lunes, 14 de septiembre de 2020

¡Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza!

In Exaltatione Sanctæ Crucis 

Ant. ¡Oh Cruz, * más brillante que todos los astros, celebrada en todo el mundo, digna de ser amada, santa entre todas las cosas!; tú sola fuiste digna de llevar el precio del mundo. Dulce leño, dulces clavos, que sostienen un peso tan dulce: salva a este pueblo reunido hoy para cantar tus alabanzas. (Aleluya, aleluya)



A fines del imperio de Focas, ocupó Cosroes, rey de los Persas, Egipto y África; y tomando también Jerusalén, exterminó a miles de cristianos, y se llevó a Persia la Cruz del Señor con que Santa Elena había enriquecido el monte Calvario. A Focas, le sucedió Heraclio. Reducido éste al último extremo por las calamidades de la guerra, solicitó la paz bajo las más duras condiciones, sin lograr obtenerla de Cosroes, engreído por sus victorias. Acudió entonces a Dios con ayunos y oraciones, implorando su ayuda en tan apurada situación. Y por inspiración divina reunió un ejército, con el cual atacó al enemigo, derrotando a tres generales de Cosroes con sus huestes.


Cuando Cosroes, abatido por el peso de estas derrotas, se aprestaba en su huida a atravesar el Tigris, se asoció al trono su hijo Medarsés. Furioso entonces, al verse postergado, el hijo mayor, Siroés, preparó una asechanza a su padre y a su hermano; y no tardó en alcanzarles, les detuvo y los mató. Pidió entonces ser reconocido rey por Heraclio, a lo cual accedió éste mediante ciertas condiciones siendo la primera la restitución de la Cruz del Señor. Así, pues, la Cruz fue recuperada catorce años después de haber caído en poder de los Persas; y al volver Heraclio a Jerusalén, la llevó sobre sus hombros al cerro adonde el mismo Salvador la subiera.


Entonces ocurrió un milagro digno de recordar: Iba Heraclio cargado de oro y pedrerías, y de súbito sintió una fuerza que le detenía junto a la puerta de acceso al camino del Calvario; cuanto más se empeñaba, más imposible le era andar, con gran asombro del propio Heraclio y de la multitud; hasta que Zacarías, obispo de Jerusalén, le dijo: Considera, oh emperador, que los arreos triunfales con que llevas la Cruz, no imitan la pobreza y humildad de Jesucristo. Se quitó, pues, Heraclio sus ricas vestiduras, y descalzo y vestido con sencillez, anduvo el resto del camino, y colocó la Cruz en el Calvario, en donde la habían quitado los Persas. La Exaltación de la Santa Cruz, que ya se celebrada cada año en este día, adquirió desde entonces mayor esplendor, en memoria de haber sido la Cruz colocada de nuevo por Heraclio en el lugar donde la levantó por vez primera el Salvador.


O Crux, ave, spes única!
¡Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza!

(Breviario Romano)

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