miércoles, 5 de agosto de 2020

La verdad sobre la Comunión en la mano - Por John Vennari

“Por reverencia a este Sacramento, 
nada lo toca sino lo que está consagrado”... 
Santo Tomás de Aquino

"La Comunión de los Apóstoles", Luca Signorelli - Cortona - Museo Diocesano

A lo largo de los siglos, nuestros padres nos han hablado sobre nuestra Fe y sobre el Santísimo Sacramento. Nuestros padres nos dijeron que la Sagrada Eucaristía es el verdadero Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Los Padres del Concilio de Trento definieron el Santísimo Sacramento con precisión y cuidado. Santo Tomás de Aquino nos enseñó que por reverencia a este Sacramento, tocarlo y administrarlo corresponde solamente al sacerdote. Nuestros padres en el hogar, tanto como las Hermanas en nuestra escuela, nos enseñaron que era sacrílego para cualquiera, salvo para el sacerdote, tocar la Sagrada Hostia. A lo largo de los siglos, los Papas, obispos y sacerdotes nos enseñaron lo mismo, no tanto con palabras sino por el ejemplo, y especialmente por la celebración de la Antigua Misa en Latín, donde la profunda reverencia por el Santísimo Sacramento como verdadero Cuerpo de Cristo estaba en cada movimiento que hacía el sacerdote. Nuestros padres nos enseñaron estas cosas no por transmitirnos una venerada tradición sin fundamentos, ellos nos han enseñado estas cosas con la palabra y el ejemplo, para mostrarnos fidelidad a la Fe Católica y reverencia hacia el Santísimo Sacramento. Nuestros padres nos dijeron esto porque era la verdad.

Pero la introducción de la Comunión en la mano y de los ministros laicos de la Eucaristía muestra un descuido arrogante por lo que nos enseñaron nuestros padres. Y aunque estas prácticas han sido introducidas con el pretexto de ser una “auténtica” evolución mandada por el Vaticano II, la verdad es que la Comunión en la mano no es una auténtica evolución, no fue mandada por el Concilio Vaticano Segundo, y muestra ante nosotros un absoluto desafío y desprecio por siglos de enseñanza y práctica católicas. La Comunión en la mano fue introducida so capa de un falso ecumenismo, que pudo crecer debido a debilidad en la autoridad, aprobada por compromiso y por un falso sentido de tolerancia, y ha llevado a una profunda irreverencia e indiferencia hacia el Santísimo Sacramento como el lugar común del abuso litúrgico y deshonra de nuestra época.

No se menciona en ningún lugar del Concilio Vaticano II

En los dieciséis documentos del Vaticano II, no hay ninguna mención de la Comunión en la mano, y no fue mencionada durante ninguno de los debates durante el Concilio. Antes del Concilio Vaticano Segundo, no hay registro histórico de obispos, sacerdotes o laicos pidiendo a nadie la introducción de la Comunión en la mano.

Absolutamente lo contrario, cualquier persona educada en la Iglesia del pre-Vaticano II recordará claramente que se le enseñó que era sacrílego que cualquiera tocara la Sagrada Hostia, salvo el sacerdote. La enseñanza de Santo Tomás de Aquino, en su gran Summa Teológica, lo confirma. Así lo explica:

La administración del Cuerpo de Cristo corresponde al sacerdote por tres razones:


Primera, porque él consagra en la persona de Cristo. Pero como Cristo consagró Su Cuerpo en la (Ultima) Cena, así también Él lo dio a otros para ser compartido con ellos. En consecuencia, como la consagración del Cuerpo de Cristo corresponde al sacerdote, igualmente su distribución corresponde a él. Segunda, porque el sacerdote es el intermediario designado entre Dios y el pueblo, por lo tanto corresponde a él ofrecer los dones del pueblo a Dios. Así, corresponde a él distribuir al pueblo los dones consagrados. Tercera, porque por reverencia a este Sacramento, nada lo toca sino lo que está consagrado, ya que el corporal y el cáliz están consagrados, e igualmente las manos del sacerdote para tocar este Sacramento. Por lo tanto, no es lícito para nadie más tocarlo, excepto por necesidad, por ejemplo si hubiera caído en tierra o también el algún otro caso de urgencia.” (Summa, III, Q. 82, Art. 13)  
Santo Tomás, quien es el príncipe de los teólogos en la Iglesia Católica, quien se destaca por sobre todo el resto, cuya Summa Teológica fue puesta en el altar al lado de las Escrituras durante el Concilio de Trento, y de cuya enseñanza San Pío X dijo que era el remedio contra el Modernismo... Santo Tomás enseña claramente que corresponde al sacerdote y solo al sacerdote tocar y administrar la Sagrada Hostia, porque “solo lo que está consagrado” (las manos del sacerdote) “podría tocar lo Consagrado (la Sagrada Hostia)”. Note la reverencia y el amor por Jesucristo en el Santísimo Sacramento, y la antigua costumbre de colocar un mantel de puro hilo sobre las manos de los comulgantes.

