martes, 1 de septiembre de 2020

Todos por la Verdad – Antonio Caponnetto


Los llamados <Médicos por la Verdad>, en el terreno cuya competencia específica le reconocemos, ya han dicho lo suyo sobre el Coronavirus, con probada solvencia y disciplina científica. Los poderes políticos han decidido no escucharlos, reemplazando así la veracidad que otorga el saber por el “sabihondismo” de los dedicados prepotentemente a “la barbarie de la especialización”. La admonición precedente, claro, es de Ortega y Gasset, en el más conocido de sus libros; y adquiere hoy ribetes trágicamente escandalosos.

En efecto; un grupúsculo enajenado de supuestos hiper-especialistas, funcionales todos, y de modo ostensible, a los dictámenes del Nuevo Orden Mundial, decide ahora nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestro ethos y nuestro porvenir. Decide incluso, invocando una feral y cruel expertez u omnisciencia cuasirevelada, cuál será en lo sucesivo el modo inhumano de enfermarse, de agonizar y de morir.

En nombre de la ciencia epidemiológica y con pretensiones de servirla, se está consumando ante nuestros ojos atónitos, un programa funesto cuanto acelerado de devastación social y de capitulación espiritual. Enhebrando mentiras, amenazas, admoniciones, falsías y pánico a raudales, los sedicentes peritos venerados cual gurúes, han logrado imponer una tiranía sanitarista cuya coacción no se detiene siquiera ante el umbral mismo de la intimidad doméstica o de la religiosidad personal.

La crónica de los atropellos a la dignidad creatural del hombre, provocada por una cuarentena infernalmente eviterna, se lleva muchísimas más víctimas que el maligno Covid. La nómina de insensateces, absurdos, sinsentidos, arbitrariedades e incongruencias, no cabría en toda la pampa, si pudiera ella ser usada de pliego para un escribiente fiel. Y la recopilación, al fin, de las perversas restricciones a la normalidad, en su acepción más lata y corriente, conformaría un capítulo aparte de la historia universal de la infamia.

Como en el cuento de Poe, <La máscara de la muerte roja>, la peste mortífera es un fantasma sin sustento real; pero, tras causar estragos y dolores agudos, sabe tomar su desquite contra los poderosos; e ingresando al mismísimo refugio palaciego del egoísta Próspero, lo castiga a él y a sus compañeros de juerga y de falacia, hasta que las tinieblas, la corrupción y el luto les destruyeron todo. Fernández no está para leer al afamado y tremendo gótico, por cierto, presintiendo lo que le espera. Ya tiene cubierto su cupo cultural diciendo “todes” y dialogando con el maestro clásico Axel del Haiga. Empero el día llegará en que no quedará de su persona sino la tufarada cenagosa del monigote necio.

Por una mezcla de anhelo y de necesidad, venimos a proponer con estas líneas, que se refuerce cuanto de edificante tiene la iniciativa de los <Médicos por la Verdad>. Que se agrupen en racimos sobrios y sólidamente fundados, otros tantos especialistas en profesiones u oficios, dispuestos a predicar en el desierto lo que el resto calla, por ignorancia, pavura o complicidad con el sistema inicuo que nos sojuzga.

Bien vendría, verbigracia, que los <Educadores por la Verdad> nos dieran la gran lección, hoy faltante, de que educar no es estar conectado on line, ni entubar la infancia entre escafandras; ni implantarle a la adolescencia una aplicación de meet, en reemplazo de su corazón misionero; ni es tampoco sustituir la palabra del maestro por el tutorial de youtube.

Bien vendría que los <Psicólogos por la Verdad>, se atrevieran a diagnosticar que la infección y el contagio de las almas herrumbradas por el encierro y la pérdida de la esperanza, son inmensamente más dañinos que los bacilos. Que a la par, los <Medios por la Verdad>, dejaran de propagar aterrorizadoras ficciones y de desprestigiar al que aún se atreve a señalar la desnudez del rey maldito, para llamar a movilizaciones masivas y constantes por la recuperación de la lucidez y del coraje. De lo contrario, no estamos lejos de convertirnos en la manada de paquidermos que avizoró Ionesco; si no es que un día, a fuer del “quedate en casa”, amanecemos como el Gregorio Samsa de Kafka.

