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Gaude, María Virgo: cunctas hǽreses sola interemísti in universo mundo.
Alégrate, Virgen María; Tú sola has destruido todas las herejías en todo el universo.
En el santo día de Pentecostés, oyendo a los Apóstoles hablar por inspiración divina varias lenguas, y viéndoles realizar muchos milagros a la invocación del excelso nombre de Jesús, algunos hombres que habían seguido los vestigios de los santos Profetas Elías y Eliseo, y preparados por la predicación de Juan Bautista al advenimiento de Cristo, comprobaron, según se refiere, que se hallaban en presencia de la verdad, y abrazaron la fe del Evangelio. Llevados por singular amor a la bienaventurada Virgen María, de cuya conversación y familiaridad habían podido disfrutar, comenzaron a honrarla con veneración. Fueron los primeros cristianos que edificaron un santuario en honor de la Virgen purísima, en el monte Carmelo, donde Elías había visto levantarse una nube, figura de la Virgen.
Varias veces al día en el nuevo oratorio, y con piadosas ceremonias, oraciones y alabanzas, tributaban culto a la Santísima Virgen, como insigne protectora de su Orden. Desde entonces se les llamó en todas partes Hermanos de Santa María del Monte Carmelo. Los papas ratificaron esta denominación, y concedieron indulgencias especiales a cuantos designaran con este título a la Orden en general y a los Hermanos en particular. La Virgen santísima además de su nombre y protección, les concedió el distintivo de un santo escapulario, que Ella misma entregó al beato Simón, para distinguir esta santa Orden de todas las demás y librarla de contratiempos en lo futuro. Siendo desconocida en Europa, dirigiéronse muchas instancias a Honorio III para que la suprimiera. Entonces la bondadosa Virgen María, se apareció en sueños a aquel Papa, y le mandó que tratase benignamente a la Orden y a sus miembros.
No sólo quiso la Virgen Santísima colmar en este mundo de prerrogativas a una Orden que tanto ama. Una pía creencia afirma que también en el otro mundo (pues su poder y su misericordia se extienden a todas partes) alivia, por una dignación de su amor maternal, a sus hijos que están sufriendo el fuego del Purgatorio, y conduce sin tardanza a la patria celestial a los que, habiendo sido cofrades del santo Escapulario, hayan practicado abstinencias, rezado algunas oraciones prescritas, y observado castidad según su estado. Colmada de tantos favores, esta Orden instituyó una solemne Conmemoración de la bienaventurada Virgen María, para celebrarla todos los años en honor de esta gloriosa Virgen.
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