La controversia rodea la pretensión que la comunión en la mano fue practicada en la Iglesia primitiva. Hay algunos que afirman que fue practicada hasta antes del Siglo VI e incluso citan un pasaje de San Cirilo para pretender justificar esa aserción. Otros sostienen que nunca fue una costumbre católica, aunque la comunión en la mano fue practica en forma limitada en la Iglesia primitiva, e institucionalizada y difundida por los arrianos como signo de su rechazo a reconocer la Divinidad de Jesucristo. La misma escuela de pensamiento sostiene también que la cita de San Cirilo es de erróneos orígenes arrianos apócrifos. Cualquiera fuera el caso, es claro que la comunión en la lengua es de origen apostólico (eso es, enseñada por el mismo Cristo); la comunión en la mano fue condenada como un abuso por el Sínodo de Rouen en el a.D. 650, y además la práctica de la comunión en la mano nunca fue reflejada en las obras de arte de ningún período, tanto en el Oriente como en el Occidente... esto es, hasta después del Concilio Vaticano II.

La reverencia hacia la Eucaristía en la Antigua Misa

La enseñanza que solo los sacerdotes pueden tocar la Sagrada Hostia, que las manos del sacerdote están consagradas para ese propósito, y que ninguna precaución fue demasiado grande para salvaguardar la reverencia y evitar la profanación, había sido incorporada en la liturgia de la Iglesia; eso es, en la Antigua Misa en latín. Los sacerdotes fueron instruidos en la Antigua Misa en latín a celebrarla con rúbricas precisas que salvaguardan la merecida reverencia al Santísimo Sacramento. Estas meticulosas rúbricas fueron grabadas en piedra y nunca fueron opcionales. Todos y cada uno de los sacerdotes del Rito Romano debieron seguirlas con precisión inflexible. En la Iglesia pre-Vaticano II, cuando la Misa Tridentina en latín era la norma, los hombres entrenados para ser sacerdotes no solo fueron instruidos, sino ejercitados en esas rúbricas. Algunas rúbricas en la Antigua Misa en latín son como sigue:

1. Desde el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración sobre la Sagrada Hostia, conserva el dedo índice y el pulgar juntos, y cuando eleva el cáliz, vuelve las hojas del misal o abre el sagrario, su pulgar e índice no se separan, no tocan nada sino la Sagrada Hostia. También es digno de notar que nunca se deja la Sagrada Hostia sobre el altar para caminar por las naves de la iglesia (especialmente antes que los dedos hayan sido purificados), para dar la mano a la gente en una muestra torpe de forzada familiaridad.

2. Sobre el fin de la Misa, el sacerdote raspa el corporal con la patena, y la limpia dentro del cáliz para que si hubiera quedado la menor partícula, se recogiera y consumiera reverentemente.

3. Los dedos del sacerdote se lavan sobre el cáliz con agua y vino, luego de la Comunión, para ser consumidos reverentemente, para asegurar que la menor partícula no sea susceptible de profanación. Estas son solo algunas de las rúbricas incorporadas a la Antigua Misa. Estos no son escrúpulos absurdos, sino que mostraron que la Iglesia creyó con certeza que en la Misa, el pan y el vino se convertían verdaderamente en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, y que ningún cuidado fue lo suficientemente grande para estar seguros que Nuestro Señor, en el Santísimo Sacramento, sea tratado con toda la reverencia y el homenaje que merece Su Majestad. Ahora, cuando se trata de mostrar reverencia, ¿es posible que estas rúbricas no sean cultivadas?

