Por si algo le faltaba a este año dos mil veinte que se acaba, ha tenido lugar una profanación del pesebre, consumada en el corazón de Roma, con la anuencia de quienes debieron evitarla. Cada vez que “el mundo ha sido irreverente con la arqueología del nacimiento”, dice Pemán, es necesario recuperar “la estampa universal e intemporal de la Redención”.
*
Que vuelva el buey pastando arrobamientos
con su osamenta basta, penitente;
cese en la Noche su tracción. La frente
descanse ante esa cuna de portentos.
Que vuelva la becerra rumiadora
de agrarias y campestres letanías,
entre los sones de las profecías
cumplidas sobre el filo de la aurora.
Que vuelva el asno transportando alturas
sobre su lomo abierto a los agobios,
como en la paz azul de los cenobios
hinque en la tierra sus rodillas duras.
Que vuelvan los pastores, limosneros
-cada morral un céntimo de gloria-
a repetir la gran jaculatoria:
<Déjanos ser, Señor, tus pregoneros>.
Que vuelva el heno, el pastizal tupido,
los pañales bordeando el descampado,
los leños ocres, y el cardal ajado
reverdeciendo ante el recién nacido.
Vuelva la estrella, faro de los Magos,
el coro de los ángeles, <¡hosanas!>
el cósmico tañido de campanas,
los betlemitas de esos viejos pagos.
Vuelva José con su bastón de lirios,
la castidad perfecta del patriarca,
manos de carpintero o de monarca
rezando ante la lumbre de los cirios
Vuelva María, al fin, porque sin Ella
no hay misterio cumplido ni Verdad
encarnada en el lar de la más bella,
por la Virgen tenemos Navidad.
Sencillez del pesebre de esas casas
solariegas o simples de la infancia,
no nos quiten ni el son ni la fragancia
del villancico, el vino y las hogazas.
Antonio Caponnetto
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