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viernes, 29 de abril de 2022

LOS DEICIDAS

Repost 

 «Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de vosotros”. Y TODO el pueblo respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”». (San Mateo, XXVII: 24-25) 


«Cuando un inocente es condenado, no hay límites al castigo; sino que lo dejan en manos de sus enemigos, para que puedan hacerlo sufrir y morir como les plazca. ¡Pobres judíos! Vosotros atrajisteis una terrible maldición sobre vuestras cabezas al decir: “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, y esa maldición, raza miserable, la lleváis hasta el día de hoy, y al Final de los Tiempos recibiréis el castigo de esa sangre inocente. ¡Oh, Jesús mío! Ten misericordia de mí, que por mis pecados he sido también la causa de tu muerte. Yo no seré obstinado como los judíos; sino que lloraré el mal trato que Te he dado. ¡Yo te amaré, por siempre, por siempre, por siempre!». (La Pasión y Muerte de Jesucristo, Meditación octava, parte II, San Alfonso María de Ligorio). 

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El Vaticano 2, queriendo extender su idea ecuménica a todas las religiones, e incluso al judaísmo, ha rechazado toda la Tradición eclesiástica.

Pero para poder hacerlo, ha falsificado la Sagrada Escritura.

En lo referente a los judíos, la falsificación de la Revelación y el rechazo de la Tradición se refieren a tres puntos esenciales: la alianza, el deicidio y el llamado antisemitismo.

Para poder comprender bien lo que se ha hecho, conviene ante todo hacer una distinción respecto al pueblo judío.

“Israel” puede entenderse en dos sentidos:

1) el Israel Espiritual, pueblo de Dios del Antiguo Testamento hasta el tiempo de Nuestro Señor Jesucristo. Su misión era preparar la venida del Mesías, en quien hallaría su perfeccionamiento.

De éste Israel, es continuación la Iglesia de Jesucristo, única heredera legítima y exclusiva de su patrimonio y misión sagrados.

 2) el Israel Carnal, que materializó, carnalizó, la promesa de Dios y la noción misma del Mesías y que, por lo tanto, prevaricó, rechazándolo en su primera Venida.

En éste Israel carnal podemos distinguir, a su vez, otras dos realidades:

a – El pueblo judío a partir de Cristo, pueblo llamado a la conversión, al bautismo, como todos los demás pueblos, pero con más urgencia y con una dilección particular a causa de su patrimonio único, y con mayor cuidado a causa de su rebelión y patrimonio actual.

b – El judaismo talmúdico: la religión actual de los judíos, aquella que no sólo ha rechazado al Mesías y cometido el deicidio, sino que persigue a su Cuerpo Místico, la Iglesia, como usurpadora de su patrimonio sagrado.

Los judíos talmúdicos siguen el Talmud: interpretación rabínica de la Ley Mosaica y código civil judío.

 La Iglesia honra al Israel espiritual, puesto que le continúa y es su heredera.

La Iglesia ama al Israel carnal llamado a la conversión, busca a los hijos de ese pueblo como a sus hijos mayores, rebeldes pero aún amados.

La Iglesia defiende su propia razón de ser y sus derechos contra las pretensiones del judaismo talmúdico, contra su odio y sus persecuciones.

El Concilio quiere a todo precio, reconciliar a la Iglesia con el judaismo talmúdico. Para esto, camufló esta reconciliación asimilándola a la conversión del pueblo judío y fundamentándola sobre el reconocimiento de la herencia común con el Israel espiritual.

En otras palabras, el Concilio, sin hacer las debidas distinciones entre Israel espiritual e Israel carnal, y entre pueblo judío a convertir y judaismo farisaico y talmúdico, identifica estos dos últimos y les atribuye los beneficios espirituales del pueblo elegido (Israel espiritual), heredados por la Iglesia Católica.

De este modo, busca la unidad sobre una base religiosa común que supone aun existente, pero que de hecho, debido a la prevaricación de Israel, ya no existe.

Para ello, debe desmentir, silenciar o condenar todo aquello que niegue o se oponga a tal pretendida base religiosa común.

Juan Pablo II en su visita del 13 de abril a la sinagoga de Roma, reafirmó esta intención: los tres puntos que quiso destacar, del n.4 del documento Nostra Aetate, señalan la falsificación de la Revelación y el abandono de la Tradición respecto a la Alianza, al deicidio y al antisemitismo.

Allí dijo:

“La religión judía no nos es extrínseca, sino que en cierto modo es intrínseca a nuestra religión. Por lo tanto, sois nuestros hermanos predilectos, y en cierto modo, se podría decir, nuestros hermanos mayores.“

Más adelante:

“A los judíos, como pueblo, no se les puede imputar culpa alguna atávica o colectiva por lo que se hizo en la Pasión de Jesús…”

“Por lo tanto, resulta inconsistente toda pretendida justificación teológica de medidas discriminatorias o, peor todavía, persecutorias.”