Una verdadera renovación católica debería, o dejar intactos estos gestos de reverencia, o aumentarlos. Pero eliminarlos sin explicación y sin argumentos convincentes, como ha sido el caso durante los últimos 30 años con la introducción de la Nueva Misa, no es signo de renovación católica genuina, sino que se aproxima al neo-paganismo del que nos advirtiera Belloc, y a su desprecio arrogante por la Tradición. Y para agregar insulto a la injuria, la introducción de la Comunión en la mano hace que todas estas rúbricas cruciales del pre-Vaticano II parezcan sentimentalismos supersticiosos sin ningún fundamento en la realidad – nuevamente, desprecio por lo que nos enseñaron nuestros padres y obvio desprecio por el Santísimo Sacramento mismo.

¿Cómo apareció la Comunión en la mano?

Hace 400 años fue introducida la comunión en la mano en el culto “cristiano” por hombres cuyos motivos estaban animados por el desafío al catolicismo. Los protestantes revolucionarios del Siglo XVI (más cortésmente, pero inmerecidamente llamados protestantes “reformadores”) re-establecieron la comunión en la mano como un medio de mostrar dos cosas:

1. Que ellos creían que no había tal “transubstanciación” y que el pan usado para la comunión era solo pan corriente. En otras palabras, que la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía era solo una “superstición papista”, y que el pan es solo pan y cualquiera puede manejarlo.

2. Su creencia en que el ministro de la comunión no es en nada fundamental diferente de un laico.

Pero es enseñanza católica que el Sacramento del Orden da a un hombre un poder espiritual, sacramental, que imprime una marca indeleble en su alma y lo hace fundamentalmente diferente de los laicos. El ministro protestante, por lo tanto, es solo un hombre ordinario que dirige los himnos, lee las lecciones y da sermones para mover las convicciones de los creyentes. Él no puede cambiar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, él no puede bendecir, él no puede perdonar los pecados. Él no puede hacer nada de lo que un hombre normal no pueda hacer. El establecimiento de la comunión en la mano por los protestantes fue su forma de mostrar su rechazo por la creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, su rechazo del Sacerdocio Sacramental – en suma, de mostrar su rechazo por el Catolicismo en conjunto. Por ese motivo, la Comunión en la mano cobró un significado distintivamente anti-católico. Fue una práctica reconocidamente anti-católica arraigada en la incredulidad en la Presencia Real de Cristo y en el sacerdocio. Así, si la imitación es la forma más sincera de la adulación, no es exagerado preguntar ¿por qué nuestros modernos hombres de iglesia imitan a los autoproclamados infieles que rechazan la esencia sacramental de las enseñanzas del Catolicismo? Esta es una pregunta que esos hombres de Iglesia, intoxicados por el espíritu liberal del Vaticano II aún deben contestar satisfactoriamente.

Gracias al ecumenismo...

Aunque la Comunión en la mano no fue mandada por el Concilio Vaticano II, lo que fue “canonizado” por el Vaticano II fue el “Ecumenismo” – ese falso espíritu de fingida unidad que había sido anteriormente condenado por la Iglesia, particularmente por el Papa Pío XI en 1928 en su encíclica Mortalium Animos – ese movimiento de católicos que se está volviendo más compadre y va del brazo con las otras religiones, y especialmente con los protestantes. Ese movimiento exagera aquellas cosas que supuestamente tenemos en común con otros credos, y calla aquellas cosas que nos dividen; para celebrar nuestros “valores” compartidos. (“Valores” es un término subjetivo que usted no encontrará en los manuales de teología previos al Vaticano II). Ya no tratamos de convertir a los no-católicos. En su lugar, nosotros entablamos “diálogos” interminables e inútiles en los cuales el Catolicismo siempre sale perdedor por tal diálogo y dan la impresión inequívoca que el Catolicismo ya no cree que es el poseedor de la verdad teológica. Aunque el Ecumenismo no será tratado en este artículo, alcanza decir que este novel espíritu ecuménico, que Dietrich von Hildebrand llamó “ECUMANIA”, se volvió desenfrenado durante y después del Vaticano II. El espíritu ecuménico se convirtió en el principio formativo primario de todo el rango de las nuevas formas litúrgicas establecidas desde el Concilio. Es por eso que la nueva liturgia se parece tanto a un servicio protestante.

