sábado, 5 de marzo de 2022

El Ayuno de Jesús durante 40 días y la Tentación en el desierto - Ana Catalina Emmerick

 I

Jesús ayuna cuarenta días en el desierto


Jesús partió antes del sábado acompañado por Lázaro desde la

posada de éste hacia el desierto. Le dijo que tornaría después de

cuarenta días. Desde esta posada caminó solo y descalzo y fue al

principio, no en dirección de Jericó, sino hacia el Mediodía, como

quien va a Belén, pasando entre los lugares de los parientes de Ana y

los parientes de José, cerca de Maspha; luego torció hacia el Jordán.

Anduvo por estos lugares, hasta el sitio donde había estado el Arca de

la Alianza y donde había celebrado Juan aquella solemne fiesta. A una

hora de Jericó subió a la montaña y se internó en una amplia gruta.

Esta montaña se extiende desde Jericó, entre Oriente y Mediodía,

sobre el Jordán, hacia Madián. Jesús comenzó su ayuno aquí, en

Jericó; lo prosiguió en diversos lugares, al otro lado del Jordán, y lo

completó aquí, adonde lo trajo el diablo cuando lo tentó.

Esta montaña ofrece, desde su cumbre, una vista muy extensa: en parte

está cubierta de plantas y en parte aparece empinada y árida. La

altura no es tanta como la de Jerusalén, pero está en una comarca más

baja y se levanta solitaria. Cuando miro las montañas de Jerusalén

veo la del Calvario más alta, de modo que está al mismo nivel que la

mayor altura del templo. En dirección a Belén, o sea hacia el Sur,

está Jerusalén, sobre una cumbre empinada y peligrosa; por este lado

no hay entrada ninguna y todo está ocupado con palacios y edificios.

Jesús subió ya de noche a una de las cumbres empinadas de la montaña

del desierto, que llaman ahora de la Cuarentena. Hay como tres

respaldos en esta montaña y tres grutas, una sobre otra. Desde la

superior, adonde subió Jesús, se ve por detrás un abismo rocoso; toda

la montaña está llena de quebradas muy peligrosas. En esta misma

cueva habitó un profeta, de cuyo nombre no me acuerdo, 400 años

antes. También Elías estuvo algún tiempo oculto aquí y agrandó la

cueva. Sin que nadie supiese de donde venía, descendía a veces hasta el

pueblo, ponía paz y profetizaba. Unos 150 años antes habían tenido aquí

su habitación unos 25 esenios. Al pie de este monte estaba el

campamento de los israelitas cuando con el Arca de la Alianza y las

trompetas daban vueltas alrededor de Jericó. En este mismo lugar

está el pozo cuyas aguas dulcificó el profeta Elíseo. Santa Elena hizo

arreglar estas cuevas en forma de capillas, y yo he visto una vez, en

una de estas capillas, un cuadro que representaba la escena de la

tentación. En la parte de arriba hubo también, en otros tiempos, un

convento. Yo no acababa de comprender cómo pudieron llegar los

trabajadores hasta la altura del monte donde estaba ese convento. He

visto que Santa Elena edificó muchas capillas en estos y otros santos

lugares. También levantó una capilla sobre la casa paterna de Ana, a

unas dos horas de Séforis, donde sus padres tenían otra casa. Me causa

mucha tristeza ver que estos santos lugares fueron devastados hasta

perderse el recuerdo de las iglesias y capillas allí existentes. Cuando

yo era niña e iba, antes del amanecer, por entre la nieve a la iglesia

de Koesfeld, veía todos estos lugares, muy claramente; y veía también

que a veces personas piadosas, para evitar que los soldados y guerreros

los devastaran, se interponían y se echaban al suelo delante de sus

espadas.

Las palabras de la Escritura: «Fue llevado por el Espíritu al

desierto», significan: «El Espíritu Santo, que había descendido sobre Él

en el bautismo (ya que Jesús como hombre dejaba que todo sucediese

en Él como tal), lo movió ahora a ir al desierto para prepararse a su

misión y a sufrir como hombre, delante de su Padre celestial».

