lunes, 12 de octubre de 2020

P. Leonardo Castellani: Sobre el Reino Milenario y sus detractores

Yo preparé tres veces esta clase y volví a la primera versión, aunque es un poco odiosa porque habla mucho de mí; Los franceses dicen: “El yo es odioso”.


La clase versa sobre el Reino de los Mil Años; es la cuestión más difícil que hay en el Apokalypsis (Cap. XX). Dicho capítulo dice que hay dos resurrecciones; dice “Esta es la Resurrección primera” y eso no lo quiere admitir hoy día, muchísima gente. Resurrección única y simultánea, dicen. Eso es lo que ellas quisieran, pero la Escritura no dice eso.

Si empezase a explicar las cualidades de los cuerpos resucitados eso no tiene dificultad alguna y ya lo he dicho una vez; son las cuatro cualidades que vieron los cuatro Evangelistas en el cuerpo de Cristo resucitado o sea: Inmunidad o Inmortalidad que es no poder sufrir; Agilidad que es poder trasladarse de un lugar a otro instantáneamente, como vieron en Cristo desde Emaús al Cenáculo; Sutileza que es poder pasar a través de cuerpos sólidos, también lo vieron entrar en el Cenáculo sin abrir la puerta y Claridad o Belleza que eso no está en las descripciones de las apariciones de. Cristo, pero está en la Transfiguración que fue como una especie de anticipo o señal de la Resurrección. Y ahí sí notaron los Evangelistas la Belleza y San Pedro estaba tan entusiasmado que no quería irse. Es decir, el Evangelista dice que San Pedro desvariaba de entusiasmo.


Pero la cuestión más vallatana e inexcusable acerca de la Resurrección es el Reino de los Mil Años, que ocupa el Cap.XX del Apokalypsis.


Es una de las luchas actuales de la Iglesia, aunque no es muy conocida, pero los que luchan sí la conocen. Y la cuestión en el fondo consiste en decir: hay una resurrección o hay dos Resurrecciones separadas por un largo período de tiempo. Esas son las dos opiniones.


Hay 3 milenismos (como hay que decir, porque milenarismo es incorrecto gramati- calmente). Uno es el milenismo espiritual, que consiste simplemente en interpretar literal- mente lo que dice San Juan en el Apocalipsis —Nada más—.Tomar eso como cosa que va a pasar, por difícil o rara que parezca. Así entendieron ese capitulo casi todos los padres de los cuatro primeros siglos, desde el primer siglo en que todavía vivían los Apóstoles.


Creían tranquilamente que iba a haber un Reino de Mil Años; y que la Iglesia va a ser en él sumamente próspera y va a ser regida de hecho por Jesucristo, después de la Parusía o sea después de que Jesucristo haya bajado a vencer al Anticristo. San Justino Mártir, San Ireneo, Tertuliano, Lactancio, Ambrosio y San Agustín joven así lo entendieron. Yo he traducido del latín todos los testimonios a la letra y todos los autores en fila, que me facilitó el P. Florentino Alcáñiz, en el libro “La Iglesia Patrística, y la Parusía”.


Todo eso hubiera seguido así sin duda, si no fuera por el tropezón del milenismo carnal. Un judío llamado Kerintos o Cerintos (siglo IV) fundó una secta herética sobre una interpretación judaica y grosera del Cap. XX que tubo mucho séquito y fue condenada por Eugenio IV en la Bula “Cántate Domino” (1441) junto con una retahíla de herejes (los Ebionitas, Arrio, Pablo de Somosata,etc.) pero no precisamente por el milenismo carnal sino por haber negado la Divinidad del Cristo, (ver Denzinger, N° 710), pero el milenismo carnal fue condenado también, no por un Papa o Concilio, sino por lo que llaman el “Magisterio Ordinario de la Iglesia”. De Kerintos no nos queda una sola palabra; y lo que sabemos de él viene de los Doctores que lo combatieron, sobre todo de San Jerónimo.


Dicen que predicaba un triunfo grandísimo de los judíos los cuales iban a dominar el mundo entero y vengarse de sus enemigos y gozar de grandes francachelas y festines. Algunos añaden que, según el Kerintos este, gozarían también de abundantes placeres sexuales. Esto no es seguro, San Agustín lo omite.