Después del Vaticano II, algunos sacerdotes holandeses de mentalidad ecumenista comenzaron a dar la Comunión en la mano, imitando como los monos la práctica protestante. Pero los obispos, más que cumplir con su deber, lo toleraron. Como los jerarcas de la Iglesia permitieron que el abuso avanzara sin obstáculos, la práctica se extendió a Alemania, Bélgica y Francia. Pero si los obispos parecieron indiferentes a este escándalo, los laicos fueron agraviados. Fue la indignación de gran número de fieles la que apuntó a Paulo VI para que actuara, quien sondeó a los obispos del mundo sobre la cuestión, y estos votaron abrumadoramente por conservar la práctica tradicional de recibir la Santa Comunión solo en la lengua. Debe hacerse notar que en ese entonces, el abuso estaba limitado a unos pocos países de Europa y no había comenzado aún en los Estados Unidos.

Memoriale Domini

El 28 de mayo de 1969, el Papa promulgó la Instrucción Memoriale Domini. En resumen, el documento afirma que:

1) Los obispos de todo el mundo estuvieron abrumadoramente en contra de la Comunión en la mano. 2) Debe conservarse la forma tradicional de dar la Santa Comunión (esto es, el sacerdote colocando la Hostia sobre la lengua de los comulgantes). 3) La Comunión en la lengua de ninguna manera disminuye la dignidad del comulgante. 4) "Cualquier violación podría conducir a la irreverencia y a la profanación de la Eucaristía, tanto como a la erosión gradual de la correcta doctrina”. 5) El Supremo Pontífice juzgaba que la antigua forma de administrar la Sagrada Comunión a los fieles no debía cambiarse. La Sede Apostólica, por lo tanto, urgía a los obispos, sacerdotes y pueblo a observar celosamente esta ley.”. 

Luz roja y luz verde simultáneas 


Uno debe preguntarse entonces, ¿si esta Instrucción está en el papel, por qué la Comunión en la mano está tan extendida? Puede ilustrarse la situación con la historia de la respuesta de los obispos canadienses a la Humanae Vitae,  la cual reafirmó debidamente la enseñanza de la Iglesia contra la contracepción. Pero cuando fue promulgada, hubo una marea de oposición por parte de los sacerdotes católicos y de los médicos. Los obispos canadienses escribieron una carta pastoral supuestamente apoyando dicha encíclica, pero en ese documento los obispos usaron esta curiosa frase: “normas para un disenso lícito”. Esta frase da la impresión que podría haber lugar para que los católicos rechazaran legítimamente la Humanae Vitae. Así, sabiéndolo o no, sabotearon su propia carta pastoral, dando simultáneamente luz roja y luz verde al rechazo de la encíclica papal. Luego, que un vasto número de católicos rechazara la mencionada encíclica basándose en la carta de los obispos canadienses, resultó apenas sorprendente. Aún los padres más mediocres son lo suficientemente sagaces para no dar a sus hijos la opción de aceptar o rechazar las ordenes paternas. Hacer eso sería un claro signo de debilidad y de liderazgo vacilante. Pero desafortunadamente, eso fue lo que ocurrió con el documento supuestamente anti-Comunión en la mano de 1969. Esta fue la época del compromiso, y el documento contenía la semilla de su propia destrucción, porque la Instrucción decía que donde el abuso ya se hubiera establecido firmemente, podría ser legalizado con una mayoría de dos tercios en una votación secreta de la conferencia nacional de los obispos (a condición de que la Santa Sede confirmara su decisión). Esto cayó en manos de los liberales. Y debemos notar que la instrucción decía “donde el abuso ya se hubiera establecido”. Así, países donde la práctica no se hubiera desarrollado, fueron, obviamente, excluidos de la concesión – y todos los países anglo-parlantes, incluyendo los Estados Unidos, cayeron en esa categoría. Naturalmente, el clero liberal de otros países concluyó que si esa rebelión podía ser legalizada en Holanda, podía ser legalizada en cualquier parte. Ellos imaginaron que si ignoraban la Encíclcia Memoriale Domini y desafiaban la ley litúrgica definida de la Iglesia, esa rebelión no sólo sería tolerada, sino eventualmente legalizada. Eso es exactamente lo que ocurrió, y es por eso que hoy en día tenemos la Comunión en la mano.

