Ya que nos hemos acercado al Corazón dulcísimo de nuestro Señor Jesucristo, y tan grato nos es estar aquí, no nos dejemos separar de él. ¡Oh cuán dulce, cuán agradable es habitar en este Corazón! Tu Corazón, oh buen Jesús, es un rico tesoro, una perla preciosa, que encontramos en el campo cavado de tu cuerpo. ¿Quién despreciaría esta perla preciosa? Yo daré por ella todas las demás perlas; trocaré, para comprarla, mis pensamientos y afectos, arrojando todas mis preocupaciones en el Corazón del buen Jesús, que me alimentará sin defraudarme en nada. Y como he hallado tu Corazón, que es también mío, oh dulcísimo Jesús, te ruego, a ti que eres mi Dios: recibe mis preces en este santuario donde das audiencia, atráeme todo entero a tu Corazón.
(Breviario Romano)
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