De donde se sigue como consecuencia:

“No es lícito decir que los judíos son reprobos o malditos… “, sino que, más aun, hay que decir, citando a San Pablo, “que los judíos permanecen muy queridos por Dios, que los ha llamado a una vocación irrevocable.”

 Lo que compromete todo este hermoso andamiaje del Concilio Vaticano II es la Cruz. Importuna, comprometedora Cruz de Cristo, escándalo para los judíos.

El Concilio ha trabajado mucho para evacuarla. En su prurito de amistad judaica, ha tratado de establecer la inocencia del judaismo en este negocio.

La redacción de 1964 del documento Nostra Aetate prohibía decir que los judíos son culpables de deicidio.

Las palabras fueron retiradas de la redacción definitiva.

Ahora bien, en virtud de la unión hipostática, Aquel que ha sido crucificado en su naturaleza humana, es una Persona divina.

Hubo por lo tanto deicidio.

Entonces, hay que demostrar que no fueron los judíos.

El Concilio los lava de esta acusación en tres movimientos:

Primero, sólo algunos de entre ellos estuvieron en el Gólgota.

Segundo, no lo hicieron expresamente ni perfectamente conscientes.

Tercero, son nuestros pecados, los pecados de todos los hombres, los que han causado la muerte de Cristo, y no los judíos.

La falsificación del evento y de su misterio es increíble.

Leamos lo que dice el mismo Concilio:

“Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y si bien la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.”

Juan Pablo II dijo:

“A los judíos como pueblo no se les puede imputar culpa alguna atávica o colectiva por lo que se hizo en la Pasión de Jesús… Ni indistintamente a los judíos de aquel tiempo, ni a los que han venido después, ni a los de ahora…”

“Ni indistintamente”, es decir, no sin distinción.

Es claro que no se puede atribuir la muerte de Cristo indistintamente a todos los judíos.

Pero, ¿por qué el Concilio y el Papa no hacen las distinciones necesarias y señalan cuáles son los judíos culpables?

Por otra parte, el “indistintamente”, ¿recae también sobre los “judíos de hoy”?

Evidentemente que no. De haber querido decir eso el Concilio y Juan Pablo II tendrían que haberse expresado así: “… lo que en su pasión se hizo no puede ser indistintamente imputado ni a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy”.

Entonces, para el Concilio y para Juan Pablo II los judíos de hoy no son para nada culpables del deicidio.

Ya veremos que no puede ser sostenida tal doctrina.

 Una vez más, se rechaza toda la Escritura y la Tradición.

Juan Pablo II reafirmó esta mala doctrina en su discurso en la Sinagoga. Ellos lo quieren y así lo afirman; rechazan toda la enseñanza formal del Evangelio de San Juan y de las Actas de los Apóstoles.

La Sagrada Escritura atestigua bien el endurecimiento de todo este pueblo, que permanece solidario a sus autoridades que condenaron a Jesús y a la turba que aplaudía su muerte.


Lejos de arrepentirse, los judíos de ese tiempo, y todos los judíos de todos los tiempos, excepto los convertidos, han suscripto a este evento en la medida de su conocimiento.

He aquí la única distinción, ¡que el Concilio y Juan Pablo II no hacen!

Imputarles pues el deicidio, es confesar el hecho.

Veamos lo que nos dice el Evangelio de San Juan para que pueda servir como material de estudio en este tema: V, 15-18; VII, 1, 19, 25-26, 30, 44; VIII, 37, 39-40, 44, 59; X, 31-33, 39; XI, 49-50, 53; XII, 9-10; XVIII, 3, 12-14, 28, 31-32, 35; XIX, 6-7, 14-16.

Podemos ver también San Mateo XXVII, 20-26; San Lucas XXIII, 20-25; Act II, 22-23, 36; III, 13-15; IV, 8-12; V 28-32; VII, 51-53; XII, 26-29.

Leamos los textos más importantes:

Jn.XIX, 6-7:

“Luego que los pontífices y sus ministros le vieron, alzaron el grito, diciendo: Crucifícale, crucifícale. Diceles Pilato: Tomadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo en El crimen. Respondiéronle los judíos: Nosotros tenemos una ley, y según esta ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.”

 
Mt. XXVII, 20-26:

“Entre tanto, los principes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron al pueblo a que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Volvió a preguntarles el presidente: ¿A quién de los dos queréis que suelte? Respondieron ellos: A Barrabás. Replicoles Pilato: Pues, ¿qué mal ha hecho? Mas ellos comenzaron a gritar más, diciendo: Sea crucificado. Al ver Pilato que nada adelantaba, antes bien que cada vez crecía el tumulto, mandó traer agua agua y se lavó las manos a la vista del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de éste justo; allá os lo veáis vosotros. A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo: Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, le entregó en sus manos para que fuese crucificado.”


