Alberto Camus. “El hombre rebelde”
“El 21 de enero, con el asesinato del rey-sacerdote, se acaba lo que se ha llamado significativamente la pasión de Luis XVI. Por cierto, es un repugnante escándalo el haber presentado como un gran momento de nuestra historia el asesinato público de un hombre débil y bueno. Bien lejos está este cadalso de marcar una cumbre. Queda por lo menos que, por sus considerandos y sus consecuencias, el juicio del rey se encuentra en la bisagra de nuestra historia contemporánea. Simboliza la desacralización de esta historia y la desincarnación del dios cristiano. Dios hasta ahora tomaba parte en la historia a través de los reyes. Pero se mata a su representante histórico; no hay más rey. Queda sólo una apariencia de Dios relegado en el cielo de los principios.
Los revolucionarios bien pueden apelar al Evangelio. De hecho, asestan al cristianismo un terrible golpe del que no se ha levantado todavía. En verdad, parece que la ejecución del rey, seguida, como se sabe, de escenas convulsivas de suicidio o de locura, se ha desarrollado toda entera en la consciencia de lo que se cumplía. Luis XVI parece haber, alguna vez, dudado de su derecho divino, aunque haya rechazado sistemáticamente todos los proyectos de ley que atentaban contra su fe. Pero a partir del momento que intuye o conoce su suerte, parece identificarse –su lenguaje lo muestra- con su misión divina, a fin de que sea claramente dicho que el atentado contra su persona apunta al rey-cristo, a la encarnación divina, y no a la carne asustada del hombre. Su libro de cabecera, en el Temple, es la “Imitación de Cristo”.
La dulzura, la perfección que este hombre, de sensibilidad sin embargo mediana, muestra en sus últimos momentos, sus observaciones indiferentes acerca de todo lo que pertenece al mundo exterior y, para terminar, su breve vacilación sobre el cadalso solitario, ante este terrible tambor que cubría su voz, tan lejos de este pueblo del que esperaba hacerse oír, todo eso permite imaginar que no es Capeto quien muere, sino Luis de derecho divino, y con él, en cierto modo, la cristiandad temporal. Para todavía afirmar mejor este vínculo sagrado, su confesor lo sostiene en su vacilación recordándole su parecido con el dios de dolor. Y Luis XVI entonces vuelve en sí usando a su vez el lenguaje de este dios: “Beberé, dice, el cáliz hasta el final”. Después, estremeciéndose, se abandona a las manos innobles del verdugo.”
Visto en Revista Verbo - Año XXXI - Julio 1989
Luis XVI y el abad Edgeworth de Firmont al pie de la guillotina, el 21 de enero de 1793, por Charles Benazech. |
“El 21 de enero, con el asesinato del rey-sacerdote, se acaba lo que se ha llamado significativamente la pasión de Luis XVI. Por cierto, es un repugnante escándalo el haber presentado como un gran momento de nuestra historia el asesinato público de un hombre débil y bueno. Bien lejos está este cadalso de marcar una cumbre. Queda por lo menos que, por sus considerandos y sus consecuencias, el juicio del rey se encuentra en la bisagra de nuestra historia contemporánea. Simboliza la desacralización de esta historia y la desincarnación del dios cristiano. Dios hasta ahora tomaba parte en la historia a través de los reyes. Pero se mata a su representante histórico; no hay más rey. Queda sólo una apariencia de Dios relegado en el cielo de los principios.
Los revolucionarios bien pueden apelar al Evangelio. De hecho, asestan al cristianismo un terrible golpe del que no se ha levantado todavía. En verdad, parece que la ejecución del rey, seguida, como se sabe, de escenas convulsivas de suicidio o de locura, se ha desarrollado toda entera en la consciencia de lo que se cumplía. Luis XVI parece haber, alguna vez, dudado de su derecho divino, aunque haya rechazado sistemáticamente todos los proyectos de ley que atentaban contra su fe. Pero a partir del momento que intuye o conoce su suerte, parece identificarse –su lenguaje lo muestra- con su misión divina, a fin de que sea claramente dicho que el atentado contra su persona apunta al rey-cristo, a la encarnación divina, y no a la carne asustada del hombre. Su libro de cabecera, en el Temple, es la “Imitación de Cristo”.
La dulzura, la perfección que este hombre, de sensibilidad sin embargo mediana, muestra en sus últimos momentos, sus observaciones indiferentes acerca de todo lo que pertenece al mundo exterior y, para terminar, su breve vacilación sobre el cadalso solitario, ante este terrible tambor que cubría su voz, tan lejos de este pueblo del que esperaba hacerse oír, todo eso permite imaginar que no es Capeto quien muere, sino Luis de derecho divino, y con él, en cierto modo, la cristiandad temporal. Para todavía afirmar mejor este vínculo sagrado, su confesor lo sostiene en su vacilación recordándole su parecido con el dios de dolor. Y Luis XVI entonces vuelve en sí usando a su vez el lenguaje de este dios: “Beberé, dice, el cáliz hasta el final”. Después, estremeciéndose, se abandona a las manos innobles del verdugo.”
Visto en Revista Verbo - Año XXXI - Julio 1989
Bellísimo... Gracias!
ResponderEliminarSi si si mucha cháchara pero el error del rey fue no hacer la consagración de Francia al SCdeJ que era lo que NS le había pedido a Santa Margarita, el cielo preveía lo que se venía para Francia y quiso frenar la acción de la masonería pero al no ser obedientes al final aconteció la revolución de la guillotina.
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