Jesús oraba en esa cueva arrodillado, con los brazos extendidos a su

Padre celestial, para tener fuerza y consuelo en todos los sufrimientos

que le estaban reservados. Veía delante de Sí todos los futuros

sufrimientos y pedía fuerzas a su Padre para cada uno de ellos. Tuve en

esta ocasión cuadros de sus dolores y he visto que recibía fuerza,

constancia y mérito para cada uno de ellos. Una gran nube blanca,

del tamaño de una iglesia, se posó sobre Él y por cada una de sus

oraciones bajaban ángeles que tomaban forma humana; le honraban,

le daban ánimo, consuelo y promesa de ayuda. Conocí que Jesús pidió

aquí y consiguió para cada uno de nosotros toda ayuda, constancia,

victoria y consuelo en nuestras penas y tentaciones; que compró para

nosotros, con sus oraciones, el mérito y la victoria; que preparó allí

todo el mérito de las mortificaciones y ayunos; y que ofreció a Dios

Padre todos sus trabajos y padecimientos para dar mérito y valor a

todos los padecimientos y penas de espíritu de los que creerían en Él.

Conocí el tesoro que Jesús instituyó para la Iglesia y que se abrió en

los cuarenta días de su ayuno. Vi a Jesús sudar sangre en esta

oración.

Jesús bajó de nuevo de esta montaña hacia el Jordán, entre Gilgal y el

lugar del bautismo de Juan, que estaba más al Sur, como a una hora de

camino. Pasó solo en una balsa el río, que era estrecho en este punto,

y caminó dejando a su derecha a Bethabara y varios caminos reales

que llevaban al Jordán. Seguía por senderos de montaña a través del

desierto, internándose entre el Este y el Mediodía. Llegó a un valle

que va hacia Kallinohe, pasando un riachuelo, y se dirigió a una ladera

de la montaña, más al Oeste, donde está Jachza, en un valle. En este

lugar habían los israelitas vencido al rey amonita Sichón. En esta

guerra había tres israelitas contra diez y seis enemigos; pero sucedió

un prodigio. Vino sobre los amonitas una tormenta y un ruido

espantoso, que los puso en fuga y los derrotó. Jesús estaba ahora sobre

una montaña muy agreste. Era todo aquí más salvaje que en la

montaña cercana a Jericó, que estaba como enfrente. Dista del

Jordán nueve horas de camino.

* * *

II
Tentaciones interiores de Jesús

Está oculta a Satanás la divinidad de Jesús y su misión. Las

palabras; «Este es mi Hijo amado en quien me he complacido»,

las entendió como dichas a un hombre, a un profeta. Jesús está ahora

apesadumbrado en su interior. La primera tentación que tuvo fue esta:

«Este pueblo está demasiado pervertido. ¿Tendré Yo que padecer todo

esto por él y no poder conseguir el pleno efecto de mi obra? … » Jesús

venció esta tentación, a pesar de prever todos sus dolores, con

inmensa bondad y amor a los hombres, Jesús rezaba en la cueva, a

veces de rodillas, a veces de pie y a veces postrado echado sobre su

rostro. Estaba con sus acostumbrados vestidos, pero los tenía más

sueltos. No llevaba la correa y estaba descalzo. En el suelo estaban su

manto, algunos bolsillos y el ceñidor. Cada día era el trabajo de su

oración diferente, porque todos los días nos conseguía otras gracias; y

así veía que no volvían las cosas que ya había vencido. Sin esta lucha y

merecimiento de Jesús por nosotros no hubiera podido ser meritoria

nuestra resistencia contra las tentaciones ni posible nuestra victoria.

Jesús no comía ni bebía; pero he visto que los ángeles lo confortaban y

fortalecían.

No había adelgazado por el largo ayuno: su rostro aparecía más pálido.

En esta cueva, que no estaba en plena cumbre, había una abertura por

la cual entraba un aire helado; y en este tiempo del año ya hacía frío

y el día era nebuloso. El interior era de piedras coloridas, de modo que

si hubiese sido pulido pudiera parecer pintado de varios colores. Los

alrededores de la cueva tenían muy poca vegetación. Era tan amplía

que Jesús podía estar hincado o echado en una parte de ella sin

quedar bajo esa abertura.

Lo he visto echado sobre su rostro. Sus pies desnudos estaban

sangrando, heridos por las caminatas que había hecho, pues había ido

al desierto con los pies descalzos. A veces se levantaba en pie; otras

veces se echaba sobre su rostro. Estaba rodeado de luz. De pronto hubo

adentro una conmoción y un ruido; la cueva se llenó de luz y apareció

una multitud de ángeles que traían variados objetos. Yo me sentí tan

agobiada y oprimida que me parecía estar metida dentro de la

misma roca de la cueva; y con la impresión de que me hundía y me

perdía, comencé a clamar: «¡Yo me hundo; yo debo hundirme junto

a mi Jesús!»