Lc XXII, 20-25:

“Hablóles nuevamente Pilato, con deseo de libertar a Jesús. Pero ellos se pusieron a gritar, diciendo: Crucifícale, crucifícale. El, no obstante, por tercera vez les dijo: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Yo no hallo en El delito ninguno de muerte; asi que, después de castigarle, le daré por libre. Más ellos insistían con grandes clamores pidiendo que fuese crucificado; y se aumentaba la gritería. Al fin Piloto se resolvió a acceder a su demanda. En consecuencia dio libertad, como ellos pedían, al que por causa de homicidio y sedición había sido encarcelado, y a Jesús le abandonó al arbitrio de ellos.”


Jn.XIX, 14-16:

“Era entonces la Preparación de Pascua, cerca de la hora sexta, y dijo a los judíos: Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos, empero, gritaban: Quita, quítale de en medio, crucifícale. Díceles Piloto: ¿A vuestro rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino el César. Entonces se los entregó para que le crucificasen. Apoderáronse, pues, de Jesús, y le sacaron fuera.”

 
Act. II, 22-23, 36:

“¡Oh hijos de Israel! Escuchadme ahora: A Jesús de Nazareth, hombre autorizado por Dios a vuestros ojos con los milagros, maravillas y prodigios que Dios por medio de El ha hecho entre vosotros, como como todos sabéis, a este Jesús, dejado a vuestro arbitrio por una orden expresa de la voluntad de Dios y decreto de su presciencia, vosotros le habéis hecho morir, clavándole en la cruz por mano de los impíos…” “Persuádase, pues, certisimamente toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor y Cristo a éste mismo Jesús al cual vosotros habéis crucificado.”


La ignorancia no excusa a los judíos del deicidio. Santo Tomás de Aquino ya respondió a esta objeción hace más de 700 años (cfr. Suma Teológica, parte III, cuestión 47, art. 5, ad3)

Los judíos son deicidas, pero ¿qué judíos y en qué proporción?

En la exactitud y claridad con que sea resuelto este interrogante, se halla toda la verdad del tema que estamos analizando.

Justamente cuando se ha querido introducir el equívoco, es preciso iluminar el error con la verdad.


Para responder con precisión, hay que atender a la presencia y vinculación del pueblo de Israel con la causa condenatoria de Jesús.

En cuanto a la presencia, son responsables los jefes, los Pontífices, como instigadores morales, y el pueblo como nación, considerado no en cuanto a su totalidad numérica pero sí en su totalidad global y solidariamente comprometida en la iniquidad de sus jefes. (Jn XVIII, 35, XIX, 15; Mt XXVII, 25).


Esas mismas frases indican, además, una solidaridad nacional no sólo entre el pueblo de Israel presente y actor de los hechos, sino también con el ausente y posterior a ellos. Entre uno y otro hay una relación de continuidad moral voluntariamente aceptada, cuyo vínculo de unión es la ley de Moisés.

En virtud de la obediencia y sujeción a la Ley, todo aquel pueblo judío de entonces, representado jurídicamente por sus autoridades, estuvo moralmente unido e implicado en la responsabilidad del deicidio.

Del mismo modo, todo el pueblo judío actual que se considera unido y formando un todo con aquel en virtud de la Ley, queda comprometido en idéntica responsabilidad moral: “Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir.”

Para no caer bajo esa acusación y culpa, deben desligarse positivamente del vínculo de la Ley y repudiar lo que en virtud de ella hicieron sus mayores al condenar a muerte a Jesús.

Si el pueblo de Israel actual acata todavía esa ley (en virtud de la cual Cristo fue condenado a muerte como blasfemo), lógicamente tiene que admitir también su aplicación particular al caso de Nuestro Señor Jesucristo.

Con lo cual todos los que se consideran sujetos a la Ley son, en alguna manera, voluntariamente deicidas, aunque en muy diversa proporción (depende del conocimiento y del consentimiento).

Otra forma de ver esta vinculación nacional en el hecho del deicidio, es a través de la solidarización que se hace del pueblo judío en todo lo que puede contribuir a engrandecerle y magnificarle a los ojos del mundo. Si la revelación, la fe, la elección, la adopción, la gloria y las promesas se aplican y convienen al pueblo a quien Dios hizo la promesa, es preciso no olvidar que, por lo mismo que ha renegado de Cristo (objeto de la promesa), está sujeto a la maldición de la Ley (Gal III, 7-10) y a las maldiciones del mismo Jesús (Mt XI, 10-24; Mt XXIII, 1-36; Lc XI, 37-52).