Sabemos lo que se dijo por los Santos Padres que lo refutaron y nada más.


Entonces pasó algo curioso: San Jerónimo, desde Palestina, donde la nueva Herejía crecía mucho, escribió a San Agustín que era jovencito y lo veneraba, reprendiéndolo acremente porque con su sermón 259, donde San Agustín decía que él era milenista, “ayudaba a la herejía” que él denominaba “fábulas judaicas” y exhortándolo a interpretar de otro modo el Apocalipsis.


Lo asustó a San Agustín y este inventó una “interpretación alegórica” del cap. XX del Apocalipsis, que (Dios me perdone porque me cuesta decirlo), es una patochada y un tropezón del Santo Doctor tan grande como su talento. Hace llorar cuándo uno lo lee en el libro 20 del “Civitate Dei” y uno se avergüenza por San Agustín (no de).


Para decirlo breve, el cap. XX del Apocalipsis sería una poesía, pero si así es ¿qué impide que el resto del Apocalipsis y aún toda la Escritura sean alegorías, o sean poesías? Según esa interpretación el triunfo de la Iglesia es este triunfo que nosotros conocemos y que no es muy triunfante. En el Cielo es triunfante pero acá no. Los tronos de los 12 apóstoles que van a juzgar a todos los hombres son las sedes de los Obispos y así va diciendo todo el resto. . . el demonio que es retirado por un Ángel y encadenado por mil años dice que significa que ahora el demonio no tiene mucho poder y fuerza para tentar a los hombres; y eso no es cierto.


Tiene una fuerza bárbara ahora. Y así continuamente lo interpreta todo alegóricamente, deshace la profecía de la Escritura y expone a la Escritura a ser derribada toda convirtiéndola en poesía y para peor, mala poesía, como dijeron los impíos como Aldous quien observó que la Escritura era poesía un poco salvaje de los tiempos de la Edad de Piedra y atacó a la Biblia diciendo que no valía nada y que era poesía mala.


De manera que esa interpretación alegórica es una caída de San Agustín por consideración a San Jerónimo, él hizo esa interpretación nueva y dijo “Yo no digo que esta sea la interpretación única posible; hay otra, y esa otra no me atrevo a condenarla porque ha sido seguida por muchos Santos y muchos Mártires”. Y San Jerónimo, que estaba furioso contra los milenistas de su tiempo, dice lo mismo: “No nos atrevemos a condenar el milenismo porque lo han seguido muchos Santos y Doctores y Mártires”.

Y resulta que ahora se atreven; hay mucha gente que condena el milenismo puro y trata de hacer castigar a los que los siguen. No son lo mejor de la Iglesia Católica ni como ciencia ni como calidad los que hoy día tienen una especie de conjura contra el milenismo espiritual.


De manera que no quedaría más que aceptar el milenismo alegórico de San Agustín, que él mismo dijo que era una interpretación alegórica y nada más (leer ese milenismo alegórico en mi libro, Pág. 271).


Así que tienen aquí figurados muy veraz y exactamente los tres milenismos, con lo cual cumplo mi oficio de Doctor en Teología y con esto no predico ninguno de los tres Milenismos, sino simplemente digo “le cose come stanno” ¿Por qué digo esto?


Porque existe una prohibición de enseñar el milenismo espiritual dada al Reino de Chile en 1941; la cual el año 1974 se extendió a la República Argentina. Tengo el texto latino y castellano de los dos decretos, el contra Chile y el contra la Argentina, julio de 1941 y julio de 1944 que no leo por no alargarme.


Son dos disciplinares, no doctrinales; es decir, son órdenes, y dicen que el milenismo espiritual no se puede enseñar sin peligro en esos dos paisuchos, nada más. Eso fue lo que fulminó al pobre Martínez Zuviría, José Ignacio Olmedo, y al Padre Straubinger y a varios otros.


Se asustaron, se callaron la boca y no dijeron nada. Esos dos decretos están firma- dos por el Card. Pizzardo (o Pizzapardo, como le decían en Roma) y definen mal el milenismo, pues el primero dice que los que enseñan que Jesucristo va a reinar durante mil años en la tierra “corporalmente” son peligrosos y eso no se debe enseñar. Ahora bien, alguien le hizo notar al Card. Pizzardo que se estaba “condenando a sí mismo” porque según ellos la Iglesia actual es el Reino de los 1.000 años, y ahora Cristo reina en el Smo. Sacramento corporalmente.


