Hace poco tuvimos el caso del obispo Tucho Fernández de La Plata, Argentina, que conminó la Misa Tradicional a 2 lugares, y prohibió el resto de las existentes o por existir. ¿El motivo? Que con esas dos misas estaba cubierta la dispensación del rito tridentino. Más aún, prohibió la Misa nueva en latín y el altar cara a Dios.
Este tipo de situación ocurre de hecho en muchísimas diócesis. También en la diócesis de Cremona, Italia, a un grupo estable de fieles que se les negó siempre la misa gregoriana, tenía alguna esperanza en el nuevo obispo que tomaba posesión en estos días.
La respuesta episcopal volvió a ser no, esta vez con la excusa de que “la reforma litúrgica conciliar ha sido recibida con serenidad en toda la Diócesis”.
¿Hasta cuándo soportarán estas almas a estos lobos con títulos oficiales? ¿Cuándo verán el bosque y se harán tradicionalistas? ¿Cuando se dará cuenta que no necesitan de una jerarquía que quiere hacerles obedecer en contra de sus almas?
La respuesta de muchos va a depender de la claridad de sus prójimos. Y en esto conviene ser lo más claro posible.
No sólo Francisco, que hasta ahora parece ser el culmen. Desde 1958 todo es lamentablemente sospechoso.
No adherir a necedades como exaltar a Benedicto porque usaba mejor atuendo, o a Juan Pablo II por hacer caer el comunismo, ni a Paulo VI por la Humanae vitae, ni a Juan XXIII por la sonrisa...
Porque Juan XXIII convocó al concilio que fue la peor tragedia de la historia, Paulo VI, cambió la misa y todos los sacramentos, Juan Pablo II hizo 2 encuentros de Asís y besó el Corán, Benedicto creía que el modo de gobierno norteamericano era el querido por Dios, e innumerables etcéteras de cada uno. Y sobre todo, sospéchese de los textos del Concilio.
Y más que la claridad necesaria que decíamos, por supuesto, la caridad y la paciencia.
No apagar nunca la mecha que aun humea.
Fuente: Abundántia Pietátis
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