Así como la bendición y la gloria corresponden al pueblo que se mantuvo fiel a la promesa, así la maldición y la condenación se aplican al que, todavía después de casi dos mil años, sigue aferrado a la perfidia de sus mayores.

De su error el Concilio concluye:

“Los judíos no deben ser presentados como reprobados por Dios y malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura.”

La Iglesia siempre ha recordado que ninguna persona es maldita o reprobada aquí abajo, sino que está llamada a convertirse y entrar en la Iglesia por el bautismo.

Pero aquello que el Concilio quiere sugerir y hacer creer como la justa interpretación de las Escrituras, es otra cosa: que el judaísmo oficial y colectivo, la nación judía, la Sinagoga, ha podido cometer el crimen de deicidio, ha podido condenar a muerte a su Mesías y Dios y, sin embargo, persistir a través de los siglos en ésta perfidia sin ser objeto de reprobación y maldición, sin ser culpable de deicidio.

Esto es confundir los términos y, en este caso, mentir.

Los judíos que, por la fe en la promesa, reconocen a Cristo como Mesías y Dios, siguen siendo herederos de Abraham y verdadero pueblo de Dios.

Pero los infieles y prevaricadores, los que positiva y obstinadamente lo rechazan, como sus padres lo rechazaron, esos no son ni serán “pueblo de Dios” mientras dure su infidelidad; y, mientras tanto, son réprobos y malditos, lo cual no implica que lo sean eternamente.
 

Primera parte visto en Miles Christi - Segunda parte del padre Juan Carlos Ceriani en Radio Cristiandad

martes, 15 de marzo de 2022

Ensañamiento judaico sin fin contra Úrsula Haverbeck

 

La activista de derechos civiles más conocida de Alemania e incansable defensora de la libertad de expresión e investigación, Ursula Haverbeck, comparecerá ante el Tribunal Regional de Berlín el viernes 18 de marzo de 2022, según la voluntad del régimen alemán. Específicamente, se trata de dos convenios de citas, que se llevarán a cabo en cuatro días de negociación entre el 18 de marzo y el 4 de abril. Al régimen no parece importarle en absoluto lo difícil que es para una mujer de 93 años recorrer 800 kilómetros (ida y vuelta). Actualmente se están haciendo intentos para cambiar la fecha, al menos hasta que Úrsula pueda viajar nuevamente. (El oso blindado)

Comentario SIM: La nonagenaria investigadora revisionista Ursula Haverbeck, está presa desde hace años por negar la versión exacta de los hechos de la segunda guerra mundial, tal como los judíos quieren que se crea. Parece mentira, pero el tema es tal cual así. Esto habla de una impunidad judaica que usan de escarmiento a quien se atreva a seguir pasos similares. Pero la verdad sigue siendo tal por más perseguida que esté, y finalmente está destinada a triunfar. 

Tratamos abundantemente el tema en este blog, algunos de los posts pueden verse aquí. 

martes, 1 de marzo de 2022

Breves notas en tiempos de guerra. La cadena RT.

Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, como realmente es. 
 

Comunicado de la cadena periodística internacional rusa RT ante los avances de censura por parte del avasallamiento del mensaje dominante de los medios occidentales:

  • Ante los bloqueos que afronta RT en algunos países del mundo, les invitamos a seguir nuestra página en VK y Telegram para continuar al tanto de todas las noticias y programas de nuestro canal.
  • Queremos recordarles que también contamos con una aplicación móvil en Google Play y App Store.
  • Si nos siguen desde España u otro lugar desde donde está bloqueada la señal, pueden vernos aquí.
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Y a nosotros, lo que nos corresponde es al menos rezar un Rosario por esta compleja y lamentable situación de guerra, por las vidas y las almas en peligro. 

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Adenda (Gracias C.E.A.)





martes, 18 de enero de 2022

La judeoapostasía de la iglesia conciliar

 

El 2 de enero de  este año, el Rito Romano en todo el mundo honró solemnemente el Santísimo Nombre de Jesús. La Lección para la Santa Misa de este día está tomada de Hechos 4, 8-12, texto que pone al descubierto la judeo-apostasía que impregna la iglesia conciliar en la que se niega abiertamente a Nuestro Señor.

Antes de considerar la escena allí representada, comencemos por preparar el escenario (cf. Hechos 3).

A las 3 de la tarde, hora en que Nuestro Bendito Señor murió en la Cruz, Pedro y Juan entraron al Templo donde encontraron a un hombre que era cojo de nacimiento. San Pedro sanó al hombre, diciendo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”.

Los que presenciaron el evento milagroso quedaron asombrados. Pedro, sin duda movido por el Espíritu Santo como en Pentecostés, inmediatamente aprovechó la oportunidad tanto para condenar como para invitar a los judíos incrédulos, instándolos a abrazar el camino solitario de la salvación. 