También le advirtieron al Card. Marchetti Selvaggiani que por condenar a los mi- lenistas espirituales se estaba condenando a sí mismo; y entonces cambiaron corporaliter por visibíliter, que no va a reinar visiblemente en la tierra durante mil años. Pero ningún milenista espiritual enseña que Jesucristo reinará visiblemente en el mundo con un Ministro de Agricultura o de Bienestar Social y todas esas cosas.


Nadie dice eso. Todos dicen que van a resucitar una parte de los muertos (los mártires de los últimos tiempos) y ellos van a gobernar la tierra pero no como gobernantes ordinarios sino apareciéndose a los “viadores”, a los mortales que van a quedar; van a quedar mortales durante Mil años y van a procrear gente y van a ser numerosos los cristianos que vivan en ese tiempo de la Iglesia, pero van a gobernar los obispos y los curas, como siempre.


Se van a aparecer los resucitados como Jesucristo se apareció después de su resurrección a los Apóstoles. Y con esas solas apariciones van a poner una prosperidad increíble en la Iglesia. De manera que en el segundo decreto tampoco acertaron, así que son nulos los dos decretos, pero sin embargo aquí los siguieron al pie de la letra.


Menéndez y Pelayo en el Cap. VI del tomo IV de Heterodoxos, que escribió sobre Lacunza, que es uno de los mayores exégetas modernos de la Escritura y el mayor milenista que hay actualmente (los mayores fueron los primeros Padres de la Iglesia), escribió un apéndice al Cap. VI del libro IV el cual es lo mejor que se ha escrito sobre Lacunza y sobre el milenismo, y ahí dice: “como todos saben, el milenismo espiritual o puro es una opinión libre”.


Bueno, esto no todos lo saben y hoy día algunos no quieren saberlo. Menéndez y Pelayo equivoca en una sola cosa, que cree que el libro de Lacunza lo editó en Londres el Márquez de Mora y en cambio, esa primera edición la hizo Manuel Belgrano como es evidente y clarísimo. En el prólogo del editor dice: “el sentimiento de no poder verificarlo (imprimirlo) en la capital “Buenos Aires” de nuestra amada patria…”. Está averiguado con certeza que él imprimió esa primera edición del Lacunza (que ya corría manuscrita en la República Argentina; y que no conoció sino de oídas Menéndez Pelayo).


En resumen hay tres interpretaciones del cap. XX, una condenada por la Iglesia, la de Kerinthos o sea el “milenismo carnal” y dos no condenadas ni tampoco definidas, que son por tanto dos “opiniones” libres. Pero hoy día hay una especie de conjura que impide la exégesis antigua y vuelve de hecho obligatoria la alegórica de San Agustín por medio de castigos o amenazas.


¿Y yo cómo lo sé? Primero por mí mismo, por la experiencia propia que no puede mentir; porque a mí me acusaron de milenista y me siguen acusando, el Presbítero Doctor, (que no es doctor), Mejía, y me han venido una cantidad de castigos por milenista pero sin decir que es por eso, castigos anónimos. Se los mandaban a Monseñor Tavella o a Monseñor Copello acá y después por varias personas que he conocido, bastante eminentes, que han sido perseguidas por eso, por ser milenistas, de las cuales mencionaré las principales:


P. Víctor Anzoategui: Doctor en Escritura por la Gregoriana de Roma. Se manifestó milenista. Diré libremente ¡lo persiguieron sin descanso, hasta hacerlo perder la salud y después la fe y después el juicio! El General Jesuíta Jannssennss y el Provincial de la Argentina Travi no lo dejaban entrar en Buenos Aires donde él quería ir a ver a su madre (no la pudo ver ni siquiera cuando se murió) mandándolo sucesivamente a Chile, de donde lo echaron por milenista también, Mendoza, Montevideo y el Chaco; y no a enseñar Escritura sino Primeras Letras.


Estando ya en el Chaco con la salud averiada, perdió la fe, se hizo protestante, se casó, perdió el juicio y aportó a Santiago de Chile, donde fue algún tiempo empleado de la Biblioteca Nacional. Volvió a la Argentina del todo arruinado, loco de atar, yo lo asistí en su última agonía. Daba horror.