Ahora he visto que los ángeles se inclinaban ante Jesús, le honraban y

le preguntaban si podían presentarle los instrumentos de su misión, y

si era su voluntad aún padecer por los hombres como hombre, como

había sido esta su voluntad cuando descendió de su Padre y tomó carne

en el seno de In Virgen. Como Jesús renovase de nuevo su

resolución, levantaron ante Él los ángeles una cruz muy grande cuyas

partes habían traído. Esta cruz tenia la forma que siempre veo y

constaba de cuatro partes, como veo también las prensas del vino. La

parte superior de la cruz, que se alzaba entre los dos trozos de madera

de los lados, estaba también aparte. Cinco ángeles llevaban la parte

inferior de la cruz, tres ángeles la parte superior, tres el brazo izquierdo

y tres el derecho; tres llevaban el pedazo de madera donde

descansaban los pies de Jesús; tres traían una escalera; otro un canasto

con sogas y utensilios; otro la lanza, la caña, los azotes, la vara, la

corona de espinas, los clavos, los vestidos de burla, y, en fin, todas

aquellas cosas que fueron causa de sus dolores en su pasión. La cruz era

hueca, de modo que se podía abrir como un armario, y adentro se

veía toda clase de instrumentos de martirio. En medio de ella, donde

correspondía al corazón abierto de Jesús, se veía un entrelazamiento

de figuras de tormento con los más diversos objetos. El color de la

cruz era de sangre que conmovía. De este modo, todas las partes de la

cruz eran de diversos colores, con los cuales se podía conocer los

diversos dolores que debía padecer Jesús; y los rayos de estas partes

iban hacia la imagen del corazón, que estaba en el medio. En cada parte

había instrumentos diversos que indicaban futuros sufrimientos. Se veía

igualmente en esa cruz vasos con hiel y vinagre; otros con mirra y áloe,

que se usaron después de la muerte del Salvador.

Había además adentro una cantidad de bandas como cintas, del ancho de la mano, de

diversos colores, donde había grabadas varias formas de padecimientos

y dolores. Los diferentes colores denotaban distintos grados y maneras

de oscuridad y tinieblas que debían ser iluminadas y transparentadas

por los dolores de Jesús. De color negro aparecía lo que se daba por

perdido; pardo lo que era triste, duro, seco, mezclado y sucio; de color

rojo aparecía lo que era pesado, terrenal, sensual; y de color amarillo lo

muelle, demasiado delicado y cómodo. Había algunas bandas, entre

amarillas y coloradas, que tenían que ser emblanquecidas e

iluminadas. Había también otras bandas blancas, de un blanco de

leche, con escrituras luminosas y transparentes. Esto significaba lo

ganado, lo vencido, lo completado y perfeccionado. Estas bandas eran

como señales y representaciones, la cuenta de todos los trabajos y

dolores que Jesús tenía que sobrellevar en su carrera mortal, con sus

discípulos y con los hombres. También se le presentaron al Señor

todas aquellas personas que más le debían hacer sufrir: la

obstinación de los fariseos, la traición de Judas y la crueldad de los

judíos durante los dolores de su pasión y muerte. Todas estas cosas las

desarrollaban los ángeles delante de la vista de Jesús con mucha

reverencia y en cierto orden, como procedería un sacerdote en sus

ceremonias; y cuando todo este aparato de dolores le fue presentado,

he visto a Jesús, y a los ángeles con Él, derramando lágrimas.

Otro día vi que los ángeles representaban a Jesús la ingratitud de los

hombres, las dudas, las burlas, las traiciones y negaciones de amigos y

enemigos, hasta su amarga muerte y aún después; y todo lo que de sus

dolores y penas se perdería para los hombres. Le mostraron también lo

que se ganaba, para su consuelo. Todo esto se representaba en cuadros

y vi a los ángeles señalando esos cuadros y representaciones. En todas

estas representaciones yo veía la cruz de Jesús, como siempre, de

cinco clases de maderas, con los brazos encajados adentro, con las

cuñas debajo y un madero para descanso de los pies. El pedazo de

madera para poner el título lo vi añadido arriba, porque no había

espacio sobre la cabeza para ponerlo. Este trozo de madera estuvo

sobrepuesto, como una tapa sobre un costurero .