Declaró que no fue por su propio poder que el cojo fue sanado, sino por el Santísimo Nombre de Jesús “a quien mataron”. Habiendo dicho esta dura verdad, Pedro suavizó el golpe al reconocer que ellos y sus gobernantes habían actuado en ignorancia. (“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” – Lucas 23:34)

Entonces Pedro los instó a arrepentirse y convertirse, para que sus pecados sean perdonados. 

Note el patrón: Condena del mal, corrección, evangelización. 

A medida que se corrió la voz sobre lo que había sucedido esa tarde, las Escrituras nos dicen, ¡unos cinco mil hombres llegaron a creer en Cristo! 

Esto enfureció mucho a los líderes judíos y detuvieron a los Apóstoles, manteniéndolos cautivos durante la noche. Al día siguiente, llevaron a Pedro y a Juan ante el sumo sacerdote Anas y otros funcionarios del Templo, donde fueron interrogados: "¿Con qué poder o con qué nombre has hecho esto?" (cf. Hechos 4:1-7)

Aquí es donde comienza la Lección para la liturgia:

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Príncipes del pueblo y ancianos, oíd: Si hoy somos examinados acerca de la buena obra hecha al hombre enfermo, por qué medio ha sido sanado: Sé sea ​​notorio a todos vosotros, ya todo el pueblo de Israel, que en el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis, a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está aquí en vuestra presencia sano. Esta es la piedra que desechasteis vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Tampoco hay salvación en ningún otro. Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

Una vez más: Condena, corrección, evangelización. 

Ya fuera dirigiéndose a las masas en el Templo o apareciendo como criminales ante los doctores de la ley, las circunstancias exigían que los Apóstoles hablaran la verdad, sin tener en cuenta el precio mundano que pudieran pagar por hacerlo. Asimismo, se nota, su testimonio culminó con la proclamación de la Buena Nueva de que, en Cristo, la oración de David por fin ha sido respondida: “Muéstranos, Señor, tu misericordia; y danos tu salvación” (Salmo 84:8).

Esto es lo que hace siempre la única y verdadera Iglesia de Cristo; sus sagrados ministros «predican la palabra a tiempo ya destiempo; reprenden, ruegan, reprenden con toda paciencia y doctrina» (cf. 2 Tm 4, 2).

Los líderes judíos, sin embargo, no se conmovieron. 

Las Escrituras continúan diciéndonos que Anas y su cohorte “se maravillaron”, sabiendo que Pedro y Juan “eran hombres iletrados e ignorantes”. Pudieron ver con sus propios ojos que el hombre una vez cojo, un hombre que conocían bien, había sido sanado ya que él también estaba presente de pie entre ellos. Como tal, se nos dice, “no podían decir nada”. 

Incluso reconocieron claramente que “he aquí, un milagro notorio ha sido hecho por ellos a todos los habitantes de Jerusalén: es manifiesto, y no lo podemos negar” (Hechos 4:16).

Ordenaron a los Apóstoles que se apartaran de entre ellos para que pudieran “conferir entre ellos”, es decir, deseaban conspirar para elaborar una respuesta estratégica que protegiera sus posiciones de poder. Habiendo hecho eso, los líderes judíos acordaron “amenazar a Pedro y a Juan con que no hablen más en este nombre a ningún hombre” (Hechos 4:17).

Nótese bien que los principales sacerdotes y los ancianos no se contentaron con insistir en que Pedro y Juan dejaran de predicar a Cristo a los judíos, en el Templo o de otra manera, ¡sino que insistieron en que no hablaran el Santo Nombre a ningún hombre!

En otras palabras, exigieron audazmente a los Apóstoles que dejaran de cumplir el mandato divino que les había dado Nuestro Señor, “de hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos, enseñándoles a observar todas las cosas que Él había mandado” (cf. Mt 28, 18-20).  

Pedro y Juan, sin embargo, respondieron: “Porque no podemos dejar de hablar las cosas que hemos visto y oído”.

En respuesta, los líderes judíos deseaban mucho castigar a Pedro y a Juan, pero decidieron que hacerlo no era aconsejable, no por temor a despertar la justa ira de Dios, sino “a causa del pueblo” que podría indignarse, y así advirtieron a los Apóstoles que se callaran y los soltaron. 

Con Pedro al frente, los Apóstoles continuaron su misión, condenando el mal; hacer corrección; evangelizar al pueblo en el Santísimo Nombre de Jesús. 

