sábado, 19 de febrero de 2022

Discurso de San Pío X a los prelados orientales

DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO X

A LOS PRELADOS DE ORIENTE

13 de febrero de 1908

   Le agradecemos sinceramente a usted, Cardenal [Vincenzo Vannutelli] y con usted a los distinguidos miembros del Comité por todo lo que hicieron para hacer espléndidas las celebraciones del quince centenario del distinguido Padre y Doctor de la Iglesia San Juan Crisóstomo, y con usted agradecemos el Venerable Patriarca y todos los demás Venerables hermanos y queridos hijos, que con tanto malestar vinieron del Lejano Oriente para hacer más solemne este aniversario en la capital del mundo católico. Así como con la mayor complacencia presenciamos ayer el solemne Pontifical, que nos transportaba en tiempos de san Juan Crisóstomo, a las basílicas de Antioquía y de Constantinopla, así hoy gozamos del espíritu de veros reunidos aquí para dar una nueva prueba de vuestro apego a la Iglesia Católica y a la Sede Apostólica, y de perfecta adhesión a la doctrina de Jesucristo de la que es custodio

   ¡Quiera el Señor que así como os abrazamos en la caridad de Jesucristo, así podamos hacer con todos los demás hermanos y niños que se mantienen alejados del centro de la unidad católica! Porque para nosotros es sumamente dulce el mismo recuerdo de las glorias y méritos incomparables que ostenta Oriente. En efecto, allí está la cuna de la redención humana y las primicias del cristianismo, de allí, como un río real, la riqueza de bienes inestimables que nos trae el Evangelio de Jesucristo se esparce por Occidente. Ni se extinguirá jamás la fama de aquellos ilustres orientales que, inspirados y guiados por el genio del catolicismo, supieron elevarse a todas las preciosísimas grandezas, y por la santidad, la doctrina, el esplendor de las empresas, encomendar la gloria de su nombre a la posteridad. Cosas que, mirando hacia atrás en nuestros pensamientos, sentimos, como nuestros predecesores, animados por el más vivo deseo de trabajar con todas las fuerzas, para que en todo Oriente la virtud y la grandeza del pasado vuelvan a florecer, y los falsos conceptos sean destruidos y aquellos prejuicios que dieron lugar a la división fatal.

   Y en efecto la Iglesia, lejos de mostrarse injusta y parcial hacia los pueblos orientales, nunca ha dejado de tratarlos con predilección materna. Si se lee el Martirologio y el Bullario Romano, las actas de los concilios particulares o generales celebrados en Occidente, como en Clermont, Lyon, Florencia, Trento, o más bien si se lee la historia de quince siglos, será imposible callar por un único acto del Papado de rigor o indiferencia hacia Oriente.

   Nuestro calendario da un lugar de honor a todos los Santos Pontífices y Doctores de Oriente, nuestra liturgia está llena de sus sabias homilías; las cartas y Constituciones pontificias muestran una preocupación constante por los intereses sagrados de sus Iglesias, y en muchos puntos considerables de la disciplina eclesiástica, Occidente se contentó con defender su propia tradición, y se mostró lleno de indulgencia por las diversas prácticas de las Iglesias Orientales. ¿No sancionó la Santa Iglesia, sacada de un pensamiento de pacificación, con su suprema autoridad la preeminencia que Constantinopla había usurpado sobre los Patriarcados Apostólicos de Oriente? No es finalmente el Papado el que ha reunido a todas las naciones cristianas para quitar el anatema divino, que pesa sobre la ciudad deicida, y para redimir a Jerusalén del yugo de los incrédulos? Que si tantos esfuerzos quedaron infructuosos, humanamente sabéis la razón, oh Venerables Hermanos. Pero no es de extrañar que Oriente no quisiera asociarse con los latinos, por la liberación de los santos lugares, cuando éstos se negaron a escuchar las oraciones de la Iglesia por su propia libertad, y los hijos rebeldes prefirieron un yugo muy duro a la ternura de su madre.