2° P. Antonio Van Prixtel S.C.J.: holandés, profesor de Escritura, hombre muy docto e inteligente. Fue echado de Holanda y enviado a Montevideo, donde en 1945, escribió un gran volumen defendiendo su idea, que hizo mimeografiar ayudado por católicos uruguayos, es decir, por los jóvenes de la Acción Católica. Se lo llama “El testimonio de Nuestra Esperanza” (confidencial) y yo lo poseo. Cuando se supo, lo enviaron a Buenos Aires, donde no tenía nada que hacer, y después a Tucumán, menos, donde lo vejaron y maltrataron. Pidió perdón, destruyó su libro, y lo dejaron volver a Holanda. No sé como acabó.


3° P. Florentino Alcañiz: Hizo en Roma su tesis de Doctor en Escritura Sacra sobre “La Iglesia Patrística y La Parusía”, a la cual ya me referí. Yo la traduje al castellano por- que él me pidió que lo hiciera y me regaló su libro, lo modifiqué un poco, lo amplié y está impreso. Ahí el hizo un trabajo minuciosísimo sobre todos los Padres de los primeros siglos de la Iglesia, hasta el siglo V y resulta que en el siglo I, todos sin excepción, eran milenistas y después en el siglo II, III, IV, V, fueron disminuyendo, sobre todo después de la exégesis de S. Agustín muchos abandonaron la idea milenista y se hicieron alegoristas.


Al final hace un esquema donde pone a los Santos Padres por orden, por siglos y por fechas, donde uno ve que la tradición de la Iglesia entonces era el milenismo espiritual que dicen ahora. Por eso digo yo que jamás va a condenar la Iglesia el milenismo espiritual porque eso sería cortar la rama donde está sentada; porque ella está asentada sobre la tradición.


Profesor del Seminario de Cerdeña y después del de Granada, al publicar su libro latino, estrictamente científico, en 1933 fue echado de sus cátedras y más tarde enviado a Buenos Aires, donde me regaló su tesis para que la tradujera. Como aquí no tuviese nada que hacer, pidió lo mandaran de misionero al Perú, salió de la Compañía de Jesús, y vivió años en la montaña peruana de ermitaño. Desde allí me envió un enorme libro manuscrito con su defensa, que por desgracia yo regalé a Federico Bracht. Me pareció notar en ese libro asomos de enajenación mental.


Muchos otros he conocido aunque menos de cerca, como el eminente escriturista jesuita P. Rovira, el que escribió el artículo “PARUSIA” en la Enciclopedia Espasa y otros…


El resultado de este fenómeno increíble es que hoy día es obligatorio interpretar el Reino de los Mil Años conforme a la patochada de San Agustín.


Es triste tener que decir esto de San Agustín pero no hay mas remedio. Es una interpretación tan arbitraria y tan inverosímil que no se puede mantener ni un sólo momento. La Iglesia no ha definido el Milenismo Alegórico ni ha condenado el Milenismo Patrístico, son dos opiniones libres; pero de hecho no se puede seguir más que una la más infeliz. Contra lo que dice el P. Florentino Agara, la Iglesia no condenará jamás la opinión patrística por la misma razón que rehusaron condenarla San Agustín y San Jerónimo por haberla tenido muchos Santos Padres y Mártires (dicen ambos); o sea que no va a serruchar la rama donde está sentada, que es la tradición; que es lo que hicieron los protestantes.


En la Argentina han sido milenistas espirituales antes que viniera la prohibición “disciplinar” de enseñarlo'(o sea mentarlo) cristianos excelentísimos como Gustavo Martínez Zuviría (el escritor) José Ignacio Olmedo, José Bourdieu, el Padre Straunbinger —y además yo, según el Pbro. Jorge Mejía. Esto sí que me permito dudarlo.


No he hecho más que poner en los libros que escribí, en algún libro que escribí como este del Apokalipsis donde tenía que decir lo que hay sobre la Escritura, poner “le cosse come stanno” las cosas como son, como dicen los italianos.


Por eso solo ya me volví milenista.


Voy a contar, como curiosidad, algunos de los castigos que me mandaron de Roma que por suerte me dejaron vivo y más sano que antes. Mencionaré brevemente cinco de ellos pues deben saberse Tandem aliquando.