Comenzó como un desafío y se perpetuó mediante el engaño
La Comunión en la mano, que comenzó por desobediencia, no se perpetuó solamente por el engaño. El espacio no permite dar todos los detalles, pero la propaganda de los años 70 que se usó para vender la Comunión en la mano a la gente confiada y vulnerable, fue una campaña de calculadas medias-verdades que no contaron toda la historia. Un rápido ejemplo se puede encontrar en los escritos de Monseñor Champlin, de los cuales proporcionamos a continuación una sinopsis:

1. Dio al lector la falsa impresión que el Vaticano II emitió un mandato para el abuso cuando en realidad ni siquiera se encuentra insinuado en ningún documento conciliar.

2. No le mencionó al lector que la práctica fue iniciada por clérigos en desafío de la ley litúrgica establecida, sino que hizo parecer como si hubiera sido un pedido de los laicos.

3. No puso en claro a los lectores que los obispos del mundo, cuando fueron consultados, votaron abrumadoramente en contra de la Comunión en la mano.

4. No mencionó que la permisión fue solo una tolerancia del abuso cuando éste ya se había instalado en 1969. No fue una luz verde para propagarlo a otros países, como los Estados Unidos.

Una cuestion "no optativa" para el clero

Ahora llegamos al punto en que la Comunión en la mano está vista como una forma superior de recibir la Eucaristía y la inmensa mayoría de nuestros niños está siendo mal instruida para que reciba la Primera Comunión en la mano. A los fieles se les dijo que esta era una práctica optativa, y que si a ellos no les gustaba, podían recibirla en la lengua. La tragedia de todo esto es que si es opcional para los laicos, en la práctica no lo es para el clero. Los sacerdotes están falsamente instruidos de que deben administrar la Comunión en la mano, les guste o no, a quien quiera que la pida, arrojando por eso a muchos buenos sacerdotes a una angustiosa crisis de conciencia. Después del Concilio Vaticano Segundo, un muy sabio Arzobispo observó que el golpe maestro de Satanás fue sembrar la desobediencia a la Tradición Católica por medio de la obediencia. Es obvio que ningún sacerdote puede ser legalmente forzado a administrar la Comunión en la mano, y nosotros debemos rezar para que más sacerdotes tengan el coraje de salvaguardar la reverencia debida a este Sacramento, y no sean trampeados con la falsa obediencia que les hace cooperar en la degradación de Cristo en la Eucaristía. Deben reunir la valentía para oponerse a esta novel práctica, recordando que incluso el Papa Paulo VI, a pesar de su debilidad, predijo correctamente que la Comunión en la mano llevaría a la irreverencia y a la profanación de la Eucaristía, y a una gradual erosión de la correcta doctrina – y nosotros hemos visto que esa profecía se ha cumplido.  Y, si la oposición de los sacerdotes a la Comunión en la mano debiera ser ardiente y firme, su oposición a los “Ministros Extraordinarios” debería ser aún más inflexible.

