martes, 4 de mayo de 2021

El buen conocimiento del alma humana

Tratando con el prójimo, no debemos considerar inmediatamente sus defectos, sino que precisamos tener un conocimiento exacto de cuáles son sus lados positivos, y pensar cómo sería aquella alma si correspondiese a lo que debe ser.

Plinio Corrêa de Oliveira

Para tener un buen conocimiento del alma humana no se debe ir inmediatamente a profundizar en la consideración de los defectos. Esa es una concepción detectivesca que para efectos de policía tendrá su utilidad, pero para nosotros no es verdadera.

Procurar ver en el otro lo que tiene de mejor

Es preciso, tratando con el prójimo, tener un conocimiento exacto de cuáles son los lados positivos, lo que sería aquella alma si correspondiese a lo que debe ser. A partir de allí se hace una medida de lo que el alma debería ser y lo que ella es, y se ve la diferencia de lo que está faltando. Después se puede tener la consideración de lo que la persona desgraciadamente es, de lo que puede venir a ser, del mal hacia el que ella tiende. Pero la visión primera que elucida todo el resto es el conocimiento del mejor aspecto de la persona. Yo creo que el espíritu de los pretendidos perspicaces no ven esto, y por esta razón terminan viendo muy poca cosa.

Esto no es ingenuidad, porque no quiere decir que se imagine que la persona es como ella debería ser, sino que se ve como ella debería ser y no es. Lo que supone en la base de la perspicacia una generosidad de alma por la cual se es propenso a ver en el otro lo que él tiene de mejor, y no un rival, sino una complementación de sí mismo. Si la persona no tiene ese estado de alma nunca llegará a la verdadera perspicacia.

Hay, por lo tanto, un cierto discernimiento en la base de todo conocimiento por donde se ve, antes de todo, el mejor aspecto de la persona y algo que tocaría casi en la persona utópica, en que ella fuese la plena medida de sí misma, en la promesa de Dios sobre esa persona. A partir de eso, entonces, es que vienen los varios grados de conocimiento.

Es muy importante esta postura para conocer a las personas y saber actuar frente a ellas, y tener así el espíritu rectamente construido. De ahí nace un primer paso en el camino de un orden ideal realizable, que consiste en no contentarse con la vulgaridad, con la trivialidad, como siendo la propia faz auténtica de las cosas. Al contrario, entender que la vulgaridad y la trivialidad son siempre deformaciones, pues nada es, ex natura propia, vulgar y trivial a no ser ciertas cosas materiales hechas por Dios para despertar en nosotros el rechazo, pensar en el Infierno, otras cosas así; pero, de suyo, nada debe ser visto a no ser en un orden elevado que hace conque el justo viva de la esperanza y nunca pierda, a lo largo de su vida, ese movimiento de alma por el cual trabaja continuamente para que todos y todo se aproximen de un alto ideal.

Papel de la bondad

Por otro lado, quien tiene experiencia de la vida espiritual es llevado a reconocer el papel de la gracia en este punto: no hay quien no tenga fosas dentro del alma y que no se sienta incapaz de vencerlas sin un milagro. Uso la palabra “fosas” de propósito. Son infamias, torpezas desconcertantes que la persona siente que no tiene condiciones de vencer a no ser por el milagro. Ahora bien, para eso en-tra una acción de la gracia, la persona espera que el milagro se opere.

Hasta voy a decir más: esto se presta, con cierta frecuencia, a abusos porque acaba dando una noción equivocada de la estabilidad a la vera del precipicio, y la persona no se da cuenta de que, habituándose a vivir al borde del precipicio, se puede hasta no caer en él, pero el suelo debajo de los pies puede ir hundiéndose cada vez más, constituyendo otro modo de hundirse en un precipicio sin darse cuenta.

Cada uno de nosotros carga fosas asquerosas dentro del alma, y es justo, normal, que alguno tema caer en esas fosas. Como es natural también que otro tenga en nosotros la gran esperanza de que alcancemos altas cumbres, y que en el relacionamiento con nosotros él desee enormemente que alcancemos nuestra cumbre, pero no sin una mirada atenta para ayudarnos y protegernos, caso estemos contemporizando con la fosa. No podemos tener la menor ilusión a ese respecto.

Aquí entra el papel curioso de la bondad, cuando alguno se aproxima mucho de su propia fosa, pero siente que el otro persevera en esperar que él suba, recibe un impulso hacia arriba. Es un aliento venido de afuera hacia adentro que levanta al hombre todo: esto debemos hacer con el otro. Por eso Nuestro Señor dijo a Judas: “Amigo, ¿a qué viniste?” ¿Por qué dijo “amigo”? Porque si en aquella hora Judas dijese que “sí”, entraba en la condición de amigo de Nuestro Señor directamente. La invitación que entró en ese “amigo” es la que debemos tener para todos, hasta después de todo consumado.

Desgraciadamente, las personas se volvieron insensibles a esta forma de bondad, como, dicho sea de paso, Judas lo fue.

Extraído de conferencia de 2/6/1982

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