El día de San Perón de 1949 fui expulsado de la Compañía S. I., el pretexto que se dio no fué el milenismo; de modo que no pertenece a esta exposición; aunque es posible que mi ex alumno, el asesor del Vaticano II hubiese ya comenzado a acusarme de hereje en informes secretos, cosa que sigue haciendo después de muchos años, para acopiar méritos, me refiero al Doctor (que no es Doctor) Pbro. Mejía.

Yo no sé si sigue siendo profesor en el seminario; en las clases decía que yo era “Milenista” y que era hereje y que no había que leer mis libros ni editarlos. De Roma, el general de los Paulinos mandó una orden para que no editasen ni un sólo libro mío ni pasado, ni presente ni futuro. Y así lo hicieron y propagaron esa orden a las otras órdenes editoras que hay que son los Salesianos y los de Guadalupe. Y así también un canónigo de la Pcia, de Santa Fé que ahora es Obispo en la Pcia, de Bs. As. y no recuerdo su nombre, escribía cartas a todos los párrocos de su diócesis diciéndoles que tuviesen cuidado con mis libros porque eran peligrosos. A mí me mandaron una de esas cartas que habían llegado a Villa Ana, en el norte de Santa Fé.


Después de expulsado, de inmediato fui a parar a Salta, al Palacio Arzobispal. Un expulsado de una orden religiosa queda suspendido por un año, porque se supone que un expulsado tiene que haber hecho delitos. Al cabo del año de oír Misa y dar clases. Monseñor Tavella, que era mi “Obispo Benévolo” (los que expulsan de una Orden religiosa tienen que encontrar un “Obispo Benévolo” que los reciba) pidió mi “incardinación” en su diócesis mandando informes favorables. No respondieron del Vaticano una sola palabra, mi suspensión duró más de dos años: por eso dije eso de los informes secretos. Eso no puede responder sino a informes que contradijesen los de Monseñor Tavella (quién mandó varias veces informes favorables a mí).


El lunes de Pascua de 1952 un Obispo de Bolivia escribió que “por instrucciones de la Santa Sede, el me devolvería la misa si yo me trasladaba a Bolivia y me ponía bajo la obediencia y vigilancia de un sacerdote prudente. Yo dije que no. A los dos años y pico, como dije, llegó el levante del castigo.


Dando clases para Monseñor Tavella no ganaba lo necesario para vivir: el pidió la “incardinación a la diócesis”, y después de la inevitable tardanza (“las cosas de Palacio van despacio”) vino con la condición de que yo no pudiera salir de Salta y cada vez que saliera quedaba suspendido, no podía decir Misa.


Para lo cuál se servirán del Santo Sacrificio de la Misa, que no está hecho para eso. Simplemente el General de los Jesuitas o el Cardenal Pizzardo querían impedir yo fuese a Buenos Aires. ¿Por qué? Porque para conseguir que yo fuese expulsado sin proceso, habían dicho al Sumo Pontífice que yo era de un escuadrón de nacionalistas que eran capaces de incendiar el Colegio del Salvador o lo estaban por incendiar. El Papa concedió la dispensa temporaria del proceso, con el proviso natural que el proceso había de hacerse más tarde conforme manda el canon 654 en el caso de “Periculum in mora” peligro en la demora. Porque hay un Canon que dice que sí hay peligro en la demora para expulsar a un Sacerdote de una Orden, se puede dilatar el proceso, dejarlo sin hacer para que no haya escándalo o ruido o lo que sea y dejarlo para después, cuando todo esté más tranquilo. No lo hicieron nada. De manera que han desobedecido al Papa, al derecho Canónico y al derecho natural como diez veces.


A mí me echaron porque decían que había desobedecido durante veinte años y no había desobedecido ni una sola vez.


El canon no se cumplió; y el periculum in mora, fue una mentira colosal que encajaron al Papa Pío XII; de la cual ya habrán dado cuenta a Dios.


Estaba muy campante por haber acabado mis calamidades, trabajando en Salta, cuando me cayó de golpe un nuevo fulmen: la condena solemne de un artículo mío salido en la revista HUMANIDADES del Obispo Tavella, con la orden de retractarme al momento so pena de excomunión.