* * *

III
Jesús tentado por Satanás

Satanás no tenía certeza ni conocimiento de la Divinidad de

Cristo: lo creía un profeta. Había observado la santidad de su

infancia y juventud, y la santidad de su Madre, a quien nunca pudo

llegar con sus tentaciones, pues ella no las recibía. No había en María

ninguna materia por donde pudiese Satanás tentar. Era María la más

hermosa Virgen; pero no tuvo a sabiendas relaciones con ningún

pretendiente, fuera de la elección que de Ella se hizo en el templo por

la señal de la vara florida. Le intrigaba a Satanás ver que Jesús,

profeta según su parecer, no tenía los modos farisaicos y severidades

de ley en los usos y costumbres con sus discípulos; lo tenía por un

hombre, ya que veía que ciertas cosas exteriores escandalizaban a

los fariseos.

Como viera que Jesús se mostraba a menudo con celo, quiso

tentarlo, como sí fuese un discípulo que le quería seguir; y como lo

veía tan bondadoso, lo quiso tentar en forma de un anciano débil y

disputar con Él como sí fuese un esenio. Por esto he visto una vez a

Satanás en la entrada de la cueva, bajo la forma de un joven hijo de

una viuda, sabiendo que Jesús amaba a ese joven. Hizo Satanás un

ruido en la entrada para mover a displicencia a Jesús, en cuanto ese

discípulo se llegaba hasta su retiro contra lo que Él había dicho que no

lo siguieran. Jesús ni siquiera volvió su rostro para mirarlo. Satanás

anduvo por la cueva y hablaba de Juan el Bautista que, según él, debía

estar muy contrariado contra Jesús que había hecho bautizar en

diversos lugares, cosa que no le correspondía a Él sino a Juan solo.

Después de esto, Satanás envió arriba la figura de siete o nueve de sus

discípulos, uno tras otro. Venía uno por vez a la cueva y decía que

Eustaquio les había dicho que Él estaba en esta cueva; que lo habían

estado buscando con grande ansia; que Él no debía arruinar su salud

en este lugar, abandonándolos a ellos. Añadían que se hablaba mucho

de Él y que no debía permitir corrieran tantas voces sobre su modo de

proceder. Jesús nada contestó a todas estas representaciones y, al fin,

dijo: «Vete de aquí, Satanás; ahora no es tiempo». Con esto

desaparecieron todas las figuras de discípulos.

Más tarde apareció de nuevo Satanás en figura de un anciano esenio

muy venerable, que venía cansado de subir por la montaña. Aparecía

tan cansado que yo misma tuve compasión del que parecía venerable

anciano. Se acercó a la cueva, cayendo de cansancio a la puerta

misma, dando quejidos de dolor. Jesús ni siquiera miró al que

acababa de entrar. Entonces se levantó el fingido esenio y dijo que era

uno del Monte Carmelo, que había oído hablar de Jesús y que, por

verlo, se habla venido hasta allí, desfalleciendo casi por el cansancio.

Le rogaba se sentase un momento en su compañía, para hablar de

cosas de Dios. Dijo que sabía lo que era ayunar y rezar; y que si se

unen dos en oración sirve de edificación mutua. Jesús solo contestó

algunas palabras, como: «Apártate de mi, Satanás, no es llegado el

tiempo». Sólo entonces vi que había sido Satanás el aparecido, puesto

que al alejarse y desaparecer se puso negro, tenebroso y lleno de ira. Me

causó risa ver que se echó al suelo como desfallecido y al fin tuvo que

levantarse solo.

Cuando Satanás apareció de nuevo para tentar a Jesús se apareció en

figura del anciano Eliud. Debió haber sabido que a Jesús se le había

mostrado la cruz con todos los sufrimientos que le esperaban, porque

comenzó diciendo que había tenido una visión de los graves dolores

que debía sufrir Jesús y que había sentido la impresión de que no habría

podido soportar semejantes sufrimientos. Dijo que tampoco podría estar

ayunando los cuarenta días y que por eso venía él para verle de

nuevo y pedirle que le dejase participar de su soledad y tomar sobre

sí una parte de su promesa y resolución. Jesús no miró siquiera al

tentador, y levantando sus manos al cielo, dijo : «Padre mío, quita esta

tentación de Mí». Al punto Satanás desapareció, lleno de rabia y

despecho.

