El Buen Pastor, de Bartolomé Esteban Murillo (1617-82), ca. 1660; Museo del Prado, Madrid. El edificio clásico en ruinas en el fondo de la izquierda representa el mundo caído renovado por Cristo; el rebaño de la derecha alude a las 99 ovejas que deja el pastor para buscar a la descarriada (Mateo 18, 12-13). El Niño Jesús viste una prenda púrpura, el color de la realeza, para indicar Su divinidad, y una piel áspera en marrón sobre ella, para indicar Su humillación de Sí mismo en la Encarnación. (Imagen de dominio público de Wikimedia Commons ).Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el asalariado, y el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye; y el lobo arrebata y dispersa las ovejas; y el asalariado huye, porque es un asalariado, y no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen pastor; y yo conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí. Como el Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre, y doy mi vida por mis ovejas. (Juan X, 11 ss.).
Habéis oído, amados hermanos, en la lección evangélica una enseñanza que os va dirigida; habéis visto también a qué prueba estamos sometidos vuestros pastores. Aquel que es bueno, no por una gracia accidental, sino esencialmente, dice: Yo soy el buen pastor. Y luego, dándonos el modelo de bondad que debemos imitar, añade estas palabras: El buen pastor da su vida por sus ovejas. Él hizo lo que enseñó, practicó lo que había mandado. El buen pastor dio su vida por sus ovejas, para convertir, en el sacramento de la Eucaristía, su cuerpo y su sangre en alimento, saciando las ovejas que había redimido con su propia sangre.
Nos ha mostrado el camino que debemos seguir, despreciando la muerte; nos ha mostrado el ejemplar según el cual debemos modelarnos. Lo primero que nos exige es que demos misericordiosamente nuestros bienes externos por sus ovejas; y lo segundo, que, si es necesario, demos también nuestra vida. Por lo primero, que es más fácil, se llega a lo segundo, que es más difícil. Ahora bien, siendo incomparablemente mayor el alma, por la cual vivimos, que la sustancia terrena que poseemos exteriormente, el que no da sus bienes por sus ovejas, ¿cómo dará por ellas su vida?
Son muchos los que, amando más los bienes de la tierra que sus ovejas, pierden merecidamente el nombre de pastor: “El mercenario, y el que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo desampara las ovejas y huye”. Se llama mercenario y no pastor el que no por un amor sincero, sino por la recompensa temporal apacienta las ovejas del Señor. Es mercenario todo aquel que, si bien tiene el lugar de pastor, no busca el bien de las almas, sino que anhela las terrenas comodidades, se goza con el honor de la prelatura, nutriéndose con las ganancias temporales, y alegrándose con la reverencia de los hombres.
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