miércoles, 26 de junio de 2019
El pescado y la bicicleta - Antonio Caponnetto
Cuando en estos
tiempos de “educación sexual integral”, una noticia nos dice que alguien
insiste en llamarse Mamuasel Ivonne aunque le duela el
epidídimo; y alguien más se presenta como el Señor Perez, después de parir trillizos, diríase que la lógica no
es la categoría prevalente entre los cultores de la perspectiva del género.
Si al socaire de
esta corriente hemos de considerar racional que uno se autoperciba estación
ferroviaria y pida la mano de la locomotora en la terminal de Atocha o de
Retiro. Y si nada de incongruo hemos de ver en que un carcamal salido del
cenotafio quiera noviar con la mascota o tirarse un lance con la vecinita del Jardín Les niñes; pues entonces, se
podrá convenir sin retaceos en que se han hecho realidades al menos dos lemas infaustos
del Mayo Francés: “prohibido prohibir” y “la imaginación al poder”.
Así las cosas,
quien quisiera argüir en nombre del juicio, la cohesión, la correspondencia o el
silogismo sería declarado reo de leso aristotelismo. Vería su fama destruida o
dada al traste,con perdón de la polisemia; y se lo conminaría a rendirse de una
vez ante el triunfo de lo inverosímil, que tras siglos de oscurantismo ha
ganado al fin su batalla. Se ha acabado la dictadura del Órganon, la del
monolítico Tractatus, la de los férreos Nyaya Sutras hindúes o la de los
carriles deductivos de Avicena. Se ha dado por perimida la edad de la
concomitancia. Lo impensable, lo inaudito, lo insospechado y pasmoso son los
dueños imbatibles del mundo en que vivimos.
¿En nombre de qué
principio de identidad o de no contradicción puedo explicarle al mundo que las
trompas de Falopio y las de Eustaquio tienen funciones naturalmente
predeterninadas, no siendo recomendable oír por la pelvis ni reproducirse por
las aurículas? ¿Invocando qué
asonancia con la sensatez o qué ilación con la realidad genética, puedo darme
al asombro si un senegalés se hiciera la
piel en un hospicio para devenir en radiante albugíneo, o si se nos dijera,
por caso, que a Tamawashi Ichiro, el
campeón de sumo, se le ha dado por la lactancia y el colecho, superando
en drenajes a la mismísima Luperca de la que abrevaron Rómulo y Remo?
De pronto, sin
embargo, este tiempo que ha desterrado la logicidad y la verosimilitud apela a
tales categorías; y proliferan así ciertos grupos feministas que levantan la
bandera de una de sus capataces de recua, Gloria Steinem, famosa entre otras
ventosidades, por estampar este primor: “una mujer necesita un hombre como un
pez necesita una bicicleta”. O según versión acotada:”una mujer sin un hombre
es como un pez sin una bicicleta”. Llegando las recuas verdinaranjas,con tal
aforismo por divisa, a la obvia conclusión de que las mujeres no precisan a los
hombres para nada.
No desmentiré el
corolario de
Cruzaré espadas sin
embargo por la verosimilitud, la logicidad y la feliz correspondencia de lo que
–con imperdonables resabios escolásticos- las hembrirulas
han declarado entes excluyentes: el pez y la bicicleta. ¡No hay nada de eso!
Fue todo de ellos
–esto es de la contracultura abisal- el Jim Morrison que sostuvo: “Llegaré al
mar en bicicleta”. La parca le ganó la apuesta, a los veintisiete años, por una
sobredosis de heroina, pero la metáfora era buena y le quedó de epitafio. Si
sirve para acercarme al mar, y aún para rodar por sus espumas costeñas, la
juntura de los pedales y los peces es tan posible y tan conveniente como la de
la quena y el viento, o la del rocío y la corola.
Se le ocurrió a
José Pedroni (y era cosa seria el proyecto) que cada niño tuviese una bicicleta
con alas, que pudiera sobrevolar las aguas marinas, otear su horizonte de
salmones y de arenques, para jugar a la ronda con el cardumen que quisiera:
“La bicicleta un día va a volar.
Le están saliendo las alas, son de verdad.
El ángel de las aguas ya no se irá,
calle ancha del cielo para mirar[...].
Todos los pueblos tendrán un velódromo
donde los niños correrán.
De allí alzarán el vuelo,
darán una vuelta sobre el mar.
Si no lo hubiera, sobre el trigal,
Si no lo hubiera,
Irán
donde lo haya y volverán”
Manubrios y bielas vuelven a darse cita con pejerreyes y corbinas,
mientras haya una niñez pescadora que merodee los acantilados cercanos a la escuela
pueblerina. Horquillas y cintas de manillar trabarán amistad con sábalos y
salmones, con la naturalidad de antiguos camaradas lanzados a la aventura en
una playa perdida. Que se los diga otro de ellos, y de los peores, Don Rafael
Alberti:
“Hay peces que se bañan en la
arena
Y ciclistas que corren por las
olas.
Yo piensoen mi. Colegio sobre el
mar.
Infancia ya en balandro o
bicicleta.
Globo libre, el primer balón
flotaba
Sobre el grito espiral de los
vapores
[...]