Bien vendría, asimismo, que los <Abogados por la Verdad> puntualizaran una a una las violaciones al orden legal vigente en que ha devenido este encarcelamiento atroz. Sin que les temblara el pulso para lanzar la acusación –no exenta de graves indicios e incipientes síntomas- de que se deja entrever un plan estatal genocida. Siendo legos en la materia, lo diremos una vez más: lo que sucede no ha de llamarse cuidado de la vitalidad colectiva sino delito. Delito contra la libertad, contra la propiedad (tierras y casas saqueadas o usurpadas sin respaldos ni permisos de circulación otorgados a los propietarios para que vigilen sus legítimos bienes); delito contra la salud pública, y aún contra el honor y contra la fe pública. Estos últimos hablando en sentido analógico aunque no infundado. Porque se le hace injuria y calumnia a la inteligencia del ciudadano medio, cada vez que un funcionario le miente para tenerlo preso, o lo amenaza con la cárcel porque se ha quitado el bozal del pensamiento único. Y porque más grave que adulterar la moneda de curso legal, es adulterar la realidad, preñandola de taradeces, cada cual con su castigo o sanción pertinente si no se la acepta sin chistar.

En tren de soñar quimeras, bien vendría que los <Políticos por la Verdad> –se nos perdone el oxímoron- acaso una vez, excepcionalmente, osaran darse cuenta de que el bien común es superior a la medición semanal del crecimiento o abajamiento de sus imágenes en las encuestas populares. Que una vez en sus sórdidas e inmundas vidas, dieran el módico ejemplo, de abandonar sus pugnas partidocráticas para recorrer las calles y curar personalmente las heridas y las llagas que le han causado a la gente. Que una vez, antes de que La Parca los registre como fétidos cadáveres insepultos, dejaran de pensar como esclavos para obrar como señores.

Por último, sería tan loable cuanto difícil –pero no arriamos la esperanza- que salieran a la palestra, vigorosos y arrojados, los <Católicos por la Verdad>. Dipuestos a proclamar los derechos de Dios, a abrir de par en par las puertas a Cristo, a restituirle el culto debido a Nuestro Señor, a tañir campanas, desempolvar los cálices y turíbulos, y a procesionar el Santísimo por las calles de las ciudades empanicadas y lúgubres, para llevar la única fuente de Vida y de Salud que ha sido descartada.

Católicos por la Verdad, que sepan castigar a los obispos felones, clausuradores de seminarios, glorificadores de travestis, encubridores de la contranatura, propagandistas de la apostasía, fautores de sacrilegios y pringosos de herejías múltiples; encolumnados todos, para su perdición y la del rebaño que arrastran, tras el magno tunante idólatra. El que ha hecho de la Cátedra de la Verdad una boca de fuego, azufre y humo, a todas luces semejante a la que anuncia en el capítulo noveno del Apocalipsis el Vidente de Patmos. ¡Ay! de quien ha convertido la Roma de Pedro en una cueva de ladrones (Ls. 19,45-48). Y ¡ay!, con ayes que se suman y agregan y multiplican, para los que han perdido la Fe y la batalla sagrada en su custodia. Derrotados están, sin gloria, sin honor y sin decoro. Y lo peor: llamando triunfo a su defección cobarde y ruinosa.

Todos por la Verdad, es la consigna de esta hora limítrofe, caudalosa de signos parusíacos y aromada de ultimidades. Todos por la Verdad. Tanto más cuanto ha sido crucificada, sepulta y resucitada. Y por eso mismo, nos permite impetrarle de este modo contrito, esperanzador y laudante: 

  

Tendido, horizontal, sangrante y plano,

te recibió el sepulcro entre estertores,

eran todos los rostros pecadores,

y el tuyo yerto, bonaventurano.

 

Todavía llevabas en la mano

de la llaga manante, los dolores.

Todavía eran tuyos los sabores

del vinagre y la sed: la trilla al grano.

 

Yaces, Señor, en esta tierra impía

alguna vez alcázar de Tu nombre

mudada en la más ruín alevosía.

 

Regresa a dar la última reyerta

seremos puños que la patria escombre,

lanza que pugna aunque la vieron muerta.

  

Antonio Caponnetto

3 comentarios:

  1. Dr. Capponetto, ¿y que dice entonces acerca de los países que no aplicaron aislamiento y tuvieron decenas de miles de muertos?

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    1. ¿y de los que no la aplicaron y tuvieron una tasa de mortalidad por mucho inferior a quienes la han aplicado?

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  2. El que pueda entender que entienda....daria mi mano derecha por ser protagonista de esta Verdad a que hace referencia y nunca ,nunca mejor dicha y no debiera haber escollos para proclamarla.Con ud en su manifestacion...sembrar sembrar siempre habra muchos que lo pondran en practica

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