Los Ministros Extraordinarios

En su best-seller, The Last Roman Catholic?, James W. Demers dijo: "De los responsables por la falta de belleza en la Iglesia, ninguno es más culpable que los ministros laicos de hoy. La conducta fuera de lugar de estos laicos superficialmente entrenados introduce en el santuario una pomposidad que es tan desconcertante como deplorable de observar”. Los laicos dando la Santa Comunión durante la Misa hubiera sido considerado un acto impensable de sacrilegio e irreverencia hace solo 35 años, y durante los siglos precedentes. Pero ahora, los laicos administrando el Santísimo Sacramento son cosa habitual de ver regularmente en las iglesias parroquiales del Novus Ordo, y muchos católicos no lo ven mal, probando que los hombres pueden volverse insensibles a la profanación. Parece que hubieran salido de la nada. ¡De repente, ya estaban allí! ¿Y de dónde aparecieron?, ¡Aparecieron de la nada! Pero si se piensa detenidamente, hay algunos pasos que debemos analizar para poder observar el desarrollo que sentó las bases para que esta plaga de manos sin consagrar, comisionadas por los pastores para degradar la Eucaristía, usurpe el deber de los que recibieron las Órdenes Sagradas, socave el sacerdocio, y despoje al altar de Dios de sus derechos sagrados. El Obispo Fulton Sheen escribió una vez que tanto los hombres como las mujeres son esclavos de la moda, pero con esta diferencia ... si las mujeres son esclavas de la moda en el vestir, los hombres son esclavos de la moda en el pensar. Y de la manía y de la moda, que fueron el orgullo y la alegría de muchos hombres de Iglesia post-Vaticano II, bajo el pretexto de volver a la Iglesia más “participativa”, surgió la idea de involucrar a los laicos en la liturgia. Los laicos comenzaron a leer la Epístola, y el nuevo responsorio de salmos. Condujeron las tediosas “Oraciones de los Fieles” – “Oremos al Señor, Señor escucha nuestra oración”, e incluso nos dieron la bienvenida por el micrófono antes de la Misa, deseándonos los “buenos días”, diciéndonos qué himnos se cantarían y qué Plegaria Eucarística le apetecía ese día al Padre. El santuario se convirtió en un escenario, y ya no existiría el monólogo de un hombre. Cuanto más grande el reparto, mejor, y el drama cautivante de la Misa se volvió un show de aficionados. El sacerdote, un hombre que había sido llamado por Dios y especialmente instruido en el estudio y la dispensación de los sagrados misterios, debió apartarse, voluntariamente o de mala gana, para permitir que aficionados inhabilitados de tiempo compartido y fuera de lugar, invadieran y profanaran su sagrado dominio del santuario y del altar. Pero los lectores laicos dentro de la Nueva Misa no fue lo único. Los ministros laicos del Santísimo Sacramento no hubieran sido posibles sin la revolución en las rúbricas que la precedieron: la práctica y la amplia aceptación de los laicos recibiendo la Sagrada Eucaristía en sus palmas. El oficio del ministro eucarístico es, de tal manera, la progenie ilegítima de la unión de los “laicos comprometidos” de la Nueva Liturgia y la Comunión en la mano conviviendo en la nueva Iglesia. Es el hijo amado de la revolución de los años 60.

¡Todos en acción!

Podemos estar seguros que hubo muchos católicos deseosos de formar parte de esa “élite laica” que distribuye la Santa Comunión, aunque también hubo otros, cuyo buen sentido se opuso inicialmente a esa práctica, pero que eventualmente permitieron ser disuadidos por persuasivos hombres de Iglesia. La mejor táctica usada por el clero moderno fue recurrir a la adulación... aproximándose a los buenos hombres y mujeres católicos diciéndoles, “Ustedes son buenos miembros de la parroquia, cristianos ejemplares, buenos padres y madres, por esa razón, nosotros queremos conferirles el ‘honor’ de ser Ministros Eucarísticos”. Entonces, ¿qué hicieron? Aceptaron la distribución del Cuerpo de Cristo, algo tan sagrado que solo corresponde al sacerdote, y lo aceptaron infantilmente como un premio por su buena conducta: como una medalla al mérito que podría darse a un scout novato por nadar un kilómetro o construir una tienda de indios, o como una estrella que podría ser colocada en la frente de una niña de tercer grado porque fue la única que pudo deletrear correctamente “Checoslovaquia". Si para adorar a Nuestro Señor los Ángeles se aproximan doblando las rodillas, más que eso deberíamos hacer nosotros. Se está disfrazando como un premio lo que los buenos y humildes de la parroquia aceptan a regañadientes, aunque luego se acostumbran. O es una posición codiciada por el orgullo y la pompa en la parroquia, mostrándose por eso incapaces de reconocer ese falso y trivial prestigio.

¿Ministro Extraordinario o Ministro Eucarístico?