“Crecía más la multitud de hombres y mujeres que creían en el Señor”, así como los milagros que se hacían en su nombre. Al poco tiempo, personas de las ciudades vecinas inundaron Jerusalén trayendo a sus enfermos y afligidos, poniéndolos ante los Apóstoles, y todos fueron sanados. (cf. Hechos 5)

Anas y los otros líderes judíos estaban indignados. “Llenos de envidia” volvieron a arrestar y encarcelar a los Apóstoles, y los obligaron a comparecer ante el sumo sacerdote. Les recordó su frase: “Mandando os ordenamos que no enseñáseis en este nombre”. (ibídem.)  

Nuestro primer Papa y los obispos en unión con él se mantuvieron firmes: “Pero respondiendo Pedro y los Apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

En esto, uno podría haber esperado que los Apóstoles descansaran, pero no lo hicieron; eran hombres con una misión, una que les fue dada por Cristo Rey a quien pertenece toda autoridad en el cielo en la tierra. Entonces, mirando al sumo sacerdote y a sus compañeros a los ojos, declararon:

El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. A éste Dios ha exaltado con su diestra, por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados. (Hechos 5:30-31)

Nótese la naturaleza del crimen por el cual los Apóstoles condenaron a los judíos, tanto a los líderes como al pueblo, no como individuos, sino colectivamente, como se registra solo en Hechos 3-5: 

Jesús a quien mataste, a quien crucificaste, a quien hiciste morir.

De esto da fe la Iglesia Católica, y debe hacerlo, porque es la verdad.

Avance rápido a “nuestro tiempo”, o como se dice en latín, Nostra Aetate, que también es el nombre del documento del Vaticano II que aparentemente aborda la relación de la Iglesia con los judíos.

Mientras procedemos a examinar el texto conciliar y considerar cómo llegó a ser, tengamos bien presente la lección más amplia del Santísimo Nombre de Jesús y lo que nos dice acerca de la relación auténtica de la Iglesia con los judíos.

Empecemos con la introducción a Nostra Aetate:

En nuestro tiempo, cuando los hombres se acercan cada día más y los lazos entre los diferentes pueblos se fortalecen, la Iglesia examina más de cerca su relación con las religiones no cristianas. (NA 1)

Entonces, cuando el Concilio habla en el texto sobre musulmanes, hindúes, budistas y judíos, se refiere muy específicamente a la relación de la Iglesia con estos pueblos tal como es “en nuestro tiempo”. En otras palabras, lo que sigue es una declaración sobre las circunstancias actuales. Esto es obvio, de hecho, pero es de suma importancia tenerlo en cuenta a medida que continuamos.

En el artículo 4 de la Declaración, el Concilio comienza declarando su propósito específico con respecto a los judíos, diciendo:

Mientras el sagrado sínodo escudriña el misterio de la Iglesia, recuerda el vínculo que une espiritualmente al pueblo de la Nueva Alianza con el linaje de Abraham. (NA 4)

El Consejo deja en claro que lo que sigue aborda la relación entre dos grupos distintos de personas; los bautizados, por un lado, y los judíos, por otro, es decir, los que rechazan el bautismo (de lo contrario, también ellos serían personas de la Nueva Alianza). El texto resume el estado de esta relación, en nuestros días , de la siguiente manera:

En efecto, la Iglesia cree que Cristo, nuestra paz, por su cruz, reconcilió a judíos y gentiles, haciéndolos a ambos uno en sí mismo. (ibídem.)

Ahora, pregunto, ¿es verdad que Cristo, por Su Cruz, reconcilió a los judíos  de nuestro tiempo  con el pueblo de la Nueva Alianza, “haciendo a ambos uno en Sí mismo”?

¡Por supuesto que no! Esta unidad no se ve afectada de otro modo que por el bautismo, por el que «no hay judío ni griego, esclavo ni libre» (cf. Gálatas 3, 28).

Además, este Bautismo es el camino solitario de la salvación, por lo que la caridad requiere que la Iglesia convenza a la estirpe de Abraham por su papel en la crucifixión de Nuestro Señor y los llame a “sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para que podéis salvaros de esta perversa generación» (cf. Hch 2, 36-40).

Ahora, presta mucha atención a las siguientes palabras de San Pablo: 

Porque El es nuestra paz, que de ambos hizo uno, y derribando la pared intermedia de separación, las enemistades en Su carne, invalidando la ley de los mandamientos contenidos en decretos; para hacer de los dos en sí mismo un solo y nuevo hombre, haciendo la paz; Y reconciliar a ambos con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz, matando en sí mismo las enemistades. (Efesios 2:14-16) 

Claramente, San Pablo se refiere exclusivamente a aquellos gentiles y judíos que aceptaron la invitación al bautismo cuando afirma que están “reconciliados” y que “ambos son uno”. Esto también es completamente obvio y, sin embargo, Nostra Aetate citó este mismo pasaje (Efesios 2:14-16) en sus notas al pie como justificación para su declaración de que los judíos de nuestro tiempo y los gentiles se han hecho uno en la cruz de Cristo.   