   Por eso, el Papado nunca ha dejado de llorar por la desgraciada suerte de tantos niños; y, para no recordar hechos lejanos, bastan las Cartas Encíclicas del 6 de enero de 1848 del Papa Pío IX, la amorosa invitación con la que el mismo Pontífice, el 8 de septiembre de 1868, con la caridad más viva y más delicada, con la deseo más ardiente de paz y de unión, ruega a todos los obispos disidentes que acudan al Concilio Vaticano y les implora que imiten a sus predecesores, que respondieron al llamamiento de los Papas Gregorio X y Eugenio IV de acudir al segundo Concilio de Lyon y la de Florencia. Pero por toda la caridad mostrada por Nuestro Inmediato Predecesor León XIII, quien, siempre preocupado por este pensamiento, no escatimó oraciones, exhortaciones y sacrificios por los orientales, y en un momento solemne, así como distinguir con signos de verdadera predilección a un hijo, que vuelto a los brazos de su padre, con singular excepción a las reglas generales de la disciplina eclesiástica, le concedió los títulos, insignias y honores de la dignidad episcopal mal conferidos por algunos prelados desertores de la unidad católica. Por lo tanto, oh Venerables Hermanos, Oriente no tiene más enemigos que sus divisiones, sus errores y la pasión que le hizo jugar primero con los emperadores y luego con sus más acérrimos enemigos. Y lo que queda de la dignidad de Oriente es sólo la que tuvo el coraje de instalarse bajo la benigna influencia de Roma. Son ustedes, Venerables Hermanos, quienes, viviendo en la pobreza y sometiéndose a todas las privaciones, aún honran las sagradas tradiciones de sus Antepasados.

   Volviendo, pues, a vuestros países, decid a todos que la dignidad y el esplendor de Oriente en ninguna parte son tan queridos como en Roma. Que aquí los diversos ritos orientales son tratados con honor, se celebran regularmente en muchas iglesias y se asocian frecuentemente con las ceremonias papales. Decid que una Congregación especial se encarga de velar por su conservación, así como por su ortodoxia. Esa Propaganda envía todos los años a todas partes de Oriente jóvenes sacerdotes indígenas, a quienes ha nutrido y educado según las tradiciones ortodoxas de sus países, ya quienes les impone la ley de permanecer fieles a los ritos de sus respectivas naciones. Decid que Roma tiene tanto cuidado de quitar cualquier pretexto para las divisiones, que resiste con firmeza el celo ardiente de los neófitos, que querrían abrazar su disciplina.

   Di que Oriente siempre será la tierra del alba (…) ; pero, puesto que el Señor ha elegido a Roma para ser el testamento de la nueva alianza, desde aquí brilla el sol de la verdad y de la gracia, como proclamaron con gran corazón los mismos orientales en tantas ocasiones.

   Decid finalmente que el Papa los mira con extraordinario afecto, y hace votos para que por la intercesión del santo glorioso, cuyas fiestas celebramos, se renueve para el presente el hecho de los primeros siglos de la Iglesia, cuando eran de Oriente los llamados Anacleto, Evaristo, Telesforo, Zósimo, Teodoro y otros hasta el tercer Gregorio para gobernar la Iglesia de Jesucristo.

   Con este fin, en la humildad de nuestro corazón, suplicamos de corazón al Príncipe de los Pastores, que se digne hacer brillar su luz divina en la mente de tantos descarriados y les infunda ese coraje generoso, que los hace entrar en el único redil de Cristo, y reconocer la autoridad soberana del único pastor supremo de toda la Iglesia.

   Mientras tanto, como prenda de nuestra profunda gratitud y de nuestro particular afecto, os impartimos la Bendición Apostólica a vosotros, Venerados Hermanos y amados Hijos, y a todos los Católicos de Oriente.

Fuente: Radio Spada

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