Los términos “ministro laico” y “ministro eucarístico” han sido usados bastante imprecisamente hasta este momento, y esa es la terminología que se encuentra a menudo en los boletines parroquiales. En la actualidad, ya no existe el término “ministro eucarístico”, el término apropiado es “ministro extraordinario”. Cuando se trata de los Sacramentos, “ministro extraordinario” es la terminología clásica. Por ejemplo, el “ministro ordinario” de la Confirmación en el Rito Romano es el obispo, y el “ministro extraordinario” es el sacerdote delegado específicamente por el obispo en circunstancias extraordinarias. Así, si las palabras significan algo, como señaló Michael Davis, un ministro extraordinario debería ser algo extraordinario de ver. No solo raramente deberíamos ver uno, sino que deberían ser muchos los católicos que pasaran su vida sin haber visto un ministro extraordinario. Pero hoy, no hay nada extraordinario acerca de los ministros extraordinarios. Son tan ordinarios y parte integrante de la moderna Iglesia como los misales y la cesta de la colecta. Ese es claramente un calculado abuso de la terminología clásica, usada para introducir una novedad en la Nueva Misa, que no tiene fundamentación en la Historia de la Iglesia o en la práctica católica. El 29 de enero de 1973, la Sagrada Congregación para el Culto Divino publicó una Instrucción llamada Immensae Caritatis, que autorizó la introducción de los Ministros Extraordinarios de la Eucaristía. Ese documento no otorga ningún indulto revolucionario a las parroquias para permitir a los laicos administrar la Comunión, sino que autoriza el uso de ministros extraordinarios en “casos de genuina necesidad”, los que están listados como sigue:

1. Cuando no hay sacerdote, diácono o acólito. 2. Cuando estos están impedidos de administrar la Santa Comunión a causa de otro ministerio pastoral, por enfermedad o edad avanzada. 3. Cuando el número de los fieles que pidan la Santa Comunión sea tal que la celebración de la Misa o la distribución de la Eucaristía fuera de la Misa pudiera ser excesivamente prolongada." 

La Instrucción estipula que: “Como estas facultades se otorgan para el bien espiritual de los fieles y para casos de genuina necesidad, los sacerdotes deben recordar que ellos no están por eso excusados de la tarea de distribuir la Eucaristía a los fieles que la pidan legítimamente, de llevarla y de darla a los enfermos”. Primero, este no es un acto de deslealtad o desobediencia a la cuestión de la sabiduría del documento en primer lugar, particularmente cuando este permiso es una revolución contra todas la rúbricas que existieron por siglos – rúbricas que existieron por razones de reverencia, en salvaguarda de la profanación y que fueron materia de sentido común católico. Pero incluso, tomando este documento a pies juntillas, es difícil imaginar circunstancias que pudieran justificar el uso de Ministros Extraordinarios fuera de tierras de misión. Los “Ministros Eucarísticos” de hoy operan verdaderamente en desafío de normas vaticanas ya existentes.

La era de la ambigüedad  

El término “tomar a pies juntillas” fue usado porque, como algún lector astuto ya lo habrá notado, el documento apenas citó lo que fue imprecisamente expresado. El documento tuvo esa ambigüedad, imprecisión y elasticidad que caracteriza a muchos de los documentos del Vaticano II y del post-Vaticano II. Aunque no hay pruebas rigurosas de que el lenguaje poco preciso de Immensae Caritatis fue elegido a propósito, hay suficientes pruebas que la ambigüedad en los documentos del Vaticano II es deliberada. El Padre Edward Schillebeeckx, un influyente teólogo liberal en el Vaticano II, admitió que poner deliberadas ambigüedades en los documentos del Concilio fue una estrategia clave de los progresistas: "Hemos usado frases ambiguas durante el Concilio y nosotros (los teólogos liberales) sabremos cómo interpretarlas después”. La principal ambigüedad que probablemente diera origen a la proliferación de los Ministros Extraordinarios fue la justificación de su uso en las “Misas excesivamente prolongadas” (como se las llamó). Ahora, ¿significó eso 5 minutos o 45 minutos “excesivamente prolongadas”? Eso depende de quién lo interprete. Y en instrucciones de esta naturaleza, la falta de precisión da lugar a amplias interpretaciones, y las amplias interpretaciones dan lugar al establecimiento de abusos bajo la apariencia de fidelidad a las normas de la Iglesia. Y una vez que una manía como la de los “Ministros Extraordinarios” se vuelve ampliamente difundida, y las actitudes de todos son porque todos lo hacen, luego, ¿quién sigue prestando atención a las directivas ya existentes? Es una conducta que nosotros vemos repetirse una y otra vez en la Iglesia moderna: “Violemos la ley y finalmente tendremos la violación establecida como costumbre local”.