“Corro en mi bicicleta por los
bosques urbanos,
y me detengo siempre junto a un
río,
a ver cómo se acuesta la tarde y
con la noche
se le pierden al agua las primeras estrellas”.
No seguiré ponderando este
mundo ictícola y de rodados, en mancomunión de cadenas y de ejes, atunes y mojarras,
porque otro es el punto de meditación.
Resulta que se nos presenta
como la cosa más normal y deseable del mundo ese igualitarismo sexual tramposo,
que no atiende a la igualdad ontológica y creatural del varón y de la mujer,
por cuya defensa vale perder mil veces la vida, diría El Príncipe Constante,
sino a la aberración del hermafroditismo social, que ya denunciara en su
momento Pío XI en
Se pretende que nos acostumbremos a desterrar las espadas y los escudos
de los juguetes de los chicos, y a regalarle guantes de box o botines de fútbol
a las niñas. Cosméticos precoces para ambos, intercambiando roles; pisoteando a
sabiendas el impulso viril que asoma tan temprano en los mocosos normales como
la emulación de la maternidad en las chiquillas sanas.
Si se lo despoja a un párvulo de su sueño de combatiente templario y a
una nena de su anhelo por convertirse en hada madrina, no tendremos
generaciones respetuosas de la diversidad y de la igualdad. Tendremos
psicópatas o morbosos deambulando por Sodoma, convertidos en saqueadores de la
dignidad humana. Si insisten –como ya se ha hecho- en que bailen nuestro
folklore, los jóvenes con polleras y las muchachas con pantalones, devendrán
camadas de putescas conductas, aunque les inventen después los sofisticados
neologismos de “cosplayer” y “drag queen”. Y los padres de tales monstruos
puedan ser candidatos a presidentes, orgullosos de lo que han engendrado.
La verdad es que se pretende acostumbrarlos a que las vestimentas sean
rotativas, como un preludio de la elección hormonal que puedan hacer ya
crecidos en el quirófano más cercano a su domicilio. Todo, por supuesto, bajo el
patrocinio de un Estado,que ha renunciado a ser la persona de bien que definiera
Oliveira Salazar, para convertirse en el administrador de la disolución moral
colectiva.
Pero los mismos que incurren en esta homologación contranatura,que gustan
vivir en este torvo cambalache de biblias y calefones,en ese revoltijo infame
de glándulas autopercibidas lo contrario de lo que realmente son, en el
permisimismo más abyecto para declararse padre o madre, a piacere; sin tener el
“uno” la potestad seminal ni la “otra” la matriz gestante e iluminativa, se
valen después de una metáfora de supuestas incompatibilidades apodícticas, al
sólo efecto de probar que la mujer debe odiar y combatir al hombre, despreciándolo
como un ser inútil y ajeno a su existencia.
En tiempos de programada y aborrecible coincidentia oppositorum, sólo sobreviviría como símbolo intangible
de inutilidad recíproca, las figuras del pez y de la bicicleta. ¡Por favor! ¿En
que quedó el dogma freudiano, según el cual “uno siempre se enamora de un
fantasma”?; ¿o el “ideal de completud” del delirante Benasayag, para quien “el
amor tiene más que ver con un pez muy original al que le gusta una bicicleta y
con una bicicleta que sueña vivir con un pez”?
Yo supe ver a mi nieto Tomás llorando con desconsuelo la muerte de un
diminuto pez que cobijaba en su pecera simple de casita barrial. Día entero
anduvo cabizbajo, ruminado la pena de no saber adónde iba a parar su finado
“Doradito”. Lo consolaba la historia de Jonás y la hipótesis de un mar mojado
de profecías. El mismo Tomás que vertió después las ineludibles lágrimas,
cuando se cayó de su primera bicicleta, dando vueltas en una plaza, con un
ermita dedicada a
Los gramáticos se siguen preguntando si el “sunt lacrimae rerum”
virgiliano, se debe traducir como “las cosas
lloran lágrimas” o son “las lágrimas las que lloran por las cosas”. Ajeno al noble oficio de latinista, sólo sé decir que, una vez más, el
pez y la bicicleta se volvieron compatibles en el común denominador de las
lágrimas infantiles. Se volvieron recíprocamente útiles y complementarios en
ese conjunto de “todas las cosas que merecen lágrimas”, según
Yo supe y sé algo más. Sé que Dios quiso “necesitar” voluntariamente de
una Mujer, para que el Verbo se encarnara y fuera uno junto a nosotros. Sé del
mismo Dios que le hizo necesitar a esa Mujer la presencia de un varón seguro, protector,templado
y firme. Sé que esa Mujer y ese Varón completaron sus vidas, viviendo juntos en
un hogar de Nazareth. Y sé que, desde los días inaugurales del Génesis, mujer y
varón se necesitan dichosamente, gozosamente, el uno al otro. Bendecida esa
soldadura de almas y de cuerpos, esa amalgama de materia y de espíritu, por el
Admirable Pescador. Para que la mutua
soledad que “entre dos noches iba” –recordémoslo con Marechal- pudiera recibir la confortación de exclamar:
“¡Quién le dijera, para su
consuelo,
que abajo estaba el pez en el
anzuelo
y el admirable Pescador arriba!”
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Fantástico, como siempre. Gracias, Antonio, que nos haces llegar el oxígeno cuando ya estamos boqueando como pez fuera del agua.
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