Después de esto, Jesús se hincó para rezar; y al rato vi que aparecieron

allí aquellos tres jóvenes que habían estado con Él desde un principio

en Nazaret, que habían querido ser discípulos suyos y que luego le

habían dejado. Estos jóvenes se arrojaron a los pies de Jesús y le

dijeron que no podían tener paz y tranquilidad si no les perdonaba; se

mostraron muy compungidos y contritos. Pedían los volviera a recibir

y les dejase ayunar en su compañía, añadiendo que querían ser en

adelante sus más fieles discípulos. Se mostraban muy afligidos; y

entrando en la gran cueva, andaban con toda clase de ruidos en torno

de Él. Jesús se levantó entonces, alzó sus manos al cielo, rogó a su

Padre y al punto desapareció la imagen de esos jóvenes.

Una tarde, mientras Jesús rezaba de rodillas, he visto a Satanás, en

luminosa vestidura, flotando por los aires y subiendo la ladera

escarpada de la montaña. Esta ladera escarpada estaba al Oriente; no

había por ese lado entrada alguna, sino sólo algunos agujeros en las

rocas. Satanás se presentó luminoso, semejante a un ángel; pero

Jesús ni lo miró siquiera. Veo que en estos casos la luz de Satanás

nunca es transparente, sino con un brillo superficial e imitado; y su

mismo traje hace impresión de dureza, mientras veo las vestiduras de

los ángeles transparentes, ligeras y luminosas. Satanás, en forma de

ángel, quedó en la entrada de la cueva, y dijo: «Soy enviado por tu

Padre, para consolarte». Jesús no le dirigió siquiera una mirada.

Después de esto apareció de nuevo en otra parte del monte, junto a una

abertura que era del todo inaccesible y dijo a Jesús que considerase

cómo era un ángel, ya que volaba por esos sitios inaccesibles. Tampoco

esta vez se dignó Jesús dirigirle una mirada. Entonces vi a Satanás

terriblemente rabioso e hizo ademán como si quisiese aterrarlo con sus

garras a través de esa abertura; su rostro y aspecto eran espantosos.

Jesús no le dirigió siquiera una mirada. Satanás desapareció.

He visto aparecer a Satanás en forma de un anciano ermitaño del

monte Sinaí, todo desgreñado y penitente, y entrar en la cueva de

Jesús. Lo he visto trepar cansadamente por la montaña; tenía una

luenga barba y solo una piel por vestidura; pero a pesar de esto lo

reconocí por no poder disimular algo de artero y de puntiagudo en

su rostro.

Dijo que había estado con él un esenio del monte Carmelo, que le

había hablado de su bautismo, de su sabiduría, de sus prodigios y

ahora de su ayuno riguroso. Por esto había venido, a pesar de su

mucha edad, hasta aquí; para que se dignase hablar con él, que tenía

también una larga experiencia en cuestión de ayunos y penitencias.

Le dijo que ya lo hecho bastaba, que dejase lo demás y que él

mismo tomaría una parte de lo que aún faltaba por hacer. Habló en

este sentido muchas cosas, y Jesús, mirando apenas de un lado, dijo :

«Apártate de mí, Satanás». Vi entonces a Satanás precipitarse como

una piedra, desde el monte abajo, con estruendo, como un cuerpo

negruzco.

Yo me preguntaba cómo puede serle desconocido al Demonio que Jesús

era Dios. Recibí entonces una instrucción y conocí claramente el

provecho grande para los hombres de que Satanás, y el mismo

hombre, no lo entendiesen y lo debiese creer. El Señor me dijo estas

palabras: «El hombre no sabía que la serpiente que le tentaba era

Satanás; por esto no debe saber Satanás que es un Dios el que salva

al hombre». He visto en esta ocasión que Satanás recién reconoció la

Divinidad de Cristo cuando Éste bajó a los infiernos a librar las almas

de los santos padres.

En uno de estos días siguientes he visto a Satanás aparecer en forma

de un hombre de aspecto venerable y que venía de Jerusalén y se

acercaba a la cueva de Jesús, que estaba en oración. Dijo que venía

porque le interesaba mucho saber si Él estaba destinado a dar la

libertad a su pueblo de Israel. Contó todo lo que se decía y contaba en

Jerusalén de su persona y añadió que venía para ayudarle y

protegerle. Dijo ser un mensajero de Herodes, que le invitaba a ir con

él a Jerusalén, ocultarse en el palacio de aquél y reunir a sus discípulos,

hasta poner en orden su designio de liberación. Insistía que era

conveniente que viniese de inmediato con él. Todo esto lo dijo con

muchas palabras y por extenso. Jesús no le miró. Rogó con instancia; y

de pronto vi a Satanás alejarse de allí, volviéndose su rostro espantoso

y despidiendo llamas y tinieblas por la nariz.

