lunes, 22 de febrero de 2021

Monseñor Ojea pero no ve - Antonio Caponnetto


MONSEÑOR OJEA PERO NO VE

Por Antonio Caponnetto

“Li diritti occhi torse allora in biechi...

cadde con essa a par de li altri ciechi”

Dante, Infierno, VI, 93.

 

      El pasado Miércoles de Ceniza, el Obispo de San Isidro (provincia de Buenos Aires), Monseñor Oscar Ojea, pronunció una Homilía dedicada a los educadores, con motivo del inicio de la XII Jornada de Capacitación Docente 2021. La noticia dice expresamente que la tal homilía fue comunicada “virtualmente” y que “la Eucaristía fue transmitida a través de las redes sociales”. O sea que, lo que tuvo realmente lugar, fue una de esas tantísimas y prolongas parodias litúrgicas que, por una mezcla de cobardía, indoctez y ausencia de Fe, los pastores vienen ejecutando en complicidad con los poderes políticos, para aplicar la horribilísima “neonormalidad” impuesta por el Nuevo Orden Mundial.

         Ojea, invocando a Bergoglio pide “un pacto educativo global”, aclarando que “para educar a una persona se necesita una aldea”. Está claro que la idea aldeana a la que aquí se remite, no es la noble comarca rural de los siglos medievales y aún de los tiempos actuales que han sabido conservar aquél espíritu. No es la recuperación católica de ese vivir a escala humana, que pedía el Magisterio en mejores tiempos, rehabilitando los lazos religiosos y jerárquicos que se dan naturalmente en las aldehuelas, regiones o caseríos tradicionales. No es “la opción benedictina” de Rod Dreher (aunque la sabemos pasible de distintas objeciones válidas). Es la opción masónica de Mac Luhan. Su significado no ha de buscarse en la bucólicas virgilianas ni en los horizontes monásticos, sino en el planetarismo gnóstico de la Unesco.

En esa aldea mundialista, “el pacto” al que se someten sus protagonistas es al del relativismo, el irenismo, el sincretismo y el ecumenismo más disgregador y disolvente. Lo que “pactan”, en suma, es dejar de creer y de afirmar que la Verdad es una sola. Porque la democracia a la que idolatran les impide superar la perversión de que todas las creencias valen lo mismo y que deben ser homogeneamente respetadas.

Da vergüenza ajena escucharlo a Ojea repetir con Bergoglio las muletillas gastadas de oponernos a la “cultura del descarte” y de convertirnos en “agentes contraculturales”. Los cuales deberían ser los mismos docentes que, según se afirma, tendrían que tener en cuenta, críticamente, que “hay una cantidad de elementos de pensamiento, de sentimientos que respiramos en el mundo en que vivimos, que no son ya cristianos”.

¿Sabe el obispo que en la iglesia bergogliana, la primera “descartada” es la Verdad? ¿Que esa cantidad de elementos no cristianos que respiramos proceden principalmente de la Roma apóstata que preside el porteño? ¿Es consciente de la cantidad de heterodoxias gravísimas, y aún de sacrilegios, blasfemias, actos de idolatría y vulgares disparates que se han consumado bajo este singular pontificado? ¿Está interiorizado Ojea de los programas de estudio de la Fundación Pontificia Scholas Occurrentes? ¿Conoce que en esos ámbitos, supuestamente nacidos desde la cumbre de la autoridad eclesiástica, se enseña a mansalva el error, la confusión, la ignorancia y la mentira?

Otros interrogantes nos asaltan, aunque (no teman) sólo exteriorizaremos unos pocos: ¿Los agentes contraculturales que deberían combatir este mundo descristianizado son los que ya se han hecho legumbres?, ¿los que aprobaron el examen de concubinato propuesto en <Amoris laetitia>?; ¿o acaso los que han entronizado en sus templos una imagen del santón marxista Angelelli, del heresiarca Lutero y de la ridícula Pachamama?

Pero seamos equitativos. El obispo también tiene sus preguntas; o al menos una, que parece central. Se formula entonces este crucial interrogante: ¿Cómo sembrar esperanza? ¿Cómo hacer una auténtica siembra de esperanza?”. La respuesta que se le ocurre emparda al “De Magistro” del Aquinate y empaña sin duda el “De catechizandis rudibus” de San Agustín. El educador, dice el bergóglico prete, debe “desarrollar la paciencia, el respeto, la escucha, el diálogo”. O sea; debe ser un católico aflanado, amerengado y mistongo, como decía Castellani. Un malabarista del opinionismo, un pusilánime incapaz de cortar el nudo gordiano con un tajo viril. Un imbécil más, atestado de respetos humanos, de prudencias carnales y de diálogos inconducentes, por ausencia de logos.

“Sin miedo”; eso sí, agrega Ojea, masculinamente parapetado al frente de su “zoom”, mouse en ristre y pasword afilado y enhiesto. Aunque haya “espacios que sean conflictivos y difíciles”, agrega. Y teniendo muy en cuenta el mal enorme que se cierne sobre nosotros. Ese mal es que “hoy ya no hay debates, hay guerra, guerra para aniquilar al otro. Lo vemos todos los días. Lo importante es ganar, terminar y aniquilar”.

Vea Monseñor; no queremos ser muy cruel con usted, porque al fin de cuentas sus sandeces son módicas, mediocres y acotadas a una diócesis, cuyos habitantes tienen la sana costumbre de que aquello que les digan sus obispos dura menos que un suspiro. Pero el principal “espacio conflictivo y difícil” hoy, para un docente católico, es la “iglesia de la publicidad” que ustedes conforman y pregonan. Contraria, opuesta y ruinosamente distinta a la Iglesia Católica. En ese “espacio”, el docente católico genuino y auténtico es un paria, un leproso, un desterrado.

Y lamentamos desilusionarlo. Pero las cosas son exactamente al revés de cómo usted las plantea. El problema grave que nos está matando, es que en los días que corren, los debates interminables, absurdos y sofísticos han abolido a la noción de guerra justa, barrida de un plumazo insensatamente por el pseudomagisterio de Bergoglio, en la “Fratelli tutti”, verbigracia. Ya no hay causas que ameriten una conducta gallarda, limpiamente épica, decentemente castrense, prudencialmente belicosa y punitiva. Nada de eso. Todo se resuelve con una mesa de diálogo, en la cual, la primera premisa es que todos los pareceres tienen el mismo valor. Respetando los protocolos, eso sí. El taparrabos naso-bucal y la distancia social. Los únicos que están dispuestos a guerrear son nuestros enemigos milenarios; mientras nosotros, ya ni siquiera le ponemos la otra mejilla, por temor a contagiarnos el covid.

Mire Monseñor. Usted Ojea mucho, pero no ve nada. Y no hay cosa peor que un ciego guiando a otro ciego. Nuestro Señor nos pide, en esos casos, que nos apartemos de ellos(Mt. 15, 14), pues nos llevarán al pozo siniestro de las tinieblas. Y nosotros, anhelamos la Luz, cuyo nombre eterno, innegociable e invicto es Jesucristo. Divino Maestro, cuya invocación usted salteó por completo en una homilía dedicada a los maestros.

Antonio Caponnetto


1 comentario:

  1. Excelente CAPONETTO!!!!!!!lastima que en la practica muchos dopcentes ojean pero no ven y habra mas de uno que por obediencia y para evitarse problemas hagan lo que mande la directiva

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