La condena la recibió Monseñor Tavella el cual me la comunicó con una carta devotísima diciendo: “Sométase, sométase, la Santa Madre Iglesia fundada por Cristo, la Santa Cruz, la Santa Humildad, etc.” Yo escribí que estaba pronto a retractarme de cualquier error mío, pero que me lo dijeran, pues en el artículo no lo veía: y si no ¿cómo me iba a re-tractar? No me dijeron nunca donde estaba el error. Ahí está el Artículo impreso en el capí-tulo del libro “CRISTO ¿VUELVE O NO VUELVE? A ver si Uds. pueden verlo al error: nadie lo ha visto hasta ahora, fuera de Jorge Mejía, y los bobos que le creyeron o sea el finado Cardenal Pizzardo y su Secretario, que se llamaba Pepe.


Monseñor Tavella me comunicó que mi carta no era bastante sumisa para con un Príncipe de la Iglesia. Yo le pedí me hiciera otra al P. Amánelo González Paz; el cuál la redactó sumísima, hasta demasiado yo la firmé y la mandé y creí había acabado el asunto. La tremenda condenación de Pizzardo y toda la Congregación en plenario, la tengo todavía. Es uno de los pocos papeles que he conservado, algunos los perdí, otros regalé, otros rompí, . . porque no me mandaban a mí las condenas sino al Obispo, a Copello o a Tavella.


Yo me había retractado hasta de la Osa Mayor y el Santo de mi nombre, y ya estás Si, espérate un poco, al otro día vino otro Acto de Justicia divina y eclesiástica. La Santa Sagrada y Cesárea Pontifica Congregación de la Santa Inquisición Romana, intimaba a Monseñor Tavella que me intimase a mí (nunca me escribían a mí):


1° que no escribiese de temas religiosos


2° que enviase a Roma todas mis obras teológicas


Yo no había publicado ni una sola obra teológica entonces todavía; Monseñor Tavella aplazó el cumplimiento del castigo hasta fin de año, porque estábamos a mediados del año y yo era profesor de la Escuela Normal y en el Instituto de Humanidades de Tavella, pero me di cuenta que tenía que salir de Salta porque el Obispo era demasiado devoto, es decir cobarde: si el artículo de marras era culpable, él era quien tenía que haberse responsabilizado. El me rogó le diese el artículo que acabado no estaba.


Así que él debió haber tomado mi defensa; me di cuenta entonces que no tenía medios de vida en Salta si me castigaban de esa manera.


Me fui a mi pueblo Reconquista, donde mi hermana María había caído enferma, y hastiado del Gobierno Eclesiástico, decidí establecerme allí de camionero y vendedor de leche, pues decir Misa me era prohibido. A los 6 meses había fracasado, porque Benítez que era favorito de Perón me negó un camión al fiado.


Llevé toda mi biblioteca, unos 3.000 volúmenes a Bs. As. y recuperé mi cátedra de Psicología en el Instituto de Profesorado de donde me echó Perón a los dos años cuando le dio el sarampión anticlerical; mejor dicho no Perón sino un profesor judío llamado Groslevin.


Era según Bielsa nulo ese decreto de Groslevin. Pero yo no encontré ningún abo- gado aquí en Buenos Aires que tuviese ánimo para ponerse contra Perón, planteando un “recurso contencioso administrativo”, no firmó ningún decreto contra mí.


Pero la Providencia hizo que me nombraran al poco tiempo Redactor del diario de San Juan TRIBUNA, gracias a mi amigo Alberto Graffigna y estuve dos años escribiendo para ese diario. Redactando ensayos allí escribí dos o tres libros sobre el Evangelio. Cuando hice eso, a los dos años le quitaron el diario a Graffigna, se lo quitó el Partido Conservador de San Juan, ayudado por la Revolución Libertadora.


Entonces hice un manuscrito muy pulcro sobre los evangelios y lo mandé a ITINERARIUM y Braga Osear lo entregó a la Curia para la censura. El censor era Jorge Mejía que después de haber llegado a gran prosperidad había concebido un sañudo rencor contra mí, cuyo motivo ignoré e ignoro. Intentó impedir la publicación del libro “El Evangelio”, primero con una Censura disparatada de la que resultaba había que escribir el libro de nuevo pues según él el libro contenía 40 errores.