Como Jesús estaba atormentado por el hambre, especialmente por la

sed, se presentó Satanás en forma de un piadoso ermitaño, que le dijo:

«Tengo mucha hambre; te ruego me des de los frutos que están aquí

en la montaña, delante de la entrada, pues no quiero sacar nada sin

permiso del dueño. Nos sentaremos luego amigablemente y

conversaremos de cosas buenas». Había, en efecto, no en la entrada,

sino al lado, hacia el Oriente, a alguna distancia de la cueva, algunos

higos y una clase de frutas como nueces, pero de cáscara blanda como

la tienen los nísperos, y también bayas. Jesús le dijo: «Apártate de Mí;

tú eres el mentiroso desde el principio, y no dejes daño alguno sobre

esos frutos». Vi entonces al fingido ermitaño precipitarse como una

sombra oscura contrahecha del monte abajo y escupir un vapor negro.

Vino Satanás en forma de un viajero y preguntó si no podía él comer

de las hermosas uvas que se veían allí cerca, que eran tan buenas para

apagar la sed. Jesús no contestó nada ni miró hacia el lado donde le

hablaba. Algunos días después le tentó mostrándole una fuente de

agua.

* * *

IV
Satanás tienta a Jesús por medio de artificios de magia

Satanás vino de nuevo a la cueva de Jesús, esta vez como un maestro

de artificios y como sabio. Dijo que venía a Él como tal, que algo

podía mostrar de lo que sabía hacer y le invitó a mirar dentro de un

artefacto que traía. Diciendo esto mostró una máquina parecida a una

bola, o mejor a un cesto de pájaros. Jesús no miró hacia él, le volvió

las espaldas y salió de la cueva.

En ese caleidoscopio que traía Satanás se veía una maravillosa

representación de la naturaleza: un jardín delicioso, de exuberante

vegetación, con amena sombra, frescas fuentes, árboles llenos de

hermosas frutas y de ubérrimos racimos de uva. Todo esto se veía tan

cerca que se podía tomar con la mano y con numerosos cambiantes de

paisajes y de objetos deleitosos. Cuando Jesús le dio las espaldas,

Satanás huyó de allí con su aparato.

Esta tentación se produjo en este

momento para hacer quebrantar el ayuno a Jesús, que comenzaba

ahora a sentir más que antes los estímulos del hambre y de la sed.

Satanás no sabe qué hacer con Jesús. Conoce las profecías que hay

sobre Él y siente que tiene Jesús un poder que otros no tienen; pero

no sabe que es Dios, ni sabe de fijo que es el Mesías que no puede ser

tocado en sus obras; porque lo ve en muchas cosas tan humano; lo ve

ayunar, sufrir tentaciones, tener hambre y sed y padecer como los demás

hombres. Satanás es en esto tan ciego, en parte, como los fariseos. Lo tiene

por un hombre santo y justo, a quien conviene tentar para hacerlo caer en

falta y ponerlo en turbación.

Jesús padece hambre y sed. Lo veo con frecuencia delante de la entrada de

la cueva. Hacia la noche vino Satanás en forma de un hombre grande y

fuerte, subiendo la montaña. Había levantado abajo dos piedras del tamaño

de pequeños panes, con ángulos; y mientras subía les había dado forma de

panes en sus manos. Había en él algo de profundo encono cuando subió esta

vez y entró en la cueva. Tenía una piedra en cada mano y dijo más o menos

lo siguiente: «Tienes razón de no haber comido alguna fruta; ellas no sirven

sino de placer. Pero si Tú eres el Hijo querido de Dios, sobre el cual vino

el Espíritu Santo en el bautismo, mira: yo he hecho que estas piedras

parezcan panes; haz Tú ahora que sean panes». Jesús no miró a Satanás; le

oí sólo estas palabras: «El hombre no vive de pan». Estas palabras las entendí

claramente. Entonces Satanás se puso rabioso. Extendió sus garras contra

Jesús y vi las dos piedras en sus manos. Al punto huyó de allí. No pude

menos que reír al ver que tuvo que llevarse las piedras que había traído.

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