero el principal “espacio conflictivo y difícil” hoy, para un
docente católico, es la “iglesia de la publicidad” que ustedes conforman y
pregonan. Contraria, opuesta y ruinosamente distinta a la Iglesia Católica. En
ese “espacio”, el docente católico genuino y auténtico es un paria, un leproso,
un desterrado.
Y
lamentamos desilusionarlo. Pero las cosas son exactamente al revés de cómo
usted las plantea. El problema grave que nos está matando, es que en los días
que corren, los debates interminables, absurdos y sofísticos han abolido a la
noción de guerra justa, barrida de un plumazo insensatamente por el
pseudomagisterio de Bergoglio, en la “Fratelli tutti”, verbigracia. Ya no hay
causas que ameriten una conducta gallarda, limpiamente épica, decentemente
castrense, prudencialmente belicosa y punitiva. Nada de eso. Todo se resuelve
con una mesa de diálogo, en la cual, la primera premisa es que todos los
pareceres tienen el mismo valor. Respetando los protocolos, eso sí. El
taparrabos naso-bucal y la distancia social. Los únicos que están dispuestos a
guerrear son nuestros enemigos milenarios; mientras nosotros, ya ni siquiera le
ponemos la otra mejilla, por temor a contagiarnos el covid.
Mire
Monseñor. Usted Ojea mucho, pero no ve
nada. Y no hay cosa peor que un ciego guiando a otro ciego. Nuestro Señor
nos pide, en esos casos, que nos apartemos de ellos(Mt. 15, 14), pues nos
llevarán al pozo siniestro de las tinieblas. Y nosotros, anhelamos la Luz, cuyo
nombre eterno, innegociable e invicto es Jesucristo. Divino Maestro, cuya
invocación usted salteó por completo en una homilía dedicada a los maestros.
Antonio Caponnetto
Excelente CAPONETTO!!!!!!!lastima que en la practica muchos dopcentes ojean pero no ven y habra mas de uno que por obediencia y para evitarse problemas hagan lo que mande la directiva
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