Fracasada intervención papal

Este abuso ilegal está tan bien arraigado como costumbre local, que incluso el Papa Juan Pablo II, quien cumplió al menos el papel de intentar refrenar el abuso, fracasó completamente. En su carta Dominicae Cenae, del 24 de febrero de 1980, el Papa reafirmó la enseñanza de la Iglesia, afirmando que: “tocar las sagradas especies y administrarlas con sus propias manos es un privilegio de los ordenados”. Pero por alguna razón, este documento de 1980 no contenía ninguna amenaza de pena para aquellos laicos, sacerdotes u obispos que ignoraran el pedido del Papa. Una ley sin una penalidad no es una ley, es una sugerencia. Y esta carta del Papa Juan Pablo II, ha sido tomada como una sugestión molesta, y desatendida por la jerarquía y el clero de los países de Occidente. El 21 de setiembre de 1987, y por los canales debidos, el Cardenal Prefecto de la Congregación para los Sacramentos envió una carta a varias Conferencias Episcopales, incluyendo a los Obispos Americanos, sobre el tema de los Ministros Extraordinarios. En resumen, las cartas (que pueden encontrarse en el libro de Michael Davies, Privilegio del Ordenado), afirman que Roma recibió muchas quejas de abusos respecto a los Ministros Extraordinarios. Como resultado, la Comisión Pontificia decretó oficialmente que “cuando los Ministros Ordinarios (obispos, sacerdotes) estén presentes en la Eucaristía, celebren o no, y estén en número suficiente y no estén impedidos de hacerlo por otros ministerios, a los Ministros Extraordinarios no les está permitido distribuir la Comunión, ni a ellos mismos ni a los fieles”. Esta decisión también ha sido totalmente ignorada, como lo serán todos los reglamentos que provean una concesión. Sólo podemos rezar para que los dignatarios de nuestra Iglesia se convenzan que cuando se trate del Santísimo Sacramento, no se debe reformar un abuso, sino aniquilarlo. Y para no hacerle el juego continuamente al neo-paganismo del Modernismo, la única opción católica de nuestra jerarquía es una condena total, formal, sin ambigüedades, de la Comunión en la mano y de los Ministros extraordinarios.

El sentido de lo sacro

Los Sacramentos son las gemas más preciosas que posee la Iglesia, y la Sagrada Eucaristía es el más grande de todos los Sacramentos. Porque en todos los otros, recibimos la gracia sacramental, pero en la Sagrada Eucaristía recibimos al mismo Cristo. Así, es obvio que el Santísimo Sacramento es el mayor tesoro que posee la Iglesia, entonces debe ser tratado con toda la reverencia y el homenaje que merece. Y todas aquellas barreras pre-Vaticano II que evitaban la profanación, son indispensables para la vida de la Iglesia y la santidad de los fieles. Cuán a menudo hemos escuchado, incluso a los dignatarios de nuestra Iglesia, lamentarse que “hemos perdido el sentido de lo sacro”. Esa es una de las más asombrosas afirmaciones que puede pronunciar un hombre de Iglesia... como si esto fuera una suerte de misterio. Porque el sentido de lo sacro no está perdido; nosotros sabemos exactamente donde está, y podría recobrarse mañana en toda parroquia o en toda la tierra. “El sentido de lo sacro” se encuentra dondequiera que la salvaguarda de la reverencia por el Santísimo Sacramento sea una práctica de suprema importancia. Pero “el sentido de lo sacro” no se ha perdido, ha sido deliberadamente arrojado de la ciudad, tirado por la baranda, por los arrogantes agentes de neo-Paganismo del Modernismo, enmascarados como reformadores católicos, quienes han introducido nóveles prácticas en la Iglesia que rebajan la Eucaristía, muestran desprecio por la Tradición y por lo que nos enseñaron nuestros padres, y han llevado a una crisis mundial de la Fe de proporciones sin precedentes.

Pero para nosotros, por la Gracia de Dios, eso no es un enigma. Nosotros sabemos exactamente dónde se encuentra “el sentido de lo sacro” y nosotros nos aferramos a eso con ardiente tenacidad. Se encuentra en la celebración de la Antigua Misa Tridentina, en latín, donde está profundamente arraigado en cada momento de la Liturgia, y donde la Comunión en la mano y los “Ministros Eucarísticos” todavía son mirados con horror por los ojos católicos, y son claramente reconocidas como prácticas fuera de lugar, sacrílegas y no católicas.

John Vennari


Visto en: fsspx.mx

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