Yo no podía escribirlo de nuevo. Hasta que la Providencia me envió un hada bienhechora, o un hado si se quiere, el franciscano Antonio Vallejo quien me mandó llamar y a quien encontré en su escritorio rodeado de diccionarios teológicos, gramáticas latinas y griegas, de las obras de Sto. Tomás y estaba con la Censura en la mano (Yo había leído solamente 5 errores y no seguí con los demás porque con 40 errores era imposible corregir). Vallejo empezó a cotejar error por error y apareció que 38 errores eran del Censor, el cual no sabía ni latín y griego, no sabía nada.


Había dos errores solamente, uno que decía Sinedrio en lugar de Sanedrín y otro que indicaba que el Monte Hermoso tiene 2000 y pico de metros y el decía que tenía 1970 metros y resulta que según el nivel del mar y según la planicie circundante tiene dos alturas así que eso era fácil de corregir.


Vallejo le mandó entonces una carta finísima, versallesca, a Monseñor Lafitte y cuando Monseñor vio los errores de Mejía dio el “Imprimatur” de inmediato para el libro. Cuando llegó el Imprimatur dijo Mejía que había perdido el original que se le confió, que era el único.


Entonces Braga le dijo que le iba a hacer un juicio criminal y que le iba a hacer pagar 10.000 de entonces por daños y perjuicios, y el original apareció de inmediato.


Omito atropellos menores, como la prohibición de editar en los Paulinos y de escribir en las revistas católicas, y una difamación muy nutrida compuesta de calumnias. Yo escribí cartas a Monseñor Lafitte y a Roma, muchas, pidiendo me “devolvieran” la Misa, porque al salir de Salta había quedado suspendido; como decía Gamallo “era el condicionamiento geográfico de la Santa Misa” porque nada tienen que ver el local con la validez de la Santa Misa, pero habían inventado eso. Finalmente Monseñor Lafitte me llamó y me preguntó si era verdad que yo le había dado un bofetón al General S. S. Jannssenns y había di- cho públicamente que el Papa Pío XII era un ganso Yo quedé tan apabullado que no supe qué contestarle a Monseñor.


“Ya verá como Monseñor lo va ayudar “me dijo Ramón Doll y era verdad. Se murió antes de poder rehabilitarme El que me rehabilitó como Sacerdote fue el Nuncio Lino Zanini, varón extraordinario, el mejor de los cuatro nuncios que yo he conocido, verdadero varón de Iglesia muy inteligente y Santo, a quién lo interesó en mi asunto el Embajador ante el Vaticano Santiago de Estrada. Me vino a ver cuando yo estaba convaleciente de una grave enfermedad (lo mismo que Monseñor Caggiano) y al poco tiempo hizo desaparecer todas mis sanciones y hacerme mandar todas las licencias que llaman. Trabamos una gran amistad y le guardo gratitud eterna. Modestamente hizo aparecer que la rehabilitación amplia mía se debía a Monseñor Juan G. Aramburu. Lo sacaron de aquí al poco tiempo y está en el Vaticano con un empleo muy inferior. Dios lo recompensará.


Me tenía por feliz diciendo la Misa de 11 en el Tránsito de María y predicando media hora, cuando de golpe y porrazo me llegó la carta mas atroz y disparatada de Roma que hubo y pudo haber. Era un castigo descomunal, sin decir por qué, como siempre, firmado por los cardenales Larraona y Ottaviani. El castigo no sé podía cumplir y por tanto no lo cumplí, guardé ante él la actitud de Jesús ante Herodes, el papel no lo tengo más, creo que lo regalé a un amigo. Era una cantidad tremenda de castigos y no me decían por qué. Yo creo que se debían a calumnias que han llegado allá, sobre todo por algunos tan acreditados como Mejía que era Asesor del Concilio Vaticano II y que en Roma tiene casa, automóvil y mucho dinero y eso vale mucho en todas partes. El tiene mucho prestigio en Roma y asiduamente me acusa de “milenista”. Si lo soy sigo una opinión libremente. Pero tampoco la sigo porque como decía Pico “lo que me interesa a mí es resucitar y no si hay dos o una Resurrección”.


Como dije, el papel lo regalé a un amigo. Por suerte los Inquisitores estos tienen mala memoria y una vez que producen un estruendo, se olvidan después. Todos ellos ya han sido juzgados por Dios. No sé por qué los voy a juzgar yo.


Pbro. Leonardo Castellani

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