Como todo hombre de buena voluntad puede ver claramente, el Concilio está enseñando un grave error, una mentira descarada fundada en una blasfema tergiversación de la Sagrada Escritura. 

Las palabras de San Pablo son claras, Nuestro Señor “anuló la ley de los mandamientos”, y sin embargo los judíos de nuestro tiempo se aferran a ellos (o al menos afirman hacerlo) incluso cuando rechazan firmemente el bautismo. Estos son los mismos mandamientos de los que el Concilio de Trento declaró “pero ni siquiera los judíos por la misma letra de la ley de Moisés, pudieron ser liberados”.

Con esto en mente, el impacto del grave error del Concilio salta a la vista: 

Verá, si de hecho, como declaró audazmente el Concilio, los judíos de nuestro tiempo realmente son uno con los gentiles por la cruz de Cristo, entonces la implicación inevitable de esta falsa doctrina es que los judíos son actualmente parte del pacto salvífico de Dios, incluso aparte del bautismo. 

De hecho, esto es exactamente lo que la iglesia conciliar cree y enseña. 

Por ejemplo, en honor al 50 aniversario de Nostra Aetate  en 2015, el cardenal Kurt Koch, jefe del Pontificio Consejo para las Relaciones con los Judíos, dejó perfectamente claro que la iglesia conciliar de ninguna manera considera la fe en Jesucristo, y mucho menos Bautismo, necesario para la salvación del “linaje de Abraham”, declarando:

No se sigue necesariamente que los judíos estén excluidos de la salvación de Dios porque no creen en Jesucristo como el Mesías de Israel y el Hijo de Dios.

Esta es solo una de las muchas declaraciones hechas por la iglesia conciliar. 

¿Cómo pasó esto? ¿Qué movió al Concilio Vaticano II a emitir su enseñanza evidentemente falsa sobre el “tronco de Abraham”, una que efectivamente abandonó la misión de la Iglesia hacia los judíos tal como la llevaron a cabo los Apóstoles y está registrada en la Sagrada Escritura?

La respuesta es simple: Los Padres del Concilio bajo la dirección de Pablo el Patético, a diferencia de los Apóstoles en unión con Pedro, accedieron a las impías demandas de los líderes judíos. 

Un artículo de 2015 en  America Magazine  destaca el papel de un líder judío en particular, el rabino Abraham Joshua Heschel, elogiándolo por su influencia sobre el Concilio.        

Durante los años del concilio, el rabino Heschel se reunió con el Papa Pablo VI y le pidió que apoyara las solicitudes judías contra la acusación de deicidio y contra la misión a los judíos.

Heschel fue consultor teológico del Comité Judío Estadounidense. También era amigo cercano del cardenal Augustin Bea, el jefe jesuita del Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Juntos, los dos hombres elaboraron lo que eventualmente se convirtió en el tratamiento diabólico del Concilio de la relación de la Iglesia con los judíos en Nostra Aetate.

América informa:

Desde el principio, el rabino Heschel trabajó arduamente para eliminar de la enseñanza de la Iglesia Católica cualquier palabra antisemita y cualquier referencia a una misión de la iglesia para la conversión de los judíos. 

Ante esto, hay que decir que la Iglesia siempre ha denunciado con firmeza el auténtico antisemitismo. Lo que Heschel y los de su clase realmente deseaban, y lograron, fue una redefinición de la ofensa para incluir cualquier sugerencia de que los judíos tuvieron algo que ver con la muerte de Cristo, y mucho menos que deberían arrepentirse y bautizarse para poder salvarse. 

El artículo continúa:    

En mayo de 1962 [Heschel] presentó un memorando en el que pedía a los padres conciliares eliminar de una vez por todas cualquier acusación de deicidio por parte del pueblo judío, reconocer la integridad y la perpetuidad de la elección de los judíos en la historia. de salvación y, por último, renunciar al proselitismo de los judíos. 

El resultado es innegable. La iglesia conciliar ha dejado repetidamente en claro, en obediencia a Heschel y sus electores, que se complace en promover la noción falsa de que los judíos están actualmente en una relación de pacto salvífico perpetuo con Dios, a pesar de haber rechazado a Cristo, quien dijo: “Él quien me rechaza a mí, rechaza al que me envió” (Lucas 10:16). 

Juan Pablo el Gran Ecumenista, por ejemplo,  se dirigió a  los judíos en 1980 como “el pueblo de Dios del Antiguo Pacto, nunca denunciado por Dios”. 

Dado que la Revelación Divina dice lo contrario: "Jesús anuló la ley de los mandamientos" (Efesios 2:15), y "la ley ya no es de la promesa" (Gálatas 3:18), las palabras de Wojtyla son nada menos que una declaración pública. negación de Cristo. 

En 1985, la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con los Judíos publicó un  texto  “Apuntes para una correcta presentación de los judíos y el judaísmo en la predicación y catequesis de la Iglesia católica”, que hace explícita esa negación:

También debemos aceptar nuestra responsabilidad de preparar al mundo para la venida del Mesías.

¡Uno se estremece ante la apostasía!    

Mas al que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 10:33)

Más recientemente, esta misma Comisión Pontificia afirmó, con la aprobación expresa de Francisco:

La convicción cristiana permanente es que Jesucristo es el nuevo camino de salvación. Sin embargo, esto no significa que la Torá se reduzca o ya no se reconozca como el 'camino de salvación para los judíos'.

En otras palabras, nosotros tenemos nuestro camino de salvación, ¡tú tienes el tuyo! 

Se sigue necesariamente que la iglesia conciliar, a diferencia de la Santa Iglesia Católica Romana, no tiene misión para con los judíos. Tan inflexible es esta falsa iglesia en este punto que su otro hombre de pocas palabras, Benedicto XVI, se sintió obligado a dejar las cosas claras desde su claustro en 2018,  escribiendo : “Una misión a los judíos no está prevista y no es necesaria. .” 

En cuanto a la acusación de deicidio, aclaremos que la Iglesia nunca ha imputado culpabilidad a todos y cada uno de los judíos por el asesinato de Cristo. Aun así, no puede divorciarse de las Escrituras que son inequívocas al afirmar que “los judíos mataron tanto al Señor Jesús como a los profetas, y nos persiguieron, y no agradaron a Dios, y son adversarios de todos los hombres” (cf. 1 Tesalonicenses 2:14-15).

¿Obtén éso? Los judíos mataron al “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:23); persiguen a sus seguidores y son los adversarios de la humanidad.

Sin desanimarse en su deseo de pacificar a Heschel y sus hombres, el Concilio declara:

Lo que sucedió en su pasión no puede imputarse a todos los judíos, sin distinción, vivos entonces, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben ser presentados como rechazados o malditos por Dios, como si esto se desprendiera de las Sagradas Escrituras. (NA 4)

¿No maldito? La Sagrada Escritura dice lo contrario: “Porque todos los que confían en las obras de la ley están bajo maldición” (Gal. 3:10). 

Además, solo hay una característica definitoria común a todos los judíos de nuestro tiempo (a excepción de los bautizados, autodenominados "judíos mesiánicos"): rechazan a Aquel que "nos redimió de la maldición de la ley" (Gálatas 3:13). ). Como tal, “los judíos de hoy” ciertamente son “malditos por Dios”, y así permanecerán hasta el momento en que se conviertan a Cristo.

[NOTA: Hay mucha confusión, mucha de ella sembrada por eclesiásticos conciliares incluso en la cima, con respecto a la frase "y así todo Israel será salvo" de Romanos 11. Vea AQUÍ para una explicación católica.]

El mensaje del Concilio es inequívoco: los Apóstoles, las Escrituras, los Santos, los Papas preconciliares, los Santos Doctores –es decir, la Santa Madre Iglesia misma– se han equivocado llanamente con los judíos a lo largo de los siglos hasta 1965. 

Finalmente, considere lo siguiente para que no haya ninguna duda sobre el grado en que la iglesia conciliar se complace en servir a sus capataces judíos en contra de los mandatos de Cristo. Recuérdese la exigencia que Anas y su séquito hicieron a los Apóstoles de “no hablar más en este nombre a nadie”, es decir, abandonar la misión que Nuestro Señor les encomendó de convertir al mundo entero a la única religión verdadera:

Es voluntad de Dios que en este eón haya diversidad en nuestras formas de devoción y compromiso con Él. En esta era, la diversidad de religiones es la voluntad de Dios.

Si asumió que la cita anterior es atribuible al globalista en jefe del Vaticano, Francisco, difícilmente podría ser culpado. Sin embargo, estarías equivocado. Esas son las palabras del apóstata judío Abraham Joshua Heschel, co-arquitecto de Nostra Aetate, y expresan un peligroso error obedientemente adoptado y reiterado con mayor énfasis por el líder de la iglesia conciliar, Jorge Bergoglio:

El pluralismo y la diversidad de religiones, colores, sexos, razas y lenguas son queridas por Dios en su sabiduría, a través de la cual creó al ser humano. (Ver  Documento sobre la Fraternidad Humana , febrero 2019)     

La lección contemporánea en todo esto es clara: 

La iglesia conciliar, la sociedad religiosa que actualmente tiene su sede en la Roma ocupada, obviamente no es la Iglesia de los Apóstoles. Es una iglesia falsa que practica una religión falsa, una que no proclama el Santo Nombre de Jesús, sino que trabaja para servir a aquellos que lo rechazan. 

De: aka Catholic